Muchas de nuestras leyes están obsoletas y nuestros legisladores no atreven o pueden cambiarlas. Habrá que hacerlo, si queremos seguir en la Unión Europea, como ha ocurrido con la Ley Hipotecaria.
Hace tiempo quité de mi blog este relato, por considerarlo cruel y doloroso. Pero veo que se repite una y otra vez... hasta generar una serie de televisión tan impresionante como "Antidisturbios".
Que no nos toque...
Aquel desahucio no podía ir peor.
―¡Acabe de una vez, coño,
o va a haber muertos! ―gritaba a mi lado, de espaldas, el oficial de policía.
―¿Pero no ve que esta
puerta tiene un sistema de equipamiento antirrobo CR2 alemán? ―contesté.
―¡Como si es chino, cojones,
abre la puerta de una puta vez o esta gente acaba con nosotros!―. ¡Cárguen! ―ordenó a sus hombres.
Rodeado de gente,
entre insultos, empujones y escupitajos; me acerqué a la furgoneta y agarré una
maza de diez kilos: jamás la había tenido que utilizar.
Aquel ariete
inmisericorde no abrió la puerta, la echó abajo.
Volví a mi vehículo y me senté al volante, desde donde pude verlo todo. El secretario judicial, que había entrado con cuatro agentes, tardaba en salir con los desalojados. Cuando los policías aparecieron sacando a hombros la cama, con la anciana encima y su mano izquierda atada con un rosario al cabecero, todo el mundo se quedó parado y en silencio, mientras la dejaban junto al camión de la mudanza.
Se podía oler
el miedo.
―¡Peláez ―gritó a un agente ―¿quién le ha mandado a usted ponerse el casco?
―¡Quíteselo inmediatamente!―. No hizo caso: no quería
que sus compañeros vieran que estaba llorando.
Igual que lo percibe
un animal de la selva, intuí el maremoto que se acercaba con una fuerza
imparable, salvaje.
Arranqué a tiempo y
me crucé por la carretera con los refuerzos que llegaban a toda velocidad. A la
vuelta tuvieron que parar en la cuneta, para que tres o cuatro policías vomitaran.
Este trabajo me está
matando. Hace unos pocos años me
encantaba. Qué felicidad ver a mis clientes, tan contentos, al abrir la puerta de
su casa por haberse dejado las llaves dentro.
Esta tarde, el jefe
de mi empresa me ha vuelto a llamar para darme la dirección de otro desahucio.
Y que no me olvide de la maza. Me espera otra noche de insomnio. Mi esposa me
quiere tranquilizar diciéndome que no me preocupe, que hago bien, porque
nosotros tenemos que acabar de pagar la
hipoteca o nos ocurrirá lo mismo.
―Puri, me acaban de
llamar, mañana tengo que ir a otro desalojo.
―Venga Enrique, no te preocupes, te prepararé
una tila fuerte antes de que te vayas a dormir.
No me he atrevido a
decirle que mañana estoy citado a las diez, en la calle Urribalde número 7,
piso 5º derecha. Esta vez no será necesario que lleve la maza o cualquier otra
herramienta, porque la puerta de esa vivienda la instalé yo: es la casa de su
hermano pequeño, Igor.
―No es necesario que
actúe la fuerza. Conozco al desahuciado y no habrá problemas. Déjeme subir sólo
y le convenceré, se lo prometo ―dije al oficial.
―¿Estás seguro,
Enrique? Mi información es que será hostil al desalojo ―respondió.
―Es el hermano de mi
mujer; no quiero que sufran más sin necesidad.
―¡Allá tú! Si el
secretario judicial no se opone, por mi no hay inconveniente. Pero que sea
rápido, que el personal está muy nervioso ―dijo― retirándose al furgón policial.
Mientras subía en el ascensor pensé que nunca me había llevado bien con la familia de mi mujer. Eran muy envidiosos. Cuando nos compramos un coche nuevo, ellos se compraron otro mucho más caro, al día siguiente.
Toqué el timbre.
―¡Fuera de aquí,
hijos de puta! ¡ladrones! ―gritaron desde el interior.
―¡Igor!¡Carmen! Soy Enrique.
Abrid, por favor. Tengo que hablar con vosotros ―contesté frente a la mirilla. Dejaron
entornada la puerta y entré.
―Soy el cerrajero
encargado de acompañar a los guardias… es mejor que os vayáis pacíficamente
―dije― de lo contrario lo harán a la fuerza y es muy desagradable.
―Lo que es
desagradable es que tengas la cara de venir a decírnoslo tú ¿pero quién te has
creído que eres? ―dijo Igor― ¿dónde está mi hermana?
―No metas a Puri en
esto, Igor, no le he dicho nada todavía ―contesté― en este lío os habéis metido
vosotros solos.
La mirada de mi
cuñado me fulminó.
―¡Oye, paleto de
mierda, no me vengas dando lecciones! Rehipotequé mi piso para montarle una
inmobiliaria a mi hija ¿y qué? No como hiciste tú con la tuya, que la llevaste
a estudiar Formación Profesional ¡Formación Profesional! Si eso es para
idiotas.
―Me bajo. No tengo
más que deciros. ¡Ah! Se me olvidaba, no es necesario que cerréis la puerta.
Tengo su llave maestra.
―¡Tú no te vas a
ninguna parte, cabrón! ―gritó con todas sus fuerzas Igor― ¡El que se va soy yo!
―. Y, dando un brinco, saltó por la ventana al vacío.
Marco: 15/11/2012. Copyright.
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