martes, 23 de diciembre de 2014

PLATA Y ORO PARA PLATERO


 Queridos amigos lectores. Os deseo una Feliz Navidad. 

Y también a los animalitos de todos los belenes del mundo. Este relato, por desgracia, se basa en hechos reales.






― Votos a favor… Votos en contra… Abstenciones…   ¡Ea! ¡Queda aprobado por unanimidad! Se levanta la sesión. Estas Navidades tendremos un  belén viviente ―dijo el alcalde.

Cogió su vara de regidor de encima de la mesa y se levantó. Entonces se dio cuenta de que estaba adornada con hojas de acebo. Un detalle de Paula, su hija. Sonrió.

Los concejales se pusieron en pié  y,  pelillos a la mar, entre apretones de manos, besos y abrazos, se felicitaban las Pascuas unos a otros.

― ¿Y habrá burros de verdad? ―preguntó el del PP.

― Este pueblo está lleno, Mariano, porque hay que ser burro de verdad para votaros a vosotros ―contestó riendo el de IU.

― ¡Y que lo digas Curro, a rebosar, pero si hasta tenéis mayoría absoluta…! ―terció el del Olivo-Equo-Ecologistas.

― ¡Claro Roque, porque vosotros estáis todavía verdes! ―dijo Mariano soltando una carcajada.

― ¡Ea! ¡Se acabó! ¡Señores, hay que tener espíritu navideño! Te recuerdo Mariano que tu hija va a hacer de Virgen María y tu hijo, Curro, de San José  y el Verde nos va a prestar a su nieto rubio, para que haga de Niño Jesús.

― ¿Yo? Sí hombre, para que esté en los brazos de una pija… ¡ni loco! ―protestó Roque.
― ¡A que te doy un varazo! ― dijo riendo el alcalde, levantando el bastón de mando ―. Venga os invito a tomar algo en el mesón y así vemos los burritos que han traído; hay uno que se llama Platero. Parece todo de algodón.

A Peláez no le importaba mucho, incluso lo prefería. Por eso se había presentado voluntario en su Comisaría para hacer el servicio nocturno en la Nochebuena. Se encontraba más sólo que nunca. Un día, sin saber todavía muy bien por qué, se fue de Madrid. No había funcionado lo de Fuencisla.

Bajó al Sur, donde se estira el sueldo mientras se bebe sol y se come mar.

― ¡Atención coche patrulla R15! ¿Está usted a la escucha, Sr. Peláez?

Se aproximaba el alba. Había sido una Nochebuena tranquila. Hacía doce grados de temperatura. Cuando tomó el relevo en Comisaría, oyó a sus compañeros quejarse del frío. ¿Qué podían saber ellos de frío?


SEGOVIA

Churrería La Marina. Cádiz.

― ¡R15 a la escucha Mara! ¡Qué pasa! ¡Dígame!

De niño, cuando amanecía un día nevado, su madre lo abrigaba bien abrigado para que bajara a jugar con sus amigos a diez grados bajo cero;  y no lo dejaba ir al colegio de los Maristas, al otro lado de la ciudad.

― Tranquilo Sr. Peláez, no se preocupe, no es nada urgente… Tenemos una queja de un miembro de la Asociación en Defensa del Borrico… Parece ser que están maltratando a un burro en una localidad cercana a donde se encuentra usted…

― ¿Burro? ¿No será una boa? ―dijo Peláez recordando a la que salió del retrete en Madrid, la Nochebuena anterior*.

― Disculpe, Sr. Peláez, no lo entiendo; aquí pone burro, no boa…

― Perdone  Mara, era una broma ―dijo Peláez ―ya se lo contaré otro día.

― ¡Digo!  Mañana, cuando acabe el servicio, podemos tomar un chocolate con churros en la cafetería La Marina: abre el día de Navidad ―contestó Mara― ¿Sabe dónde está?

― No.

― Yo le acompaño; está junto a la plaza de las Flores ―dijo Mara.

A Peláez, cuando vio a Mara por primera vez, le pareció una mujer grande y guapa, rubicunda, con una elegancia natural. Era tímida y muy seria en el trabajo. Apenas se relacionaba con sus compañeros.

Por la tarde, al ir a recoger las llaves del coche patrulla, se cruzaron sus miradas y Peláez pudo asomarse a unos ojos de color arena marrón oscuro, donde, por un segundo, vio las cicatrices que deja el sufrimiento.

― De acuerdo  Mara, me vendrá bien algo caliente para desentumecer los huesos. ¡Menuda humedad hace por aquí abajo!  ¿Qué pasa con Platero?

― ¡Digo!  ¿Cómo lo sabe usted? Sí, así se llama el burrito. Sólo tiene cuatro meses.

― Es que antes leía mucho... ―dijo Peláez.
Hasta los coches patrulla van más despacio en el Sur… o eso le pareció a él.

No pudo pasar hasta la plaza del pueblo, un bolardo se lo impedía. Cuando se bajó, un hombrecillo se le cruzó en la bocacalle.

― ¡Policía! ¡Por fin! ¡Cuánto han tardado ustedes! ―gritó nervioso.

― Vengo sólo, tranquilícese y cuénteme. ¿Identificación? ―contestó Peláez.

― Me llamo Curro. Soy concejal del ayuntamiento. Un hombre ha entrado sin permiso en los corrales del belén viviente y se ha subido en un borrico. Lo va a aplastar.

― ¿Aplastar a un burro? Hombre… los burros se montan en mi pueblo, al menos eso es lo que recuerdo.

― ¡Venga, venga conmigo, rápido!

Peláez lo siguió con una sonrisa de sorna en la cara, hasta que llegó a la plaza y se le heló la sangre.

Un hombretón, de mediana edad, agarraba de las crines a un borriquillo a galope y se subía a él de un salto. Su cuadrilla, entre risotadas y palabrotas, le jaleaba.

 Uno de ellos sacó su móvil y le fotografió. El burrito rebuznaba de miedo y dolor. Un niño pequeño empezó a llorar.

― ¡Pareces Sancho Panza, joputa! ―gritó el del móvil.


Peláez se acercó rápidamente,  crispado.

― ¡Bájese del burro! ¡Ahora mismo! ¡Ya! ¿Me ha oído, pedazo de zulú?

No obedeció la orden: el borriquillo se había desplomado bajo sus piernas y resoplaba agonizante.

Entonces el gigante giró su cabeza, como un periscopio, localizando a Peláez y lanzándole una mirada de torpedo.

― ¿Y a este joputa quién le ha dado vela en este entierro?

Peláez saltó a la torera la valla del corral y ambos hombres se pusieron frente a frente, en el centro del corralito, congestionados, con la sangre hirviendo en sus venas.

Parecían David y Goliat.

― ¡Vamos  Pepe, dale una paliza a ese chulo del Real Madrid! ―gritó el del móvil
―. ¡Vas a salir bien guapo en los vídeos de primera! ¡Jajaja!

José Montoya, de 149 kilos de peso y casi dos metros de estatura, no estaba acostumbrado a obedecer y menos con lo que había bebido en la Nochebuena.

Alberto Peláez, sesenta y ocho kilos y uno setenta de altura, Policía Nacional, servidor público de la ley, dudó de tomarse la justicia por su mano.

No le dió tiempo. El primer puñetazo le rozó el pómulo, rasgándolo como una navaja bandolera, pero el segundo lo alcanzó de lleno en el hombro derecho. 

Peláez hincó una rodilla en tierra al sentir una brutal punzada de dolor. Su mano derecha, agarrotada, no obedeció la orden de sacar el arma de fuego. Y lo vio venir a la carrera, como un búfalo enfurecido.

Se apartó a tiempo para esquivar la embestida, le puso una zancadilla y empujó con toda la fuerza de su mano izquierda a aquella mole cargada de odio y alcohol, que cayó de bruces contra el abrevadero de mármol.

Cuando oyó el crujido, sabía que aquel desgraciado no se levantaría jamás: se había roto el cuello y yacía junto a Platero.

Ambos estaban inermes.

El chirrido del cerrojo de la celda le despertó al abrirse de golpe y se quedó boquiabierto al ver entrar a Mara con una bandeja repleta de churros, dos tazas y una jarra con chocolate caliente, humenate.

― Buenos días Sr. Peláez, ya que hoy no podemos ir a La Marina, he pensado tomar los churros aquí ―dijo Mara sonriendo. ― ¿Qué le parece?

Iba sin uniforme. Su pelo encrespado y rubio, rizado, remataba un cuerpo rotundo de reloj de arena, mientras sus oscuros ojos castaños lo miraban con dulzura. La sonrisa, tierna y sincera de su rostro, le contagió de alegría.

― Llámame Alberto, Mara ―dijo Peláez con mirada húmeda― y muchas gracias.

― No te preocupes Alberto. Hoy mi amigo Juan Carlos está de servicio en los calabozos y me ha dicho que dentro de un rato te llevará a declarar ante la jueza. No te pondrá grilletes. Su señoría se llama Elvira y somos viejas conocidas del colegio. Te tratará bien. Tú no has tenido la culpa de nada.

― Me acusará de homicidio preterintencional. Dura lex, sed lex: la ley es dura, pero es la ley.

Peláez se quitó las dos alianzas, una de oro y otra de plata, que llevaba en el dedo corazón de su mano izquierda. Eran viejos metales comprados en tiempos más felices y se las dio a Mara.

― Toma: plata y oro para Platero. Con ello podrás pagar la incineración del burrito y unas flores para ponerlas en su tumba.

― ¡Feliz Navidad, Alberto! ―contestó Mara―. Y le estampó un beso en todo el morro.

Marco. Navidad 2014.
*Ver relato titulado: Nochebuena.
In Memoriam:

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.
Juan Ramón Jiménez.















lunes, 20 de octubre de 2014

BESOS DE SAL

Quizás fue un sueño... O no...

Que os guste.





Salió del hospital al anochecer, cruzó la ancha avenida en dirección a las playas y se acercó despacio, andando sobre la arena como una diosa fenicia.

Alonso la esperaba, mirando el océano donde acaba Europa y nace la desesperación.

Una luna llena iluminó a la mujer como un foco de cabaret, destacando su figura. Una figura menuda, redonda, cubierta hasta los tobillos por un vestido largo y ajustado, que dejaba ver un busto exuberante y un hermoso rostro.


     Ni nardos ni caracolas
     Tienen el cutis tan fino,
     Ni los cristales con luna
    Relumbran con ese brillo.**


Olía a salitre y a caballas frescas.



―Mi padre ha muerto. El cáncer lo ha vencido. Sólo puedo quedarme un rato contigo, pero lo necesito.

Alonso se volvió y la estrechó entre sus brazos. Al principio con ternura, luego con la furia de un centauro.

―¿Necesitas algo? ―dijo Alonso.

―Sí. Que me ames ―contestó la mujer.

Alonso la cogió en vilo y la sentó en la proa de una barca de pescadores.


          …sus muslos se me escapaban
          como peces sorprendidos,
          la mitad llenos de lumbre,
          la mitad llenos de frío…**


Los golpes de espuma de las olas ahogaron sus suspiros de pasión, mientras la ciudad dormía entre girones de bruma húmeda y azulada.

La mujer, con la melena revuelta por el viento como una veleta, miró a Alonso con ojos encendidos.

―Tus besos saben a sal ―susurró en su oído.


          …sucia de besos y arena,
          Yo me la llevé del río…**


―¡Doctora Patricia! El motero accidentado está saliendo del coma, ¿puede venir a verlo, por favor?  ―dijo la enfermera.

Alonso Reques de Guilarte abrió los ojos poco a poco y se encontró con los celestes de Patricia Gilarranz Cortés, doctora en Traumatología del Hospital Puerta del Mar.

―Y yo me la llevé al río creyendo que era mozuela… ―balbuceó Alonso.

―¿Río? ¿Qué río? No, Alonso, usted pasaba con su moto por el puente de Carranza y una ráfaga de viento huracanado lo lanzó al mar. ¿Lo recuerda? ―dijo la doctora.


Puente de Carranza (Cádiz)

Levantó los párpados de Alonso para iluminarle los ojos con una linterna.

 ―¡Mi Trici! ¿Dónde está mi Trici? ―gritó Alonso.

―¿Su qué? ―preguntó Patricia.

―Su motocicleta, doctora, un cacharro con tres ruedas ―informó la enfermera.

―¡Ya estamos como en Barcelona*! ―protestó Alonso.  ―¡¡¡Mi moto no es un cacharro!!!

―Déjeme ver el atestado de la Guardia Civil ―dijo Patricia a la enfermera.

Después de echarlo un vistazo, Patricia se acercó a Alonso, lo cogió de la mano, con dulzura.

―Su Trici está en el fondo del mar, matarile, rile, rile, como las llaves de la canción ―dijo riendo la doctora.  ―Pero se recuperará, como se recuperará usted Alonso. Ya lo verá. Ha tenido mucha baraka.


―¿Baraka? ¿Y eso qué es? ―contestó Alonso.

―Buena suerte, Alonso, muy buena suerte. Ahora relájese y descanse, yo cuidaré de usted, no se preocupe por nada, descanse. Piense en lo que pasó en ese río…


     …En las últimas esquinas
     Toqué sus pechos dormidos,
     Y se me abrieron de pronto
     Como ramos de jacintos…**





MARCUAN: 13/10/2014

* Ver relato Marga: Un misterio de mujer I.

** Estrofas de "La casada infiel" del "Romancero gitano" de Federico García Lorca.

viernes, 22 de agosto de 2014

LIMPIEZA GENERAL

Las aventuras de Alonso y Trici por el Sur. ¿Se bajarán al moro algún día?

Ya veremos, dijo un ciego.

I

Segovia

Hace muchos, muchos años, en los tiempos de Maricastaña, erase que se era una ciudad medieval, rodeada de murallas a las que se asomaba un milenario acueducto romano.

―Maese Marcos, nuestro taller de sastrería está en la ruina; la mujer del Gobernador se niega a pagarnos lo que nos debe: más de un millón de maravedíes.

―Maese Rafael ¡Qué me decís! ¡Por los cuernos del buey de San Lucas! ¡Si ayer la vi en su carroza, cargada de collares!


―…Que tampoco ha pagado a Maese Eugenio, el maestro orfebre… Su marido apoyó el golpe de Estado de la nueva reina Isabel, en contra de la Beltraneja.
Será ascendido a Generalísimo de los Ejércitos Reales ―respondió Maese Rafael, cabizbajo.


Isabel I es proclamada reina de Castilla en el Alcázar de Segovia. Foto: Marcuan.


― ¡Que el diablo les bese en el ojo que no tiene niña! ¡Voto a bríos! ―dijo Maese Marcos mesándose la barba.

     II


Alonso hizo limpieza general en su nueva casa, llenando un par de bolsas grandes de basura.

Comenzaba una nueva vida y mucho de lo que se deshacía, le recordaba la anterior.

Tigri. Foto: Marcuan

―Tengo que sobrevivir Tigri… y se me ha olvidado hasta freír un huevo ―le dijo a su mascota, un tigre de peluche de ojos grandes y mirada fija.


III

Francfort del Meno
Maese Marcos y Maese Rafael huyeron de su ciudad, para evitar a los acreedores.


Anduvieron y anduvieron, sin descanso, hasta llegar al corazón del Sacro Imperio Romano Germánico: Francfort del Meno.

Durante el largo camino elaboraron un arriesgado plan. Pero eran valientes e ingeniosos.

Muencheberg (Alemania)

―Maese Rafael, una antigua amante nibelunga me ha conseguido una Audiencia, dentro de tres días, ante el Emperador y su Corte,  para comprobar si son ciertos los rumores que hemos sembrado por la ciudad ¿Tiene vuesa merced preparada la tela mágica, que sólo pueden ver las personas honradas y honestas?

―Sí, amigo mío, aquí os la muestro ―dijo Maese Rafael enseñándole las manos desnudas ―. ¿Vos podéis ver y apreciar su maravilloso hilado de oro y plata, de tacto suave como las plumas de ganso y tan firme como los pechos de una joven teutona? ―dijo Rafael ―. Además huele a cantueso.

― La veo, la huelo y la palpo en todo su esplendor Maese Rafael ¡Qué maravilla! Le haremos con ella un traje único al Emperador de la Cristiandad ―contestó Marcos.

Ambos se guiñaron un ojo y se echaron a reír.

IV
La Chica del Cabello de Fuego. Foto: Marcuan.

―Hola Alonso, soy Carmen Reina de Quirós. ¿Te acuerdas de mí?

 ― ¡A sus órdenes Comisaria! ―dijo Alonso, respondiendo a la llamada de teléfono de su antigua amiga.

― ¡Déjate de tonterías, letrado, que te enchirono! Jajaja ―rió Carmen ―. Estoy informada de que te has bajado al Sur, ¿es que te has creído lo de la canción? 
  
―¿Canción? ¿Qué canción? ―dijo Alonso.

Atardecer en Rota (Cádiz)
―¡Pues la que dice que para hacer bien el amor hay que venir al Sur! ¡Pedazo de carajote! ¿Sabes lo que significa carajote? ―respondió Carmen.

―Más o menos. Me lo explicó por encima La Chica del Cabello de Fuego.

―Veo que sigues igual de cuentista Reques… Pues mira, a las siete de esta tarde te espero en la concentración motera de Rota, te presentaré a mis amigos y así nos cuentas lo de la dragona esa. ¿Sabes venir?

 ― Tengo GPS en la moto, Comisaria.

― ¡Y mucho cuento! Jajaja. No me falles; ahora necesitas hacer nuevos amigos.

―Gracias, Carmen, de verdad. Me encuentro más sólo que la una.


V
 
Camelot, grabado de Doré

―Somos mercaderes y sastres castellanos. Venimos desde muy lejos para ofrecer en exclusiva a Vuestra Majestad esta tela maravillosa, mágica y única en el mundo; que mi socio Maese Rafael guarda en el cofre.

El secreto para su elaboración estaba oculto en la biblioteca de mi tatarabuelo, un gran viajero que llegó hasta el reino de Camelot.

El mago Merlín se lo enseñó por orden del Rey Arturo.

Sólo las personas honradas y honestas, aquellas que a su muerte serán recibidas en el reino de los cielos, pueden verla.

¡Maese Rafael! ¡Mostradla al Emperador y a su noble Corte! ―vociferó con todas sus fuerzas Maese Marcos.

Rafael abrió el baúl con una llave de oro, simulando sacar y desenrollar un paño. Entre sus hábiles manos sólo había aire.

―¡Oh, qué tejido más hermoso! ―dijo el Rey.

―¡Jamás he visto una tela tan bien elaborada!  ―contestó el gran Chambelán.

―Notad su suavidad y delicioso aroma ―dijo Maese Rafael, acercándosela.

―Majestad, es aterciopelada como las plumas de un ganso, huele a rosas y  es firme como los pechos de una joven ―dijo el Chambelán al Rey, después de simular tocarla y olerla.

 ―Me haréis un traje con capa para el día del desfile en la Fiesta Mayor. Cueste lo que cueste ―ordenó desde su trono de oro el germano.

―Así se hará, Majestad ―contestaron los sastres al unísono con una reverencia y una sonrisa en los labios.


VI


Concentración motera en Rota (Cádiz)



Alonso Reques de Guilarte se aseó como un pavo real.

Con esmero.

Se lavó el rostro con jabón Rosa Mosqueta y recortó su barba con la máquina eléctrica. Luego rasuró sus mejillas y su cuello con la navaja de afeitar. Se duchó. Mientras secaba su cuerpo desnudo, amortiguó el ardor de las raspaduras con after shave balm baume apres rasage Dolce&Gabbana. Y se perfumó con la misma marca de colonia.

 ―No está mal, chaval de la quinta del 50 ―dijo mirándose al espejo y levantando los brazos, mientras hinchaba sus bíceps y marcaba pectorales.

Había perdido ocho kilos y no tuvo problemas para embutirse los pantalones de moto, encima de las medias térmicas; apretar el protector de la columna vertebral sobre la camiseta también térmica; ponerse las botas negras de piel de búfalo, lustrosas, y cerrar de un golpe la cremallera del chaquetón motero, sobre su barriga plana.

Se sintió como el caballero Lancelot, dentro de su armadura.

A trancas y barrancas cogió las dos grandes bolsas y, de paso, con dos dedos, unas zapatillas viejas que había olvidado meter dentro de los bolsones.

Bajó a la calle y fue derecho a los contenedores, sin darse cuenta de que las zapatillas habían caído sobre la acera.

VII


Una gran muchedumbre se agolpaba en la Calle Mayor, para ver pasar al Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, vestido de gala, con su traje y capa mágicos. 

Al verlo de pie, sobre su carroza, sus súbditos se decían unos a otros, asombrados, lo bien hecho que estaba el traje y lo bien que sentaba la capa a su Majestad.

Hasta que un niño gritó  a voz en grito.

―¡¡¡El Rey va desnudo!!! ¡¡¡El Rey va desnudo!!!


VIII


―¡¡¡Anciano!!! ¡¡¡Anciano!!! ¡¡¡Se le han caído las zapatillas!!! ―gritó un niño a las espaldas de Alonso.

― ¡Cállate niño! ¡Vas a molestar al señor! ¡Eso no se dice! Usted perdone ―dijo la madre avergonzada.

―No hay nada que perdonar señora y gracias por avisarme, chaval ―dijo Alonso.

Volvió a coger las pesadas bolsas negras y las viejas zapatillas y las echó al contenedor de basura. Con gesto serio.

Alonso sacó el casco y los guantes del vientre de su moto,  se los puso y picó espuelas con el acelerador a tope.

Los cuarenta caballos mecánicos de Trici, sudaban aceite, mientras sus tres ruedas devoraban asfalto.

MP3 500 LT SPORT

Cuando llegó a Rota, Carmen y sus amigos lo estaban esperando. La Comisaria de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado le estampó dos sonoros besos.

― ¡Bienvenido al Sur, Reques!

― ¿Sabes una cosa, Carmen? Los niños de todo el mundo nunca mienten ―dijo Alonso.

―Ni los borrachos, jajaja ―respondió Carmen.―In vino veritas.

Y Alonso se puso a bailar, mientras se atiborraba de  cerveza 0,0… como un anciano.


Marcuan: 22/8/14