martes, 3 de noviembre de 2020

ROMANCE DE LA LLAVE MAESTRA

 Emilio Soler me pidió permiso para poder narrar, en una emisora de Murcia, mi relato: LA LLAVE MAESTRA en "román paladino". Un abrazo en el recuerdo, querido amigo.

Quizás una lectura oral sea un "ignómine" artefacto capaz de golpear con mucha más fuerza nuestras conciencias.

 Juzgad vosotros. 



- ¡Abre ya la puerta, 
que la gente está que trina!
¡Abre ya ese cerrojo, 
que se nos echan encima!

- Hago todo lo que puedo,
tengo que ir a por el mazo.
- Me da igual – clama el sargento
nervioso por el desahucio.
-¡Carguen! – ordena el mando,
mientras la masa les grita, 
escupiendo e insultando, 
indignada y resentida.

Temblando fui por el mazo, 
el más grande, ese que jamás
pensé que llegaría a usar.
Aquel ignómine artefacto
de solo un golpe, sin más,
venció la puerta hacia atrás 
permitiendo el paso franco.

Como un instinto animal,
la nuca se me erizó 
intuyendo el vendaval 
del gentío en su frustración.
Vano intento de abortar 
la inmunda resolución
que el perito judicial
es forzado a ejecutar; 
la ley no ofrece otra opción.

Contemplo con aflicción 
sin llegar a comprender.
Me lamento en el furgón,
‘quinto desahucio del mes’.
¡El estómago otra vez!
Me mata esta situación.

Al ver salir a los agentes
portando a hombros la cama,
y encima de ella la anciana, 
que se había atado muy fuerte 
con su rosario; en las caras 
se hizo mudez de repente
mientras la depositaban 
junto al camión de mudanza.

Se podía oler el miedo.
Se masticaba la rabia.

- ¡Peláez! – gritó el oficial
Dirigiéndose a un agente – 
¿Quién le ha mandado a usted usar 
el casco? –. Mirándolo fijamente, 
le espetó sin vacilar 
- ¡Quíteselo inmediatamente! -.
No hizo caso a su teniente.
No se quería mostrar 
delante de tanta gente
y que le vieran llorar.

Al marchar me fui a cruzar 
con refuerzos que venían 
a toda velocidad.
A otro día me decían
que, en medio de la autovía, 
sin poderlo remediar:
tres o cuatro policías
bajaron a vomitar.

Este trabajo era bueno: 
verle a la gente la cara, 
ver con qué agradecimiento 
se ponían tan contentos 
cuando les abría su casa, 
después de dejarse dentro 
las llaves allí olvidadas.

He tenido otra llamada.
Es mi jefe, otra dirección.
Conozco a la perfección 
dónde tengo que ir mañana.
Noche de vueltas en cama, 
me puede la situación.

Mi esposa Puri, serena 
me intenta tranquilizar, 
que hago bien con mi faena,
que tenemos que acabar 
de pagar nuestra hipoteca 
o nos pasará igual.

- Puri, mañana otra vez
a hacer otro desalojo -. 
- Venga, Enrique, duérmete, 
te hago una tila, y a ver 
si esta noche pegas ojo -.

 

No me he atrevido a contarle
que, a la gente que se echa,
vive en la calle Urribalde,
siete, quinto derecha. 
No me hace falta baluartes 
para entrar a la vivienda:
a Igor, su hermano de sangre, 
yo le instalé esa puerta.

- No es necesaria la fuerza.
Conozco al desahuciado 
y no va a crear problemas.
Déjeme que lo convenza -.
Le dije al oficial al mando
- Enrique, lleve cuidado.
Si opusiera resistencia…

- Es hermano de mi mujer;
no quiero que sufra más, 
no hay necesidad -.
- Si tú lo ves menester
y el secretario judicial 
lo ve a bien proceder…
¡Venga, no tardes más!
Hay nervios a flor de piel – 
dijo poniéndose en pié,
y fue al furgón a esperar.

― ¡Fuera de aquí, ladrones! ―
se oyó desde el interior.
- ¡Igor, soy Enrique! ¿Me oyes?
Abre, Carmen, por favor -.
De pronto la puerta se abrió, 
entré y dije tranquilamente 
- soy el cerrajero encargado 
de ayudar a los agentes… 
iros pacíficamente, 
es mejor para ambos lados.

Si no entrarán a la carga, 
será muy desagradable-.
- Lo que es desagradable 
es que tú tengas la cara 
de venir a presentarte, 
a decir que nos embargan – 
dijo Igor. Seguidamente 
me preguntó por su hermana.

 

- No metas a Puri en esto.
Todavía no lo sabe 
– contesté – Este zapatiesto, 
este embolado es vuestro; 
no echarle la culpa a nadie -.
Con su mirada y su gesto
casi llegó a fulminarme.

- Oye, paleto de mierda, 
no vengas con tanta labia.
Me metí en la rehipoteca, 
por ser la única manera 
de montar la inmobiliaria 
y, así mi hija pudiera 
tener clase y elegancia.

Y tú, ¿qué? 
¿Qué hiciste con tu hija, 
que la llevaste a estudiar 
Formación Profesional?
¿De qué sirve eso en la vida?
Eso no vale “paná”.

- Me bajo. Se acabó la discusión.
Da igual que cerréis la puerta.
Tengo la llave maestra.
- ¡Tú no te vas a ir, cabrón! -
gritó con todas sus fuerzas 
- ¡El que se va a ir soy yo! -
Y sin mediar más palabras 
por la ventana saltó.

Historia original de MARCUAN
“Las Columnas de Heracles”.

Adaptación poética a cargo de Emilio Soler.
11 de diciembre de 2012. Copyright.

 


lunes, 2 de noviembre de 2020

LLAVE MAESTRA

 Muchas de nuestras leyes están obsoletas y nuestros legisladores no atreven o pueden cambiarlas. Habrá que hacerlo, si queremos seguir en la Unión Europea, como ha ocurrido con la Ley Hipotecaria.

Hace tiempo quité de mi blog este relato, por considerarlo cruel y doloroso. Pero veo que se repite una y otra vez... hasta generar una serie de televisión tan impresionante como "Antidisturbios". 

Que no nos toque...



 

Aquel desahucio no podía ir peor.

―¡Acabe de una vez, coño, o va a haber muertos! ―gritaba a mi lado, de espaldas, el oficial de policía.

―¿Pero no ve que esta puerta tiene un sistema de equipamiento antirrobo CR2 alemán? ―contesté.

―¡Como si es chino, cojones, abre la puerta de una puta vez o esta gente acaba con nosotros!―. ¡Cárguen!  ―ordenó  a sus hombres.

Rodeado de gente, entre insultos, empujones y escupitajos; me acerqué a la furgoneta y agarré una maza de diez kilos: jamás la había tenido que utilizar.

Aquel ariete inmisericorde no abrió la puerta, la echó abajo.

Volví a mi vehículo y me senté al volante, desde donde pude verlo todo. El secretario judicial, que había entrado con cuatro agentes, tardaba en salir con los desalojados. Cuando los policías aparecieron sacando a hombros la cama, con la anciana encima y su mano izquierda atada con un rosario al cabecero, todo el mundo se quedó parado y en silencio, mientras la dejaban junto al camión de la mudanza. 

Se podía oler el miedo.

―¡Peláez  ―gritó a un agente ―¿quién le ha mandado a usted ponerse el casco?

―¡Quíteselo inmediatamente!―. No hizo caso: no quería que sus compañeros vieran que estaba llorando.

Igual que lo percibe un animal de la selva, intuí el maremoto que se acercaba con una fuerza imparable, salvaje.

Arranqué a tiempo y me crucé por la carretera con los refuerzos que llegaban a toda velocidad. A la vuelta tuvieron que parar en la cuneta, para que tres o cuatro policías vomitaran.

Este trabajo me está matando.  Hace unos pocos años me encantaba. Qué felicidad ver a mis clientes, tan contentos, al abrir la puerta de su casa por haberse dejado las llaves dentro.

Esta tarde, el jefe de mi empresa me ha vuelto a llamar para darme la dirección de otro desahucio. Y que no me olvide de la maza. Me espera otra noche de insomnio. Mi esposa me quiere tranquilizar diciéndome que no me preocupe, que hago bien, porque nosotros tenemos que acabar de  pagar la hipoteca o nos ocurrirá lo mismo.

―Puri, me acaban de llamar, mañana tengo que ir a otro desalojo.

 ―Venga Enrique, no te preocupes, te prepararé una tila fuerte antes de que te vayas a dormir.

No me he atrevido a decirle que mañana estoy citado a las diez, en la calle Urribalde número 7, piso 5º derecha. Esta vez no será necesario que lleve la maza o cualquier otra herramienta, porque la puerta de esa vivienda la instalé yo: es la casa de su hermano pequeño, Igor.

―No es necesario que actúe la fuerza. Conozco al desahuciado y no habrá problemas. Déjeme subir sólo y le convenceré, se lo prometo ―dije al oficial.

―¿Estás seguro, Enrique? Mi información es que será hostil al desalojo ―respondió.

―Es el hermano de mi mujer; no quiero que sufran más sin necesidad.

―¡Allá tú! Si el secretario judicial no se opone, por mi no hay inconveniente. Pero que sea rápido, que el personal está muy nervioso ―dijo― retirándose al furgón  policial.

Mientras subía en el ascensor pensé que nunca me había llevado bien con la familia de mi mujer. Eran muy envidiosos. Cuando nos compramos un coche nuevo, ellos se compraron otro mucho más caro, al día siguiente. 

Toqué el timbre.

―¡Fuera de aquí, hijos de puta! ¡ladrones! ―gritaron desde el interior.

―¡Igor!¡Carmen! Soy Enrique. Abrid, por favor. Tengo que hablar con vosotros ―contesté frente a la mirilla. Dejaron entornada la puerta y  entré.

―Soy el cerrajero encargado de acompañar a los guardias… es mejor que os vayáis pacíficamente ―dije― de lo contrario lo harán a la fuerza y es muy desagradable.

―Lo que es desagradable es que tengas la cara de venir a decírnoslo tú ¿pero quién te has creído que eres? ―dijo Igor― ¿dónde está mi hermana?

―No metas a Puri en esto, Igor, no le he dicho nada todavía ―contesté― en este lío os habéis metido vosotros solos.

La mirada de mi cuñado me fulminó.

―¡Oye, paleto de mierda, no me vengas dando lecciones! Rehipotequé mi piso para montarle una inmobiliaria a mi hija ¿y qué? No como hiciste tú con la tuya, que la llevaste a estudiar Formación Profesional ¡Formación Profesional! Si eso es para idiotas.

―Me bajo. No tengo más que deciros. ¡Ah! Se me olvidaba, no es necesario que cerréis la puerta. Tengo su llave maestra.



―¡Tú no te vas a ninguna parte, cabrón! ―gritó con todas sus fuerzas Igor― ¡El que se va soy yo! ―. Y, dando un brinco, saltó por la ventana al vacío.

 

Marco: 15/11/2012. Copyright.