Todo parecido con la realidad pasada, presente o futura es casual, ya que los personajes son ficticios. Eso sí, sigo los consejos que da a los aprendices de escritor, entre los que humildemente me encuentro, el sin par Manco de Lepanto:
"Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla... y con esto, Dios te dé salud, y a mí no me olvide. Miguel de Cervantes Saavedra"
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Mujer cubana |
Don Manolito era un hombre
generoso, mucho. Y todo el barrio del Pópulo de Cádiz lo sabía.
─ Don Manolito, mire
usted, que la niña me hace la comunión y el vestido vale un ojo de la cara…
Y don Manolito echaba mano
a su cartera y sacaba un alisado y crujiente billete de mil pesetas.
─ ¡Gracias don Manolito,
que Dios se lo pague!
Y don Manolito sonreía
como un santo varón, saludaba tocándose el ala de su sombrero indiano y arreaba
calle de San Juan de Dios abajo, ayudándose con su bastón de caoba de empuñadura
de plata. En su muñeca lucía una pulsera de oro grabada con su nombre: “don
Manolito”.
Buen mozo en sus viejos
tiempos, se enroló como grumete para hacer las Américas en un viejo barco de
vela. Llegó hasta San Francisco en los Estados Unidos de América atravesando el
Canal de Panamá y, como era avispado y buen observador, se fijó en unos grandes
almacenes.
─ ¡Escúchame Chano! ¿Te has dado cuenta de que en
esta tienda hay de tó? ─dijo
a su compañero de aventuras.
─Pues sí quillo, esto no es como en Cádiz ─contestó
su amigo.
Don Manolito ahorró lo
suficiente para poder volver a su querida ciudad y poner en práctica su idea:
Grandes Almacenes Orozco. Y acertó de lleno. Éxito total.
─Don Manolito, que se me
casa la niña y no me llega para el convite…
Con unos cuantos billetes,
alisados y crujientes, siempre oía respuestas parecidas.
─ ¡Que Dios se lo pague!
¡Es usted un santo!
Don Manolito no había tenido suerte en el amor: Lupita, una preciosa mulata del Ejército Revolucionario de Cuba*, lo enamoró hasta los tuétanos.
En una húmeda noche tropical trotaba, junto a él, un borriquillo con dos albardas que cargaban unos cofres,
donde llevaba todos sus ahorros. Iba al encuentro con su amada, henchido su
corazón de pasión y alegría. Lupita se vendría con él, a la mañana siguiente,
para viajar a España…
─ ¡Eh tú! ¡Danos todo lo
que llevas ahí! ─gritó una voz desde la oscuridad de la selva, enseñando unos
dientes blancos como el azúcar.
Cuatro machetes de zafra,
afilados como hojas de afeitar, relucían con la luz de la luna, rodeándolo; una
luna que acabaría convirtiéndose en una luna de sangre.
─ ¡Venid a cogerlo,
huevones!
El Colt 45, comprado a un
rebelde confederado, escupió fuego y muerte.
─ ¡Maldito cabrón! ¡Has
matado a mi marido y a mis hermanos! ─gritó Lupita a sus espaldas
Manuel apuntó muy despacio
a la cabeza de Lupe, durante unos instantes. Aún le quedaban dos balas en el
tambor del revólver… luego lo bajó despacio... perdonando la vida a
aquella mujer, a costa de asesinar para siempre a su propia alma.
Al entierro de don
Manolito no acudió tanta gente como se esperaba. Incluso se oyeron algunos comentarios
despectivos y crueles sobre su persona, entre sus vecinos más envidiosos.
El Estado se quedó con todas sus posesiones. ¿Todas...?
(Continuará)
MARCUAN(C)
* Ver: "Objeto tabú" en marcuan.blogspot.com
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