viernes, 11 de mayo de 2012

TESTAMENTO VITAL: TAMPOCO ESPERES A MAÑANA



Hola amigos: Después de haberos animado a tener un testamento civil, os presento este testamento de carácter “moral”.

Todos tenemos formas de pensar y de vivir diferentes, respetables y válidas si están dentro del marco de la Constitución Española de 1978, por lo tanto, el presente testamento, es un tema que afecta a la conciencia de cada uno.

Debe hacerse después de una profunda reflexión personal.

Este modelo de TESTAMENTO VITAL, ya ha sido efectivo para que se cumpliera la última voluntad de personas, muy queridas para mí, que lo firmaron en plenitud de sus facultades físicas y mentales. No es necesario gastarse dinero. Sólo tenéis que encontrar a tres testigos mayores de edad, que no sean familiares vuestros y que aporten su firma y su número de D.N.I. al final del documento.

Guardadlo junto con vuestro testamento civil y, en caso de que se produzcan las circunstancias que en él se describen,  deberá ser aportado por una persona de vuestra confianza al equipo médico que os atienda.

En mi caso no me cabe ninguna duda de que quiero morir con dignidad, cuando llegue mi hora. También sirve para dejar constancia de que dono mis órganos. 

Sed generosos. 

Podéis quitar lo que no os guste, pero si queréis añadir alguna otra cláusula deberíais consultarlo con un abogado.

Os deseo una larga vida y una buena muerte, lo mismo que quiero para mí.


TESTAMENTO VITAL: MANIFESTACIÓN DE VOLUNTAD SOBRE EL FINAL DE MI PROPIA VIDA


DON____________________________________________________________________
Mayor de edad, domiciliado en (localidad), calle, nº y C.P. y con el D.N.I.Nº_____________; en plenitud de mis facultades mentales, libremente y tras prolongada reflexión


         DECLARO:


Que si llego a encontrarme en una situación en la que no pueda tomar decisiones sobre mi cuidado médico, a consecuencia de mi deterioro físico o mental, o ambos simultáneos, por encontrarme en uno de los estados clínicos enumerados en el punto cuarto de este documento y en el caso de que dos médicos colegiados independientes coincidieran en que mi estado fuera irreversible, mi voluntad inequívoca es la siguiente:


PRIMERO: Que no se prolongue mi vida por medios artificiales, tales como técnicas de soporte vital, fluidos intravenosos, fármacos o alimentación artificial.

SEGUNDO: Que se me suministren los fármacos necesarios para paliar al máximo mi malestar, sufrimiento psíquico y dolor físico causados por la enfermedad o por la falta de fluidos o alimentación, aun en el caso de que pueda acortarse por ello mi vida.

TERCERO: Que si me encuentro en un estado particularmente muy deteriorado, se me administren los fármacos necesarios para acabar definitivamente, de forma rápida e indolora, con los padecimientos expresados en el apartado segundo de este documento.

CUARTO: Los estados clínicos a los que hago mención ut supra son:

 1.- Daño cerebral severo e irreversible.

 2.- Tumor maligno diseminado en fase avanzada.

3.- Enfermedad degenerativa del sistema nervioso y/o del sistema muscular en fase avanzada, con importante limitación de mi movilidad y falta de respuesta positiva al tratamiento específico, si lo hubiere.

4.-  Demencias preseniles, seniles o similares.

5.- Enfermedades o situaciones de igual o mayor gravedad.




QUINTO: Dono todos mis órganos, sin restricción alguna.



En_________a____de__________de________



EL DECLARANTE: Fdo. y D.N.I.                                   

TESTIGOS NO FAMILIARES POR AFINIDAD O CONSANGUINIDAD:


1.- Fdo. y Nº D.N.I.______________
                                                          
2.- Fdo.y Nº D.N.I.______________







3.- Fdo. y Nº D.N.I.______________


Marcuan.

                 

sábado, 5 de mayo de 2012

MARGA: ÓNIX NEGRO III



Acaba la aventura de Alonso en Barcelona. 

Las despedidas siempre son tristes... hasta para los personajes de ficción.


Monte Tibidabo en Barcelona


Pierre Rougon volvió a saltar por el muro de piedra trasero de la masía. Ya en la calle, desenredó el turbante que cubría su cara y su cabeza, con el que limpió las manchas de sangre de sus dagas curvas. Pensó que de esa forma dejaba una falsa pista a la policía para que buscaran a un árabe, no al alcalde de Escalquens. Guardó la bolsa negra llena de lingotes de oro —La fortuna de los Rougon* debajo del asiento del scooter alquilado en Toulouse y lo lanzó a toda velocidad cuesta abajo.


Había olvidado que la calle terminaba en una curva muy cerrada a la derecha. Frenó a destiempo, patinó y, después de dos latigazos, salió despedido por los aires hasta empotrarse contra una pared de granito. En el impacto perdió el casco, que rodó por la acera. Pudo levantarse, aunque le dolía mucho el hombro y el tobillo izquierdos.

Se acercó a la Yamaha destrozada y de un manotazo arrancó el asiento; cogió la bolsa, abrió el depósito de gasolina, metió la mitad del turbante y lo prendió fuego. Tenía que borrar cualquier rastro. Cojeando, atravesó la carretera de Vendrell y una calle más abajo paró un taxi. Enseñó al conductor una dirección escrita en una nota y el taxista asintió, poniendo rumbo a El Raval. No dijo una sola palabra durante el trayecto.

Pierre Rougon era un hombre que copiaba el arte de los camaleones: sabía camuflarse. Controlaba hasta el último gramo de cualquier estupefaciente que se vendiera en las calles de Toulouse. Vivía en Escalquens, un pueblo a tan sólo 10 km de Toulouse, donde tenía su tapadera y un nombre falso: se llamaba Robert Papillon y era su alcalde.

Ygerna de Cornualles, secretaria del bufete de Alonso, recibió una llamada desde el Hospital del Valle Hebrón de Barcelona. Una tal doctora Matas le comunicó que Alonso estaba herido y que, antes de entrar en quirófano, había pedido que le llevara unos documentos del despacho. Tenía que llegar lo más rápido posible.

Ygerna sabía cómo hacerlo.

Se puso el mono ajustado de cuero negro y montó en “Trinity”; un milagro de la ingeniería italiana: tres motos en una.

Reguló la ventilación de su casco Arai y arrancó el motor. Los 150 caballos de su Ducati Multiestrada S Sport desentumecían sus músculos mecánicos poco a poco, dominados por el acelerador de su dueña.

Ducati Multiestrada S Sport
Cuando salió de Alcalá de Henares y pasó las obras de la Nacional II, cambió el configurador de la moto de urban a sport, metió gas y los caballos de metal se transformaron en Pegasos.

Volaba.

Llegó a Barcelona a media tarde y preguntó en la recepción del hospital por la doctora Arancha Matas. En Urgencias, un celador le señaló a la doctora que hablaba en catalán con una chica morena, de pelo encrespado y con ojeras, mientras sostenía en la mano un collar del que colgaba una gema de ónix negro. Se presentó.

―Hola, me llamo Ygerna, soy la secretaria de Alonso ¿Qué tal está?.


―Grave, ha perdido mucha sangre, pero sus constantes vitales se han estabilizado ―respondió la doctora ―tiene un corazón de atleta. ¿Ygerna, sabes por qué no se dejó quitar este collar hasta quedar anestesiado?


Ónix negro
―Es una piedra de ónix negro. Un talismán que protege de las vibraciones negativas, proporcionando humildad y calma interior. Ayuda a superar el miedo y aumenta la fuerza mental. Se limpia con la luz de la luna llena. Yo se lo regalé. Es la gema más antigua conocida por la humanidad. Conserva nuestro saber ancestral.

La doctora Matas puso cara de atención, pero no creía una sola palabra de lo que oía. Ella sólo confiaba en sus manos de cirujana, las que habían zurcido aquella carnicería: sesenta puntos en pecho, brazos y eminencia tenar de la mano izquierda, donde había suturado una rama de la arteria radial.

Son les supersticións mès grans que he sentit en la meva vida, tu. Això s'ho pot creure una persona amb enteniment i assenyada? dijo Marga.

Bordel! Et encore...? Je ne supporte pas le complexe de supériorité des patriotards de catalans. Parle-moi en espagnol, ma belle, ou bien je continuerai à le faire en français...ou fous le camp**contestó Ángela.

―¿Qué has dicho? ―Marga se puso tensa como un arco.

―Ahora que hablas en cristiano puedo entenderte mejor ―Ygerna miró a Marga como una ballesta a punto de disparar.

―¡Y a ti en qué idioma te hablan cuando estás en Francia, zorra con cap de suro! ―gritó Marga, furiosa.

―Buenas tardes ―Carmen Reina de Quirós podía oler la adrenalina antes del combate y aquellas dos mujeres estaban a punto de arrojarse una contra otra, como dos leonas. Llegó a tiempo de evitarlo.

―Policía; tranquilícense. Documentación. André, por favor, acérquenos esas sillas ―dijo enseñando su placa.

André Puig, cabo en prácticas de los Mossos d'Esquadra de la Generalitat de Catalunya, estaba acostumbrado a obedecer las órdenes de la comisaria de Interpol, a la que acompañaba, y que casi nunca cometía errores. Acercó las sillas. Le había impresionado aquella madrileña rubia; guapa; de piernas largas y que hablaba un francés perfecto.

Marga, después de hacer una declaración provisional, bajó hasta el Ensanche en la moto de Alonso; la dejó aparcada en el garaje y subió a su piso. Miró el BlackBerry y vio que tenía doce llamadas perdidas. No esperó la trece. Mientras marcaba un número, pensaba en lo que le decía su padre de niña: “Marga: Molta fressa i poca endreça...”. Y Alonso estaba haciendo mucho, mucho ruido...y eso a ella no le gustaba.

Xavi, pots venir a buscar-me? Et convido a un gintonic al Paddok.

El Raval 

Pierre Rougon, se bajó del taxi en la calle Guardiá, cerca del bar La Concha. Apenas podía caminar. Entró en el portal número 11 y subió las escaleras hasta el tercer piso, arrastrando su pie izquierdo, mientras se apoyaba en la barandilla. Le dio miedo a caerse por el hueco de la escalera. Todo estaba carcomido. ¡Merde! Había perdido la concentración y eso, encima de una moto, se paga caro. Llamó al timbre.

Bonjour Ramón ¿me recuerdas? ―Ramón Macquart palideció como si se hubiera escapado de los infiernos uno de los monstruos que había visto en sus Delirium Tremens, pero le dejó entrar. Fueron hasta la cocina y Ramón sacó un par de vasos. Se sentaron, llenó el suyo con agua y el de su lejano pariente con vino. No hubo brindis. Pierre torció el gesto cuando probó aquel vinagre. Lo escupió al suelo.

―¿Ya no bebes? ―dijo.

―No. Me he rehabilitado. Ahora escribo libros. ¿Qué quieres? ―su único libro publicado se titulaba: “Soy alcohólico, historia de una enfermedad”***.

―Nuestra prima Sylvie* me llamó desde Plassans para contarme la extraña desaparición de mi hermano, cuando iba tras el rastro del tesoro de los Rougon...

―¡Y de los Macquart! ―contestó Ramón. Un chispazo de odio iluminó sus ojos.

―Sí, también en parte es de vosotros, los bastardos. Luego me dijo que querían entregárnoslo en Barcelona, con la condición de que hubiera paz entre los Rougon y los Macquart. Vine para preguntarles dónde está mi hermano. Sylvie me dio dos direcciones: una en la calle Bosque y otra la tuya, por si te necesitaba. Cuando llegué al caserón, no había nadie. Luego apareció una pareja y pude ver cómo el tipo sacaba una bolsa del interior de la chimenea. No tuve tiempo de interrogarle a mi gusto, la mujer se puso a gritar y preferí largarme, pero me caí de la moto como un estúpido. 
Llama a este número en un teléfono público para que vengan a buscarme. Yo nunca uso móvil.

Se levantó el pantalón; parecía que le habían injertado una pata de elefante. Estiró la pierna encima del asiento de una silla, resoplando. Pidió hielo.

Lo que no podía saber el alcalde de Escalquens es que, a Ramón Macquart, le había ido a rescatar del infierno de la drogadicción Carmen Reina de Quirós, comisaria de la Unidad Central de Droga y Crimen Organizado de Interpol, no Dante Alighieri,

El cabo André Puig había nacido en el Alto Pirineo gerundense. Era joven, pero odiaba las motos y a los moteros. Los clasificaba en: los que habían mordido el polvo y los que lo iban a morder. Sólo había una explicación: eran hijos de la anarquía.****

Cuando les llamaron desde la central de la Guardia Urbana de Sants Montjuic y les contaron que un hombre había tenido un accidente de motocicleta, la había prendido fuego y había huido, sospecharon. Eso no lo hace ningún motero. Tenían su descripción: varón, alto, moreno, delgado y con bigote. Llevaba una bolsa negra. La comisaria Reina le había mandado pedir con urgencia pruebas de A.D.N. de los cabellos encontrados en el casco abandonado. Estaba casi segura de que se trataba del mismo hombre que había atacado a Alonso.

Bon día señorita. ¿Qué tal ha pasado la noche su jefe? ―dijo André. Ygerna, que había dormido en la sala de espera del hospital, tenía un aspecto lamentable.

―¡Peor la he pasado yo entre estos hierros! ―contestó. Se desperezó y sonrió a aquel hombretón de cara rubicunda y pecosa. Le caía bien. Le gustaban los hombres discretos y aquel parecía incluso un poco tímido. No llevaba uniforme, por lo que pudo apreciar su musculatura.



 ¿Sabéis ya quién le ha hecho a mi jefe esta salvajada? preguntó.

―No estoy autorizado para hablar del caso, pero puedo ayudarla a encontrar un buen hotel, si no le importa ―dijo André.

―¡Claro que no me importa, Mozo! Necesito una buena ducha y un buen desayuno...

―Se pronuncia Mosso, pero puedes llamarme André ―contestó Puig.

Hacía bochorno. Ygerna, antes de subirse a la Ducati, se quitó la chaqueta de cuero, quedándose en camiseta de tirantes corta. Un águila real con las alas extendidas, tatuada en su zona lumbar, resplandeció con todo su esplendor. André Puig quedó fascinado. Empezó a sentir mariposas volando dentro de su estómago.

―Sigo a tu coche, André ―antes de que Ygerna se pusiera el casco se miraron a los ojos. Se sonrieron.

Más tarde no necesitaron hablar en ningún idioma. Se entendían con el lenguaje corporal que habla la especie humana cuando se aparea...

El águila real tatuada de Ygerna batió sus alas en varios vuelos rasantes sobre los abdominales desnudos de Puig hasta que, agotada, quedó inmóvil. Se refrescó con la brisa que entraba por el ventanal de la habitación del hotel, cercano al mar.


Ygerna de Cornualles se acurrucó junto a André Puig como si se hubiera cobijado debajo de un águila clueca. Pensó que aquel hombre nunca le haría el daño que llegó a hacerle su exmarido... Pero esa era otra historia.

Ramón Macquart se levantó a las tres de la madrugada con el sigilo que pudo. Llevaba el móvil. Se fue al cuarto de baño y se sentó encima de la tapa del retrete. No cerró la puerta. Tecleó: “Venga urgente a casa. Pierre Rougon. Peligro” y lo envió. Cuando la comisaria recibió el sms,  llamó a André.

Aún no había caído el móvil al suelo y Ramón Macquart ya estaba muerto. Un chorro de sangre, con la fuerza de un geiser, manaba de su yugular seccionada. Pierre leyó el mensaje y se sintió acorralado. No podía casi andar y faltaban unas horas para que vinieran a recogerle. Esperaría. Se enroscó como una cobra con sus dos guadañas... hasta volverse invisible en las sombras. Era un camaleón.

La comisaria Reina cogió la llave de debajo de la baldosa rota, donde siempre la escondía Macquart. En la sede central de Lyón habían detectado el desplazamiento de Pierre Rougon a Barcelona. Les alertaron. Creían que iba a contactar con un cabecilla del narcotráfico catalán, pero perdieron su rastro. Para su desgracia, Ramón lo había encontrado antes de tiempo.

Abrió la puerta y entraron.

Carmen Reina de Quirós tenía dos secretos: su hija Sol y su moto Harley XL 883L Sportste. Ambos estaban bien guardados en Cádiz, donde había nacido. Cuando su marido se marchó de casa, dejó crecer su cabello y se lo tiño de rojo. El “pelo de la libertad” lo llamaba...

Churre.

A la comisaria Reina no le gustaban las medias tintas: la vida era blanco o negro, ying o yang, ángel o demonio... Churre, un amigo artista, comprendió su filosofía de vida y la plasmó en el depósito de su moto custom.

Era una mujer que aborrecía a las personas que fomentan el cainismo entre los pueblos. Carmen pensaba que no existen pueblos, sino seres humanos. Y aquel que estaba a sus pies, tenía un tajo tan violento en la garganta que casi estaba decapitado. Ramón Macquart, el padre de su amiga Isabel, había ganado un pulso a la muerte, pero no el segundo. Encontraría al que le había hecho eso.

Se fue al comedor para abrir de par en par el balcón. El olor a muerte siempre era el mismo, pero no se acostumbraba.

André Puig estaba arrodillado para fijarse en el cadáver cuando una sombra se disparó como un resorte. Levantó por instinto su brazo izquierdo y sintió que un aguijón gigante quería perforarle el corazón, a través del hueco de la clavícula.

Sacó con su mano derecha la pistola, pero una cuchillada le cercenó los tendones del antebrazo.

Cayó sobre la hierba fría y húmeda de un valle de los Pirineos... o eso le parecía a él.

Pierre Rougon, revolviéndose, lanzó una estocada mortal a la carótida de la comisaria, que venía en auxilio de André. 

Carmen la esquivó al mismo tiempo que le agarraba de la muñeca y, acelerando su impulso, le volteaba a través del balcón abierto. Pierre Rougon quedó tan asombrado que no le dio tiempo a gritar mientras caía al vacío y se rompía el cuello contra los adoquines de la calle Guardiá.  La ciudad seguía durmiendo.

La comisaria Carmen Reina de Quirós era maestra de Aikido. Pierre Rougon lo había sabido demasiado tarde. 


Cuando alguien llegó con la ambulancia, acompañó a André, malherido, al hospital. Quería tener una larga conversación con Alonso. Llevaba una bolsa negra en la mano, llena de lingotes de oro.

Alonso recibió el alta pasados quince días.

―Adiós doctora Matas, gracias por todo, una vez más.

Adeu Alonso. Cuídese ―a la doctora Arancha Matas le caía bien el sobrino de Gloria, quizás porque ella se llamaba también Guilarte de segundo apellido. Le dio un beso en la mejilla.

Alonso pidió al taxista que le dejara cerca del Ensanche. Quería pasear por la ciudad en la que el caballero de la Blanca Luna había humillado a Alonso Quijano*****, el de la triste figura. 


Don Quijote vencido en la playa de Barcelona.







Casi cuatrocientos años después, otro Alonso se marchaba de Barcelona triste y desfigurado.


Llamó al timbre del teléfono automático del 5º A.

¿Diguin? le contestó una voz recia, como la del bandolero Roque Guinart*****

―Soy Alonso, vengo a por mi moto.

Bajó Marga. Estaba como su ciudad: preciosa. Le acompañó al garaje. Trici, junto a la Harley Fat Bob, parecía la moto de un arganboy.



―Toma cap de suro, para que nunca te olvides de mí ―dijo Marga. Puso una rosa de oro blanco encima de la cicatriz, aún tierna, de la mano de Alonso. Éste la engarzó en su llavero y le entregó una rosa roja, que había comprado por el camino.

―Adiós Marga, que seas feliz ―dijo Alonso.

Rozaron sus labios.

Estaba parado en la Plaza de Colón, ante el mismo semáforo donde tiempo atrás Marga había saltado a su moto, cuando Trinity frenó a su lado. La reconoció enseguida. Ygerna se levantó la visera del casco y le gritó con fuerza.

―¡Me quedo en Barcelona, jefe! ¡Toma tu ónix negro! —Alonso recogió el collar y lo guardó en un bolsillo. Chocaron los puños enguantados.

―Pero ¿sabes hablar en catalán? ―contestó Alonso.

―¡No me hace ninguna falta! ―dijo Ygerna. 

Soltó al mismo tiempo una carcajada y los frenos de la Ducati y salió haciendo un caballito. Podía permitírselo: era la novia de un Mosso d'Escuadra condecorado por el Honorable President de la Generalitat de Catalunya...

Alonso aceleró hacia la meseta, dejando atrás el Monte Tibidabo.

Marcuan. Copyright

* Ver relato anterior: El secreto del viejo cementerio de San Mittre.

** ¡Coño! Ya empezamos, no soporto el complejo de superioridad de los independentistas catalanes. Háblame en español, rica, o te seguiré hablando en francés...

***Autor: Ignacio Ramón Martín Vega. Asociación de Escritores de Madrid.

**** Título del próximo estreno de una serie americana sobre moteros.

*****“De lo que sucedió a Don Quijote yendo a Barcelona”. Capítulos LX y LXI. Miguel de Cervantes Saavedra.