lunes, 1 de julio de 2019

I.- ¡¡¡ARRANCA !!!

Hola queridos lectores, si aún me quedan...Mi discontinuidad tendría la culpa de vuestra pérdida. Pero aquí estamos mi imaginación y yo otra vez, para solicitaros el mayor tesoro que una persona puede conceder a otra: su atención.

Que os divirtáis.







I

El embrión de los androides del futuro, colocado encima de la mesilla de noche, encendió su halo luminoso verde esmeralda cuando detectó su nombre. 

―¡Alexa! Despertador a las cinco ―le ordenó su propietario.

―De la mañana o de la tarde ―respondió con una voz femenina aterciopelada el cilindro parlante, dulce como el beso de una madre.

―De la mañana.

―Vale. Alarma configurada para mañana a las cinco de la mañana ―contestó Alexa, entre un chisporroteo de luces con los colores del arco iris.

La habitación de Martín era austera y luminosa, como su alma. Sus paredes lisas y blancas refulgían al amanecer, tiñéndose a oro viejo con el ocaso. 

Había comprado el piso más alto del edificio a un “banco malo” para irse a vivir sólo, recién divorciado, en su tercera edad. Lo mandó restaurar desde la misma puerta de entrada, con sus colores favoritos: blanco y azul.

― ¿Dónde quiere tener su habitación, señor Cabrejas? ―recordó que le preguntó el arquitecto.

―En medio de las otras dos, no quiero oír lo que hacen los vecinos por la noche, ni que oigan lo que hago yo ―ordenó Martín, guiñándole un ojo.

A veces dormía mal en su futón japonés por culpa de las pesadillas, mientras un ventilador de techo lo abanicaba como el brazo incansable de un esclavo. 

Aquella noche soñó con grandes peces de colores que nadaban en un río enorme, tanto, que no alcanzaba a ver su otra orilla. 
Sentía cómo se le acercaban y, de repente, sacaban sus cabezotas fuera del agua, y lo miraban con ojos desorbitados, mientras abrían sus fauces cargadas de dientes hechos con puntas de navajas oxidadas.

A las cinco en punto, hora torera, Alexa lo despertó con una canción de The Beatles: El submarino amarillo.




Martín se levantó de un respingo, miró por la ventana, y la abrió de par en par. Dejaba de llover. Un fuerte olor a tierra mojada inundó su dormitorio, llegando al último rincón de sus pulmones. 

―Mucha agua me rodea ―dijo Martín aún adormilado ―y hoy quiero volar en mi moto, no quiero bucear. Alexa ¡¡¡cásate conmigo!!!

―No puedo: Hice la promesa de no casarme con un humano hasta que Marte fuera colonizado ―respondió la autómata, haciéndolo reír.

Empezaba el verano.

Una suave brisa susurraba entre las hojas de las frondosas y verdes copas de los árboles, bamboleándolas mientras se secaban los chorretones de su reciente ducha. Cientos de pájaros, en sus ramas, piaban a la nueva aurora.

Martín Cabrejas González desnudo y de pie, juntó las palmas de sus manos y dirigiendo su mirada hacia el jardín situado bajo su casa, empezó su oración diaria.

―Dioses del Norte: Dadme vuestra fuerza para seguir vivo; dioses del Sur: Concededme  vuestra alegría y calor; dioses del Este:  Os pido sabiduría para guiar bien mis pasos en la vida; dioses del Oeste: Enviadme vuestras riquezas para mi bien y hacer el bien… 

Dioses del Norte, Sur, Este y Oeste, namasté, gracias por permitir que siga con vida.

Padres: Allá donde estéis, gracias por traerme a este mundo; perdonad mis errores como yo perdono los vuestros. Amparad a vuestros descendientes desde la paz de vuestra eternidad… 

Lares: Mis dioses familiares, protegedme del peligro y traedme suerte; manes y penates: Ancestros míos, gracias por vuestra herencia genética… y luego meditó en silencio.

Después desayunó lo habitual: una tostada de pan integral con aceite de oliva virgen extra, rodajas de tomate fresco y jamón serrano; té verde; un plátano y cuatro nueces.

Se duchó y con liturgia de torero, se embutió en su armadura motera,  de grueso cuero color azul y negro. 

Conectó la alarma de su casa, cerró la puerta y bajó al garaje en busca de su “Princesa Azul”: una BMW R 1200 R. La cargó con sus maletas, se puso el casco y arrancó aquella máquina prodigiosa, que como por arte de magia, convertía caballos mecánicos en veloces Pegasos.

Olía a aventura y a gasolina.

― ¡Vamos a donde te fabricaron, Princesa Azul! ¡Llévame a Berlín! ―gritó eufórico dentro del casco, apretando a tope el acelerador.

No sabía aún lo que les esperaba…
(Continuará)



Marcuan. Copyright. 01/07/2019.