viernes, 27 de enero de 2012

LA PARADA

Siempre hay momentos de felicidad en toda vida humana. Hechos sin mayor importancia, pero que recordaremos siempre con una sonrisa. 

Éste, para mí, fue uno de ellos.

El cerebro masculino ha evolucionado menos de lo que quisiéramos, quizás.

Que paséis un buen rato con esta narración de una guerra incruenta, como las que vemos continuamente en la televisión.



Era mi primer partido como portero de balonmano, un deporte de contacto muy duro y violento. Cuando aquel balón se estrelló por enésima vez en el poste de la portería contraria, un espigado pelirrojo del equipo de los Padres Misioneros lo recogió de un manotazo y se vino corriendo hacia mí, completamente solo, como una exhalación.


Todo lo que sucedió después lo recuerdo a cámara lenta, a veinticuatro imágenes por segundo, en un silencio total.


Saltó por encima de la línea roja del área, elevándose a metro y medio de altura. Ingrávido en el aire, como un ángel exterminador, armó su brazo derecho y lanzó el cuero igual que el resorte de una ballesta. 

Ocurrió -no sé por qué ni cómo -pero ocurrió. 

Mi sistema nervioso parasimpático o el azar, hicieron que desplazara el cuerpo a un lado, al mismo tiempo que levantaba el pie contrario, de tal forma, que paré aquel tiro celestial.


Un griterío ensordecedor me hizo volver al tiempo real. En las gradas, mis antiguos compañeros del Colegio de los Hermanos Maristas nos animaban ruidosamente, si ganábamos ese partido, ellos quedaban clasificados para disputar la final del torneo.


Por aquel entonces, en quinto de bachillerato, yo estaba borracho de libertad.

Tenía quince años cuando mis padres atravesaron un bache económico y decidieron cambiarme de centro educativo. En éste las clases eran mixtas, los profesores laicos, la disciplina  laxa, los amigos más gamberros y además tuve mi primer enamoramiento: Esther de la Peña. El resultado fue catastrófico: ocho suspensos y un sobresaliente en Educación Física. Corría los diez mil metros lisos; daba saltos mortales en potros y plintos; me contorsionaba en las anillas mejor que la mona Chita; hacía piragüismo en el río –donde nos bañábamos en invierno- y era portero titular. Los adolescentes, cuando reciben en vena un chorro nueve veces mayor de testosterona, se vuelven como los drogadictos: unos locos de atar.


Pero aquel partido lo íbamos perdiendo. Dos jugadores de nuestro equipo: Escudero y Quirós, preuniversitarios, eran los mejores. Ambos habían pactado en secreto hacer sufrir a nuestro entrenador de una manera perversa: todos sus remates… ¡daban en los postes! Luego se miraban, riéndose con disimulo. Hasta que hice aquella parada. En el vestuario olía a linimento y a derrota. Me llamaron a su lado: “Así que los que tanto nos apoyan te conocen, chaval; pues vamos a ganar ¡que se fastidien los misioneros!”.


Uno de los recuerdos más felices de mi vida es el segundo tiempo de aquel partido. Fue una guerra sin cuartel, bíblica, como entre ángeles y diablos: empujones, fintas, disparos, sudor, goles, esprines, agarrones, paradas, golpes, codazos, sangre, expulsiones, voces, muecas de dolor, ansiedad, tensión y ¡VICTORIA! 


Cuando los árbitros pitaron el final, lo celebramos con los puños en alto, soltando grandes gritos al cielo; del mismo modo que hace el cazador ante su presa abatida, el guerrero después de ganar la batalla o el animal superviviente en el combate por las hembras… desde hace un millón de años.


Marco. 26/01/2012.

jueves, 19 de enero de 2012

¿QUÉ ES LA REALIDAD?

Cuando era un joven estudiante recuerdo que el profesor de Filosofía nos dijo: "Una cosa es cómo te ves, otra cómo te ven y otra cómo eres en realidad". 

Quizás la realidad, sea la que sea, es imposible percibirla en su totalidad, pero nuestro maravilloso cerebro nos acerca la realidad que todos sentimos día a día. 

No obstante, a veces, nos sorprende al permitirnos "ver" algo como lo que hoy podrás leer.

Tenía que escribir un texto surrealista y ni siquiera yo puedo decir qué es lo que he escrito. ¿A tí qué te parece?



                                                     SUEOÑS

SÑOÉ QUE LNAAZBA MI CRUEPO AL VLLAE CON UN LVEE IMLPSUO, DESDE LA CMIA DE UNA MOTNAÑA, CON LOS BAROZS ENXTDIEODS. 

VLOBAA.

NO TNEÍA MDEIO DE CEAR, NI DE NO PDEOR PNEOR PIE EN TRIERA FMIRE. EATBASA FLEIZ, ME SNEÍTA LGIREO CMOO UNA PUMLA; SIN CARAGS. ME IDANVÍA UNA SNEASÓICN DE LEIBRATD PLNACETREA Y ABLSOTUA. NO QURÍEA DEERSTPAR.

¿AELGUIN PEDUE  DIECRME EL SIFGNIDCAO DE MI SEUÑO?

Volar es un sueño muy frecuente, tan antiguo como la propia humanidad, porque tiene un gran simbolismo. 

En sueños podemos volar encima de los más extravagantes objetos, muchos de los cuales los vemos en pinturas antiguas y también en dibujos futuristas.

En este sueño, la conciencia nos lleva a abandonar las cosas materiales para hacernos conectar con nuestra parte más elevada: el espíritu.

Refleja también el deseo de ser creativos, de evolucionar, inventar o hacer cosas nuevas. De descubrir nuevos mundos. También nos indica que ansiamos libertad para vencer nuestras limitaciones, y poder conseguir nuestros más elevados propósitos.

Cuando despiertas de este sueño, estás contento: vuelves a confiar en ti mismo.

SLÓO PRSEOANS EPXERTAS CNSOIUGEN LEER MI SEUÑO. ¡QUÉ PDOER EL DE TU CEEBRRO HUAMNO! ¡ENOHBRAEUNA!

LA MTENE  NO LEE CDAA LRETA IDNVIDAILUEMTNE, SNIO QUE TMOA LA PBRLAAA CMOO UN TDOO.

PRACEE SUEARRTLISA ¿VDERAD?

MCURAAN. 16/01/2012.