viernes, 28 de diciembre de 2012

NOCHEBUENA


Estimados lectores. Desconozco si entre vosotros hay personas que lo pasan mal por la crisis económica. De ser así, me gustaría arrancarles una sonrisa con este cuento de Navidad, basado en un hecho real.

Ojalá lo consiga.

Os deseo una feliz Nochebuena… Mejor que la de Peláez.




El agente Peláez estaba harto de la crisis y de ser policía: su trabajo empezaba a  deprimirle. Durante los desahucios, se bajaba la visera del casco para que sus compañeros no le vieran llorar.

Pero daba igual, todos sabían que a la vuelta tenían que parar el furgón para que vomitara.

―Esta Navidad no cobro la extra ―masculló entre dientes ― y encima me recortan al compañero del coche patrulla. Parezco un Robinsón Crusoe.

Peláez se sentía un agente de la ley y el orden frustrado, porque no recibía las órdenes que sí le gustaría cumplir: perseguir a los que se llevan el dinero de la corrupción a Suiza.

―Aquí Central llamando a 43 ―sonó por la radio―. Tenemos 
una emergencia por posible ingesta de alucinógenos en la calle Botticelli número 11, 1º-A. Distrito Vallecas. Cambio.

Peláez se desperezó con calma antes de responder.  Eran las 21 horas de la Nochebuena y, a esa hora y en esa fecha, lo máximo que podía pasar es que un idiota se rebanara un tendón de la mano con el cuchillo jamonero. Pero un caso de alucinógenos…

―Aquí coche patrulla 43. A ver, Fuencis ¿eres tú, voz de sirena? ―preguntó ―. Explícate un poco mejor con el que se ha tragado un polvorón de LSD.

―Peláez, menos bromas de servicio ―
contestó Fuencisla ―.Escucha con atención. Un tal Sr. García nos ha llamado diciendo que había una boa en su retrete. Comprueba su estado mental y llama a una ambulancia, si es necesario. Cambio.

Al instante activó la sirena y las luces, enfilando por la M-30 a toda velocidad, sentido Sur. Cuando llegó, aparcó a la puerta, subió por las escaleras y llamó al timbre. Abrieron y enseñó su placa.

―Policía. Buenas noches ¿Es usted el Sr. García? ―preguntó.


―Sí, soy yo, pase, pase, señor guardia.


El señor García tenía aspecto de persona mayor, apacible y cabal. Estaba tan solo como él. 

―Usted dirá.

―Pues verá usted, esta noche he cenado pronto y antes de acostarme me he ido al cuarto de baño. Y cuando levanté la tapa del inodoro, ha salido la cabeza de una boa ―dijo el señor García, tan tranquilo.

―Bueno, bueno, que todavía no son los Santos Inocentes… ―dijo Peláez. ― ¿Ha bebido usted mucho en la cena o ha tomado alguna pastilla?

―Mire, señor guardia, soy un jubilado del Metro ¿Le parezco borracho o trastornado? ―dijo el anciano ―. Acompáñeme, por favor.

Al final de un largo pasillo estaba el servicio. El señor García abrió la puerta y dio la luz. Todo estaba ordenado y pulcro, como en un barracón militar.

Peláez desenfundó la pistola para hacerse el interesante, que eso impresiona mucho al personal y llega a oídos del comisario. Necesitaba aumentar su prestigio.

―Levante la tapa ―ordenó al anciano ―veamos  a la serpiente del lago Ness…

― ¿Yo? ¿Está usted loco? ―dijo García  ― ¡Ni por todo el oro del mundo!

Y allá fue Peláez.


Cuando alzó la tapa, surgió la cabeza de una boa, igual que si fuera el cesto de un faquir. Peláez pegó un  respingo, cayendo de espaldas sobre el señor García. Pero lo peor fue el tiro que se le escapó.


― ¡Me cagüen…! ¿Está usted bien? 

―Un poco acojonado… la verdad   ―contestó con un hilo de voz el señor García.

Esa Navidad, todos los vecinos del portal se perdieron el discurso del Rey.

Prefirieron ver desde los balcones aquel espectáculo multicolor de luces estroboscópicas: rojas las de los bomberos;  amarillas las de las ambulancias y, las de la policía, azules.

La calle Botticelli parecía un Belén.


La furgoneta del Zoo de Madrid no llevaba luces, pero fue la que más gustó a la gente. Cuando los empleados sacaron la boa en un contenedor recibieron una cerrada ovación. Como los toreros.

Más tarde se supo que el vecino del 5º-A había ido de viaje a Cuba hacía dos años. Se trajo una lombriz verde y amarilla de recuerdo, pero cuando empezó a crecer se asustó y la tiró por la taza del váter.

A las ocho de la mañana, ojeroso, Peláez entró en los garajes de la Central de Policía, entregó las llaves al encargado, firmó el parte y subió a cambiarse.

―¡Feliz Navidad! ―gritaron sus compañeros de turno, cuando abrió la puerta del vestuario.

Todos le esperaban sonrientes. En unas mesas improvisadas, había varias jarras de chocolate caliente y una enorme porra enroscada, con una gran cabeza de boa de cartón en el extremo. Llevaba puesto un capirote de Papá Noel hecho con papel de colores. Se sentaron a la mesa, expectantes.

― Cuenta, cuenta ―dijo Fuencisla, a su lado. A Peláez le pareció que estaba buenísima.

― ¿Sabéis lo que os digo? Me dan ganas de abandonar el Cuerpo de Policía, no aguanto más. Tanto examen psicotécnico, tantas artes marciales, tanto estudiar criminología… ¿Para qué? ―resopló Peláez  ―¿para dar porrazos a los yayoflautas y tener que enfrentarte a una anaconda del Caribe?

―Boa, Peláez, boa, si hubiera sido una anaconda no estarías aquí ―dijo Fuencisla―. Venga, vamos a tomarnos el chocolate con porras, antes de que se enfríe: ¡Feliz Navidad!

Y le estampó a Peláez un sonoro beso en todo el morro.



Marcuan: 24/12/12.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

ANCESTROS DE BRONCE II


Termina la ventura de los dos hermanos tartesios en tierras muy lejanas, que algún día visitaré.

Quizás nos encontremos por los bosques de Harz algún día, amigos ¡Espero que no sea dentro de 3.000 años!

Foto: Marcuan

                               VI  
     
Cuando  Manhucht y sus compañeros se dieron de bruces con el Océano, les pareció grandioso. El olor salino de la brisa marina les embriagaba.

Los días eran soleados y aquella inmensidad de agua azul no estaba tan fría como la de sus ríos. Encontraron cobijo en unas cuevas cercanas y se dedicaron a disfrutar de los baños y de la pesca. 

Recolectaban toda clase de animales marinos, los manoseaban y los lamían con curiosidad, discutiendo sobre los olores y sabores recién descubiertos.

Amanecía cuando sonó el cuerno de caza.

Los que dormían en el refugio rocoso asfixiaron la fogata y agarraron sus armas. El vigía vino corriendo y les señaló un punto blanco en el mar.

Escondidos en las rocas, vieron cómo una barcaza se acercaba a la playa hasta aproximarse a un tiro de lanza. Desde dentro echaron el áncora al agua. Cuatro hombres y una mujer bajaron hasta llegar a la arena, escudriñando los alrededores.

Como un espejo uno de los escudos de bronce reflejó un rayo de sol y un eco metálico rebotó en el acantilado, cuando los íberos desenvainaron sus espadas. 

Entonces, cinco guerreros nibelungos salieron a su encuentro con las lanzas en ristre.


― ¡Alto, no ataquéis! ¡Venimos en son de paz! ―gritó Maran, a todo pulmón, en lengua
celta―. ¡Buscamos los bosques de Tucht!

Manhucht quedó asombrado al oír pronunciar a aquel hombre del mar el nombre de su padre.  Clavó el mango de su lanza en la arena y bajó el escudo.

― ¿Quiénes sois y de dónde venís?

― Somos fugitivos tartesios y venimos del Sur de Iberia― dijo Maran. ― ¿Quién es vuestro jefe?

Manhucht y Maran se fueron acercando poco a poco, con la boca seca por el miedo.

Cuando estuvieron frente a frente enmudecieron: dos torques de oro celtas, idénticos, refulgían en sus cuellos al sol del mediodía.

                              VII

La luz de la luna llena bañaba el poblado de Osterode, pero no podía penetrar hasta la cripta de la gran cueva, donde todas las familias, en silencio, escucharon la extraordinaria aventura de Maran y Norka.


Cueva de Osterode

Luego habló Tucht, el padre de Manhucht, y les contó que Wotan era su hermanastro, hijo de un guerrero celta nómada. Wotan se había marchado del poblado cuando él aún gateaba.

―Muchas lunas atrás ―dijo Tucht ―dos hombres llamados Thor y Seg se presentaron en mi cabaña enviados por su jefe Wotan, para entregarme un torque de oro celta. Y no he sabido más de él, hasta ahora. Mi clan protegerá a los dos extranjeros.

                              VIII

Maran construyó una herrería con horno de fuelle, el único capaz de alcanzar la temperatura suficiente para fundir los lingotes de hierro, usados como lastre en la barcaza. Pudieron recuperarlos con los caballos de Manhucht.

― ¿Te gustan los caballos, Norka?

― Mucho, Manhucht.



Norka se marchó a ver la granja del hijo más pequeño de Tucht. Nevaba. El olor a estiércol y el ambiente tibio de los establos, le recordaron su hogar. 

Cuando acariciaba las crines de un potro blanco, sintió cómo una mano poderosa retiraba con suavidad los copos de nieve pegados a sus cabellos.

Volvió su cara hacia Manhucht, con temor, pero su miedo desapareció al ver ternura y pasión en aquellos ojos, tan azules como los cielos de Iberia.

Se abrazó a aquel hombre de las montañas.

Bosques de Harz
En el silencio de los bosques nevados de Harz, los gemidos de aquellos dos cuerpos se fundieron con los relinchos de las yeguas, como el cobre con el estaño…

Los calderos y vasijas de Osterode eran más grandes por estar fabricados de hierro. También sus arados, hoces y guadañas se hicieron famosos en la comarca y el clan de Tucht se enriqueció, aumentando en número.

Las joyas diseñadas por Norka, embellecían aún más a las jóvenes valquirias.


                                        

                              IX

Seg  vengó el asesinato de su hermano Thor, acabando con la vida de  Wotan y siguió el rastro de los hermanos fugitivos, como un hurón, durante mucho tiempo.

Cuando descubrió dónde estaban, dio la orden a un enjambre de asesinos de atacar Osterode, sin piedad.

― ¡Buscad a Maran y a Norka! ¡Los quiero vivos! ―gritaba Seg a su horda.

Manhucht, junto con hombres y mujeres de su clan,  alejados del poblado, habían conseguido escapar de la matanza y se ocultaron bajo la cripta de la cueva sagrada. Nadie los encontraba.

― ¡Traedme una mujer preñada y un hierro candente! ―ordenó Seg a sus esbirros.

La mujer, antes de que le taladraran el vientre, les señaló dónde estaba la gran cueva. Cortaron su cabeza de un tajo y se dirigieron como perros rabiosos a la cercana montaña.

 ― ¡Seg! No podemos entrar ahí con armas, son pasadizos muy estrechos ―dijo un guerrero.
Cuevas de Osterode

― ¡Asfixiadlos! ¡Que nadie escape con vida! ―mandó Seg.

Llevaron un caldero de betún a la entrada y lo prendieron fuego; luego echaron cristales de azufre a las llamas y cegaron todas las salidas.

En la oscuridad del interior Maran se acercó a Manhucht.

― ¿Dónde está Norka?

―Muy lejos. A seis días de aquí. Ha ido a regalarle un potro blanco a su amiga Friederike ―respondió  Manhucht.

Una neblina amarillenta y mortal se deslizaba poco a poco entre las estalagmitas, como una serpiente de río, hasta enroscarse en las gargantas de aquellos hombres y mujeres de finales de la Edad del Bronce...

Maran y Manhucht, recostaron sus cabezas en las frías piedras del suelo de la cripta sagrada.

Murieron juntos, sin saber que Norka llevaba un hijo de Manhucht en sus entrañas.
                                                        
                                X

Ciento veinte generaciones después, Uwe Lange y Manfred Huchthausen, se reencontraron con sus ANCESTROS DE BRONCE gracias a Susanne Hummel, antropóloga de la Universidad de Gotinga (Alemania) y su equipo de científicos.


Susanne Hummel
“Tuvimos una buena suerte increíble, el material genético estaba tan fresco como el que toman los forenses,  a los tres días de un crimen, de la sangre o del semen de la víctima.

Algunos esqueletos estaban cubiertos con calcio, el mismo que formó las estalactitas y las estalagmitas durante milenios. Ese calcio preservó la estructura molecular de los huesos, por lo que en 2.007 pude extraer material genético de la mandíbula y de los molares del cráneo de un adulto, encontrado en la cripta de la cueva.

Luego convocamos a los vecinos de la zona y tomamos muestras de ADN a cerca de 300 voluntarios.

Encontramos dos casos positivos: los de Manfred Huchthausen y Uwe Lange, con total seguridad. Coincidían al 100% por 100%  con la muestra tomada a su antepasado. 

Hoy en día, se admitirían como prueba irrefutable de paternidad ante un Tribunal de Familia.

Nuestras pruebas de ADN demuestran que la gran mayoría de los 40 esqueletos encontrados en 1980 en esa cueva, eran parientes. Está claro que se trataba de una especie de cripta sagrada familiar, quizás la de un gran jefe y la de su clan. Se los enterró juntos porque pertenecían a la misma familia.

Estoy segura de que si se aplicara el test genético a una mayor población, aparecerían muchos miles de descendientes de este clan, desparramados por todo el mundo.

Fue un golpe de fortuna haber encontrado dos líneas de sangre que nunca se alejaron mucho de esta cueva: el hogar de sus ancestros de la Edad de Bronce".
Susanne Hummel.


Uwe Lange

“Jugábamos en estas cuevas de niños. Nunca me hubiera atrevido a entrar, de haber sabido que mi antepasado estaba enterrado allí.

Cuando nos hemos reunido todos los parientes del hombre de la cueva, tengo que admitir que no veo ningún parecido entre nosotros.”

Uwe Lange.


Manfred  Huchthausen

“La figura de cera de mi ANCESTRO DE BRONCE, se parece un poco a mí…

 A los que quieran saber cómo se siente uno pudiendo rastrear sus raíces familiares hasta 3.000 años atrás, puedo decirles que es imponente, sensacional y fascinante.

Tuve una extraña sensación cuando visité la cripta, pero cuando me dejaron tocar los huesos de mi antepasado, sentí una gran emoción ¡Mis manos sostenían 120 generaciones de mi familia!”

Manfred Huchthausen.


Marcuan: 19/12/2012. Copyright.



miércoles, 12 de diciembre de 2012

ANCESTROS DE BRONCE I



12-12-12.

Sí, parece una fecha mágica y lo es para mí: hoy es el cumpleaños de Manfred Huchthausen. Junto con su convecino Uwe Lange, son las únicas personas de la Historia de la Humanidad,  que han podido ver y tocar los huesos de un antepasado suyo de hace 120 generaciones: unos 3.000 años atrás. Vivió a finales de la Edad del Bronce, en el corazón de Alemania.

La antropóloga Susanne Hummel, de la Universidad de Gotinga,  demostró que ambos eran parientes de un cráneo encontrado en 1.993 en una cueva de Lichtenstein, mediante pruebas realizadas con técnicas forenses irrefutables:  las de A.D.N. y Carbono 14.

Me pareció un hecho extraordinario; pero aún me llamó más la atención que Manfred fuera maestro de escuela, de mi misma edad, viviera en un pueblo y tuviera dos hijos: igual que yo. Le escribí en español y me contestó en alemán, pero nos entendimos. Maravillas de la tecnología.

Esta novela corta es mi regalo de cumpleaños: Felicidades Manfred.

Manhucht, el nombre del protagonista nibelungo,  es el acrónimo de las primeras letras de Manfred Huchthaussen. Maran es el mío. 

Hasta pronto, amigos.




I

La aldea ardía mientras hombres armados, montados a caballo, de cabellos largos y rubios, clavaban sus lanzas de hierro en las espaldas de los que intentaban huir. Se oían gritos de muerte.

Maran se escondió en la bodega, junto con su hermana pequeña Norka y apiló unos odres de aceite detrás del portillo. Todavía no era un guerrero y su padre les había ordenado ocultarse, mientras sacaba la espada y el escudo de bronce para repeler el ataque. Nunca regresó.

Tenía mucho miedo y en esos momentos Maran echaba de menos la compañía de su madre, muerta al nacer Norka.  De pronto alguien gritó, en una lengua desconocida, dentro de la casa.

― !Buscad oro y plata¡ ¡Algún tesoro tendría el jefe de este poblado!

Cuando lo sacaron tirando de él por los pelos, intentó agredir con los puños a un gigante protegido con cota de malla,  que rompió a reír a carcajadas. Y se durmió del puñetazo.

Invasión celta
Una oleada de hordas celtas había invadido el sur de Iberia, llegando hasta el valle del Guadalquivir, a finales de la Edad del Bronce. 

Wotan era el jefe de un grupo de guerreros, crueles como una manada de lobos. Le acompañaban  sus dos lugartenientes: Thor y Seg. Eran hermanos y como los perros de presa, jamás soltaban a sus víctimas hasta haberlas destripado.

― ¡Thor! Ata con cadenas a estos dos críos, me los quedaré como esclavos. ¡Seg! Fortifica la muralla ―ordenó Wotan a sus hombres ―. Este es un buen sitio para vivir: nos instalaremos aquí. Yo ocuparé esta casa.

Thor y Seg
―Deberías matarlos como a perros sarnosos ―contestó Thor.

―Haz caso a mi hermano, Wotan ―dijo Seg ―o algún día podrías arrepentirte…

Cuando Maran recobró el conocimiento escupió la sangre coagulada de su boca, de sabor amargo, y escuchó el llanto de Norka, acurrucada junto a él. Luego vio acercarse al guerrero que le había golpeado. Llevaba el torso desnudo y se fijó en el color de su piel, blanca como las salinas del mar. Traía un cuenco en la mano.

―Agua ―dijo Wotan sonriéndole ―agua ―. Y  agachándose se la ofreció. Viendo aquellos niños, Wotan recordó con tristeza que su mujer y sus dos hijos no habían logrado sobrevivir al largo viaje desde el Norte.

 ―Agua, agua ―repitió Maran, dando de beber primero a su hermana. Empezaba a aprender la lengua celta.
                                              

II

Foto: Marcuan

En esos mismos instantes, lejos de allí, en el corazón de Germania; vivía Manhucht. Cuando se reunían las familias del poblado, en las noches de luna llena, siempre llegaba primero a la gran cripta de la cueva sagrada. Las historias que contaba el viejo hechicero, le fascinaban.

Cuevas de Osterode
Todavía era un niño y no podía pasar aún las pruebas para ser guerrero y cazador. Cuando lo consiguiera, iría hasta el Gran Lago Sin Fin Rugiente, habitado por gigantescos peces y donde los hombres de los Pueblos del Mar, flotaban subidos en troncos de árboles huecos. Él también flotaría.

A la mañana siguiente, temprano, cruzó el bosque de Harz hasta llegar al río en el valle. Tenía que estar preparado para ese viaje. Eligió una gruesa rama de abedul y se lanzó al agua helada. El tronco, al girar, le derribó. 

Manhucht chapoteó como un perro para luchar contra la corriente, que le arrastraba. Cuando sus músculos se entumecieron y comenzaba a hundirse, apareció Tucht, su padre, poniendo al alcance de su mano el mango de una lanza.

Bosque de Harz
― ¡Ah! ¡Hoy comeremos pez asado sin escamas! ―dijo, mientras tiraba de él.

Manhucht no podía reírse porque tiritaba y le castañeteaban los dientes. Tucht lo arropó en una piel de búfalo y se lo cargó al hombro como a un cervatillo. Estaba orgulloso de la valentía del más pequeño de sus hijos. Algún día sería un gran cazador y un gran jefe. Como ahora lo era él.

                                                       
                                  III

Habían pasado diez años desde que Maran vio relucir por última vez las armas de bronce de su padre. Todavía, en lo más profundo de su  corazón, seguía odiando a Wotan.

Wotan había sido educado en la cultura de los hombres de Hallstatt y conocía los secretos del hierro. Ahora intentaba enseñárselos al joven ibero.


― ¡Maran! Mueve el fuelle con más ritmo o no podremos fundirlo ―gritó mirando el horno.

Poco después el crisol escupió, chisporroteando, una culebra de fuego que fue llenando lentamente el molde, hasta rebosarlo. Entonces Maran lo retiró con cuidado; volcó su contenido sobre el yunque y comenzó a golpear la piedra fundida con un martillo pilón, sosteniéndolo con unas tenazas, para separar la escoria del hierro puro.

― Ya sabes lo suficiente. Fabricarás tu propia espada con esta colada ―dijo Wotan ―. Le pondremos una empuñadura nielada de plata y oro. ¿Qué forma prefieres?

― La falcata ―contestó Maran.

Falcata ibera

Siguió martilleando con furia aquel hierro al rojo vivo, mientras saltaban chispas incandescentes que rebotaban por las paredes de la fragua.

Wotan admiró su maestría y sus fuertes brazos. No se arrepentía de haberle perdonado la vida.

Norka, en ese tiempo, se había convertido en una mujer bella y de agradable trato. 

Además de llevar la casa, diseñaba dibujos geométricos que luego se gravaban en las placas de cinturones, pulseras de oro y fíbulas del taller de Wotan. A veces hacía dibujos de su animal preferido: el caballo. 

La espada de su hermano llevaría uno.

Wotan sostuvo sobre su cabeza, en horizontal, la falcata de doble filo forjada por Maran  y la dobló, hasta que la empuñadura y la punta tocaron sus hombros. Cuando soltó de golpe la hoja de acero, ésta vibró como un muelle y se estrelló contra el techo.

Recogió la espada del suelo y comprobó que la hoja estaba tan recta como al principio: tenía un buen temple.

Acompañaría a Maran en el más allá.


                                 IV

Durante esos diez años, Manhucht se había convertido en el más veloz de los cazadores del bosque. Hasta que dejó de ser como los demás: no mataba a sus presas.

Bosques de Harz

Lo decidió el día que abatió a una yegua salvaje, dejando huérfano a su potro. Se lo llevó a la cabaña y lo ató en la empalizada. 

Lo estuvo alimentando con su propia mano día y noche,  durante un año. Cuando desató las patas del animal, éste no quiso volver a la vida libre de las praderas. 

Desde entonces Manhucht, criaba hermosos caballos.

Una noche miró al cielo. Se acercaba la luna llena y recordó las historias del hechicero. 


Era el momento: estaba preparado. Habló con su padre para pedirle que le señalara la ruta hacia el Gran Lago Salado. 

― Con una condición ―dijo el viejo Tucht ―vete con un grupo de hombres armados. Ponte este torque de oro en el cuello, te protegerá.
Torque de oro celta

Manhucht no tardó mucho en encontrar a cuatro guerreros dispuestos a acompañarle en su aventura.


                                   V

Thor, el lugarteniente de Wotan, estaba ebrio. Había fermentado varios barriles de cerveza y fue a la casa de su hermano Seg para seguir bebiendo con él, pero no lo encontró. Así que, bamboleándose,  dirigió sus pasos hacia la de Wotan, para invitarle a que los probara.

Le abrió la puerta Norka y al verla, un latigazo de deseo le recorrió las entrañas. Norka apartó de sus ojos la mirada torva de aquel hombre y se hizo a un lado. Estaba sola.
Norka
― Voy a la fragua a buscarles, tardo un momen…

Con una zarpa le tapó la boca cuando cerró la puerta, mientras que con la otra hacía girones la camisa de la muchacha.

Thor, por un instante, quedó paralizado al contemplar la belleza de aquel cuerpo desnudo, en todo su esplendor.


Norka aprovechó ese momento para morder la mano de su atacante, dándole una dentellada tan fuerte que le hizo sangrar. Entonces, un puño en forma de maza golpeó su cabeza lanzándola contra la cerámica de la alacena, que se rompió en pedazos.

El guerrero celta la arrastró seminconsciente hasta las esteras y empezó a desabrocharse la fíbula de la placa del cinturón.


Wotan
Se lo había regalado Wotan… El mismo que en ese instante estaba atravesando su corazón, con la falcata de Maran.


―Viste a Norka ¡rápido! ―gritó Wotan a Maran ―y busca a tres esclavos de tu confianza. Os espero junto al río, en la gran barcaza.

Estuvieron todo el día llenando la nave de provisiones y lastrándola con lingotes de hierro en forma de almendra. Por la noche se despidieron en el muelle.

―Seguid la costa con rumbo Norte, hasta encontrar el Gran Canal Entre Tierras;  desembarcad y dirigíos  hacia Oriente. Esconderos en los bosques de Tucht ―dijo Wotan ―. Maran, ponte este torque de oro en el cuello: te protegerá.  Que los dioses os guíen. Espero que me hayáis perdonado.

Los dos hermanos abrazaron a Wotan, antes de partir. (Continuará)



 Marcuan: 12/12/12. (Continuará) Copyright.