viernes, 20 de junio de 2014

LA CHICA DEL CABELLO DE FUEGO

Vuelven a la vida virtual nuestros protagonistas: Alonso y Trici.

Esperemos que con nuevas y divertidas aventuras.

Un saludo, amigos.


Foto: Marcuan


Alonso Reques de Guilarte había dejado su pasado lejos, a 1.000 Km, con un golpe brusco de acelerador de moto.

Una barba cana le había crecido en un rostro enjuto, castigado por el sufrimiento. 

Sentado en aquella terraza de sillas y mesas de madera, en plena calle principal, se sentía forastero, mientras una sombrilla circular de color crema, lo protegía del fuerte sol, casi africano.

Fachadas, caras, aromas, sonidos, colores… todo era nuevo para él.

―Hola. ¿Qué te pongo?

―Una cerveza sin alcohol, por favor ―respondió Alonso.

La camarera, rápida como una joven gacela, se volvió de espaldas para meterse en el interior del mesón. Su cabello rojo, largo y ensortijado reverberó, deslumbrándole.

Llevaba puesta una camiseta negra de manga corta y su pantalón, también negro, ajustado como un guante, se  ceñía a un cuerpo delgado y elástico; grácil.

―¿Qué tapa quieres? ―dijo.

Había aparecido como un rayo de luz desde la penumbra del bar, mientras ponía un vaso rebosante de cerveza fría sobre la mesa, y sacaba libreta y bolígrafo a la velocidad que Billy El Niño desenfundaba el revólver.

―¿Tapa? ―contestó Alonso ―.Pues no sé…

Alonso alzó la vista y se fijó en su rostro de tez blanca como la sal marina. Unos ojos oscuros y penetrantes, separados por una nariz levemente aguileña, lo hipnotizaban.

―El atún mechao está mu bueno.

―Pues atún mechado, si es tan amable, por favor.

―¿Tú no ere de aquí? ¿Verdá? ―dijo la camarera.

Al sonreír, le enseñó unos dientes apretados como una fila de fusileros de Napoleón.

―No, pero me he venido a vivir aquí  para siempre. ¿Por qué?

―Porque habla mu fino, como los de Madrí ―dijo la chica, soltando una carcajada.

Alonso rió también. Por primera vez en mucho tiempo. Siempre había sido un niño risueño, hasta que un cura le partió la nariz de un puñetazo, a los once años, por correr por los pasillos del internado.

La camarera trajo un plato descomunal y lo puso sobre la mesa.

―¡Que aproveche!

Dos tostadas de pan crujiente, empapadas en aceite color oro, que olía a zumo de olivas del Olimpo, llevaban a cuestas unas generosas tajadas de atún escabechado con ajo y perejil.

Foto: Marcuan
Alonso degustó lentamente aquel manjar de dioses, comiéndoselo con las manos y lamiendo los chorretones de aceite virgen y cálido que resbalaban entre sus dedos.

Levantó el vaso para apurar hasta la última gota de cerveza y se quedó por un instante quieto, como en éxtasis, cuando sus ojos chocaron con los de la chica de los cabellos de fuego, que lo observaba divertida.

― ¿Tá gustao?

― Sí, mucho. Gracias.

― ¡Uy  ¡Po va a sé verdá! ¡Lá puesto cara de carajote! ―contestó la pelirroja, mostrando unos hoyitos en la cara, redondos como monedas.

― ¿Carajote? ―preguntó Alonso, confuso.

―Jajaja. ¡Bienvenido al Sur! ¡No te quea ná que aprendé!

―Pues yo también sé muchas cosas ―contestó Alonso divertido ―. Por ejemplo, ¿sabes que a los pelirrojos nos hace falta un 20% más de anestesia que al resto de la gente, para resistir el dolor? Es genético.

―¡Po es verdá! Ezo le pasaba a mi pare. Salía por pata cuando le llevaban al dentista. A mí me pasa iguá ―dijo la camarera ― ¿Cómo te llama?

―Alonso Reques de Guilarte.

―¡Uy qué largo! Aquí tos tenemo mote.

―¿Y cuál es tu nombre? ―preguntó Alonso.

―Patricia, pero tos me llaman Princesa.

―Encantado de conocerte Patricia,  yo te llamaré Princesa… Roja.

― ¡Jajaja! ¡De roja ná! Barba Blanca ¡Jajaja!

― Bueno. Pues… Princesa de Fuego.

Alonso también rió y empezó a notar cómo el nudo que anidaba en su pecho, aflojaba.

Se levantó sonriente, pagó y se marchó andando calle abajo; en busca del mar y de su moto Trici que, fiel, siempre lo esperaba. 

Siempre.

Foto: Marcuan

Había conocido a La Chica del Cabello de Fuego.



Agradecimiento:


A Lourdes, traductora a "puertorrealeño".




MARCUAN. 18/06/2014.