martes, 19 de marzo de 2013

CHICLE BOMBA


Hace un par de meses presenté este relato en un concurso. Se ha defendido, pero no ha pasado a la final: No soy suficientemente buen escritor...todavía.

Para concursar tuve que sacarlo del blog y, ahora, vuelve a él, sin "barco" pero con "honra", parodiando al segundo de nuestros Felipes ¡que ya van unos cuantos!

Que os divierta, aunque se basa en hechos reales.





“Me llamo Maximiliano Bravo y acabo de volarme la cabeza mascando un chicle.

Yo había estudiado Ciencias Químicas en México y todas las mañanas, cuando entraba en el laboratorio, tenía la costumbre de introducir mi chicle en una probeta con un líquido de colorante hidroaromático, para aumentar su sabor. Una manía que me ha costado la vida.

Ahora, cuando estaba haciendo un Máster en Tecnología y Gestión de la Industria Química en el C.E.S.I.F. de Madrid, Pancracio Gusano, el director del Máster, me ha cambiado el líquido inofensivo donde sumergía mi chicle, por otro con un producto químico no identificado, pero altamente explosivo…”

                                 
Carmen Reina de Quirós, comisaria de Interpol en la Unidad de Drogas y Crimen Organizado, había conocido muertes raras, pero como aquella, ninguna. Estaba inspeccionando un cadáver al que le había estallado la cabeza por masticar chicle.

Pero muerte rara o no, había que investigarla.

— ¿Era usted el director del Máster del fallecido? —preguntó Carmen. 

La comisaria Reina era una mujer atractiva, lo sabía y no le daba reparo alguno en utilizarlo cuando venía bien para sus pesquisas. En este caso no era necesario.

—Sí —dijo Pancracio Gusano.

El Director del Departamento de Química, un hombre de modales untuosos, era Doctor en Ciencias Bioquímicas y ansiaba ser propuesto algún día como candidato al Premio Nobel. Desde que tenía uso de razón había sufrido burlas por parte de sus compañeros  de colegio, de universidad y de trabajo. Conocía la crueldad como la palma de su mano y se propuso combatirla siendo el número uno en sus estudios. Su nombre y apellido le habían marcado a fuego.

― ¿Puede contarme cómo ocurrió, doctor Gusano?

—Pues verá, comisaria, Maximiliano tenía el hábito de introducir su chicle en polvo de ácido  para mejorar su sabor. Pero hoy ha debido de equivocarse de recipiente y lo ha mezclado con Gusanotrinitrotolueno…

— ¿Con “Gusano… qué”?—dijo Carmen.—Ese nombre no lo he oído nunca.

—Sí, es una nueva fórmula química que he inventado hace poco y que multiplica por cien mil los efectos del explosivo… —contestó Pancracio.

— ¡Eso es mentira! —gritó Leila desde el fondo del laboratorio. —Maximiliano se quedaba trabajando hasta muy tarde y  me dijo que tenía miedo de que El Gusano le robara su fórmula secreta ¡Fue Maximiliano quien la descubrió! ¡Miren en su computadora! 

—Y usted ¿quién es? —preguntó la comisaria. Se dirigió hacia la mujer.

—La limpiadora… y su amante, íbamos a casarnos este verano en Perú —contestó Leila. Bajó los ojos llenos de lágrimas.

—Queda usted detenido, doctor Gusano. Por favor André, léale sus derechos y póngale los grilletes —dijo la comisaria.

A su compañero André Puig le costó aguantar las ganas de reir. 


Mientras Carmen Reina de Quirós abría la puerta trasera del coche patrulla, para introducir al presunto asesino, recordó las palabras de Albert Einstein: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo, no estoy seguro”. 

Albert Einstein

—Quizás tuviera razón —pensó en voz alta.



Marcuan.



sábado, 9 de marzo de 2013

LA CHICA DE LA MIRADA TRISTE



Esta historia, basada en hechos reales, se cruzó en mi vida hace tiempo; pero no la pude olvidar.

Volvemos. Como Alonso Reques de Guilarte.

                                                     I


Cuando a mi padre, teniente de la Guardia Civil,  lo destinaron a Vascongadas en la época más dura y sangrienta de la Transición española, nuestra madre tomó una decisión: ingresarnos en un internado de religiosas de Madrid.

Éramos muy pequeños. Mi hermano José tenía seis años y yo uno menos. Cuando la monja cogió nuestras manos  de las de mi madre y nos introdujo en el convento, un inmenso pasillo apareció ante nuestros  ojos.
El suelo estaba enlosado con rombos de mármol blancos y negros, pulidos como un espejo.

Mi hermano se soltó de la monja de golpe y echó a correr, yo le quise seguir, pero trastabillé y caí de bruces. José se paró en seco, volvió, me montó a caballito y, entre risas, llegamos hasta el final del claustro, se abrió  una puerta y chocamos contra un hábito,  blanco como la vela de un barco. Sor Jimena, una novicia joven y sonriente, nos abrazaba y besaba con cariño. Olía a vainilla y a chocolate.

En el patio del colegio nunca tuve problemas: mi hermano me protegía.

― El que haga algo a María, se la carga.

Siempre que podíamos íbamos juntos a todas partes. Fueron muy felices aquellos años del Parvulario.

Nuestros padres regresaron sanos y salvos y volvimos a casa.

                                II

Vivimos buenos tiempos en Madrid, siempre juntos en el Instituto y en la Universidad, hasta que mi hermano se casó. Recuerdo que un día, hace 16 años, desde Galicia, su primer destino como Guardia Civil,  José me llamó por teléfono.

― Mari, tengo que hablar contigo, me quiero separar, te echo mucho de menos ―me dijo.

― Pero, ¡qué dices! ¡Si tu hija todavía no ha cumplido los dos años! ―contesté.

― Bueno, mira, cojo la moto, me acerco a Madrid esta semana y lo hablamos. Estoy fuera de servicio tres días.


Nos encantaban las motos. De jóvenes, salíamos todas las semanas con un grupo de amigos. José no consentía que nadie me llevara detrás, ni yo lo quería; nos sentíamos más seguros los dos, pegados como una aleación a su Honda CBR, un torpedo que podía alcanzar los 300 km/h


Todos nos consideraban los mejores jinetes del asfalto.
                                              
                                 III

― Tu hija, José, necesita una madre y un padre para tener una buena estabilidad emocional. No te separes, piensa en Isabel, aguanta ―dije a mi hermano ―y esas historias de que tu mujer me tiene celos porque me quieres más que a ella, son imaginaciones tuyas Pepón ¡Pero qué burros sois los tíos!

― Pues me ha dicho que tú eres más madre de Isabel que ella misma ―contestó.

― ¡Pues claro que quiero a mi sobrina como una madre, idiota! Es un encanto de cría. Y ahora escúchame: tienes que vender tu moto, debes pensar en el futuro de tu hija, evitando correr riesgos innecesarios.

― Ya está vendida ―dijo José ―. Esta mañana se la tenía que entregar al comprador, pero me ha llamado para decirme que hasta la tarde no puede recogerla. Así que me voy a dar una vuelta y vengo a la hora de comer ¿O.K.?

― Vale, pero no hagas tonterías y no vengas tarde ¿eh? Prepararé nuestro plato favorito.

                                IV

Floriano Bárcenas venía de hablar con el Alcalde del pueblo y estaba eufórico, acababa de conseguir recalificar unas tierras agrícolas en urbanas: un pelotazo de muchos millones.  De vuelta a Madrid se paró en el primer restaurante de carretera que vio.  Había pedido champán para comer.

― ¡Camarero! Le he dicho que me traiga champán, no cava, ¿entiende lo que le digo?

― Sí señor, disculpe usted, ahora mismo se lo sirvo ―dijo el camarero retirando la cubetera.

Cuando arrancó su Land Rover plateado, último modelo, se sentía un hombre muy importante. Eructó y un olor agrio se esparció por el interior del todo terreno. Iría a celebrarlo con su amante esa misma tarde, antes de volver a casa,  y había que darse prisa. Mucha, mucha prisa.

El coche de delante no quiso darle paso y al final de la recta aceleró, para adelantarlo en una curva que giraba a la derecha…

                                               V

José disfrutaba conduciendo aquella máquina prodigiosa  que aportaba un plus de exclusividad, no sólo por su decoración, sino por sus sofisticados sistemas electrónicos.  

Gracias al control de lanzamiento y de tracción ajustable en marcha, uno podía sentirse el mejor piloto de motos del mundo, como Doohan, su ídolo.
Doohan

Iba despacio, dentro de los límites de velocidad, hinchando sus pulmones con los aires del campo de la meseta, que tan buenos recuerdos le traían. Olía a hierba recién cortada.

María tenía razón, le haría caso en todo. Pensó en la comida que le esperaba y empezó a salivar, como los perros de Paulov.

Inclinó la Honda para dar una curva de izquierdas...

― ¡Oh! ¡Dios mío!


 Y un barrido en negro lo engulló.



                                                                                        
                                               VI

“Señoría, declaro bajo juramento que el Land Rover que me adelantó por la izquierda, en línea continua,  iba tan rápido que no llegué a verlo pasar. No fue el motorista el que invadió el carril contrario, como se dice en el atestado, sino fue el todo terreno el que adelantó por prohibido. No he venido antes a declarar porque he sufrido una fuerte depresión, después del accidente”.

                                               VII

Mi hermano José y yo hemos tardado diez años en volver a subir juntos en una moto. Sólo los auténticos moteros sabemos el sufrimiento que  produce estar tanto tiempo sin poder salir a la carretera. No nos atrevimos a subir en mi Yamaha Nana hasta que un día, después de ver el rostro de mi sobrina, una hermosa joven de 18 años, clavada a su padre, nos decidimos.

Fue fácil, cuando llegué a aquella curva, un fogonazo de luz blanca nos volvió a fundir como una aleación metálica de cobre y estaño.  Sentí que José cabalgaba a mi espalda, conmigo y volvíamos a ser los mejores jinetes del asfalto. 
           
                                         VIII


María estaba en la puerta del bar, fumándose un cigarrillo en la medianoche madrileña. Se protegía del frío de Febrero con su chupa motera. Era una mujer atractiva de mediana estatura, terminando la treintena.  Su pelo lacio y negro remarcaba una cara bonita, de piel blanca y nariz recta.

Alonso Reques de Guilarte aparcó su moto Trici en la acera, junto a las demás, se quitó el casco y, dando un par de pasos, se le acercó.


― Hola ¿Eres Nana―preguntó.

― Sí, soy Nana, pero me llamo María.


 ―Yo soy Marcuan.  Vuestro grupo me ha invitado a tomar unas cañas, a través del foro de Moterus ―explicó Alonso―. No conozco a nadie.

― ¡Oh, Marcuan! ―. Tenía ganas de ponerte cara. Vamos dentro, te presentaré a los demás ―dijo, espachurrando la colilla en el cenicero y clavando sus ojos oscuros en él.

María tenía un cuerpo con forma de reloj de arena, que movía con naturalidad y gracia. Desprendía simpatía y ternura por todos los poros de su piel.

Alonso Reques de Guilarte acababa de conocer a la Chica de la Mirada Triste.


Marcuan 09/03/2013.