lunes, 10 de julio de 2023

BABEL

 


Clérigos, banqueros, piratas, duquesas y malandrines de esta novela son imaginarios, y cualquier relación con personas o hechos reales debe considerarse accidental.

Todo aquí es ficticio, excepto el escenario. Nadie podría inventarse una ciudad como Sevilla. Arturo Pérez-Reverte. Prólogo del libro: La piel del tambor”.

Hago referencia a lo dicho por mi admirado escritor, para amparar con sus palabras todos los relatos que he escrito, escribo y escribiré en adelante. Aunque sean verosímiles como las leyendas, son ficción.

Además nadie podría inventarse una puerta como la Puerta del Sol...



Séfora



Pedro lo había leído muchas veces: hay gente que se siente sola en medio de las muchedumbres; y en ese mismo momento, rodeado de una marabunta que celebraba el orgullo gay en la Puerta del Sol, se sintió sólo y vacío.

Entró en el Starbucks de la Calle Montera, tan sediento como Moisés cuando encontró a Séfora en el oasis, al salir del desierto en la película de Los Diez Mandamientos. Porque notaba como si se le derritieran las suelas de los caros zapatos náuticos, comprados hacía poco en la Calle del Arenal de Sevilla, en compañía de su anterior pareja. 

Se acercó al mostrador.

¿Cómo te llamas? —Un joven mestizo espigado y con un delantal impoluto, le atendió detrás de la barra, esperando su respuesta.

Perdona majo, vengo de atravesar la dichosa Puerta ésa a 49 grados centígrados y estoy algo mareado. ¿Sabes quién ha sido el listo que no puso un solo árbol al entrar en la plaza? Macho, ¡como si hubiera estado atravesando el desierto de Atacama!* —dijo mientras se quitaba la gorra con faldón, estilo Lawrence de Arabia.** —Pedro, me llamo Pedro, creo...

¿Y Atacama dónde está, señor? ¿Es una cafetería?

Un café con hielo —pidió Pedro recordando la frase de Einstein: “Sólo hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana, y no estoy muy seguro de la primera”

¿Expreso, americano, macchiato, lágrima, latte, breve, árabe, caribeño, panna, cortado, con leche...—

Con hielo.

¿Te pongo el hielo en un vaso aparte?

Menos en vena ponme el café como quieras, majo —dijo Pedro exhausto.

Se acercó a una mesa pequeña y redonda, de madera maciza de roble, y se sentó en un taburete metálico fresco gracias al aire acondicionado, sintiendo un inmenso alivio en su entrepierna.

¡¡¡Pedro!!! —Gritó una chica asiática, detrás de molinillos gigantes, que trituraban sin parar granos de café. Le recordó a Penélope Cruz cuando dio el Oscar a su tocayo Almodóvar, preguntándose cuántos años hacía de eso... ¿O eran siglos?

Después de trotar medio Maratón hasta llegar a la esquina del mostrador, recogió un humeante y microscópico café, y un vaso de plástico con hielos del tamaño de terrones de azúcar.

¿Y la cucharita? —Preguntó Pedro.

La camarera, una menuda figurita de porcelana china, extendió el brazo como un robot, sin mirarlo, dándole un palito metido en una funda de papel.

A Pedro casi le quitan el sitio un par de gais, pero cuando lo vieron con el vaso de hielo en una mano, la tacita tintineante en la otra, el palito entre los dientes y echando rayos láser por su mirada, se apartaron con movimientos sinuosos, como los peces de colores de los acuarios. Sin rechistar.

Mientras esperaba que su minúscula ración de café fuera creciendo cuando se fundieran los hielitos, Pedro empezó a observar a todo bicho viviente que pululaba a su alrededor.

¡Sésar... Mohamed... Güendi... Wonder...! —se desgañitaba gritando a los cuatro vientos la descendiente de Gengis Kan.

Pedro observaba las idas y venidas de hombres y mujeres embutidos en camisetas negras de tirantes, con pantalones cortos, y con gorras de visera caladas hasta las cejas, llenos de todo tipo de tatuajes.

Un motorista de Glovo entró resoplando con su mochilón amarillo a la espalda y su casco de juguete, para recoger un pedido, mientras se apartaba para dejar pasar a un hombretón de dos metros: rubio y barbado como un vikingo, agarrado a la cintura de un coreano de cara cortada a cuchillo y con camiseta de un blanco radiante. Llevaba un logo en rojo impreso: Club de Halterofilia Nike Body.

A Pedro le dio por comparar sus muslos con los biceps de aquel atleta y estaba seguro de que sus piernas se parecían más a las de un pollo tomatero.

Las pieles de aquellas criaturas estaban blancas, porque empezaba el verano y aún no habían podido ir a achicharrarlas a Benidorm.

Mohamed, de barba larga con la longitud de un puño y sin bigote, como mandan los cánones de su religión, recogió su vaso y se acercó hasta el taburete que había libre al lado de Pedro y se sentó.

¿Puedo, paisa?

Sin problema —contestó Pedro mientras oía sorber su batido de fresas con nata, como si lo hiciera una aspiradora industrial.

Una mujer japonesa, alta y fina como un bambú, con un vestido largo hasta los pies, pedía su consumición impertérrita, sin quitarse la mascarilla ni el sombrero de paja de ala ancha; hasta que un hispanoamericano con una cinta de color sangre de toro, cruzada a su pecho y esgrafiada con un FELICIDADES PAPÁ, se puso detrás en la fila y la ocultó de su vista...

Pedro terminó su café con un par de sorbitos y volvió a la calle, llevándose su soledad a la espalda como el motorista de Glovo,  mientras las jóvenes prostitutas se exhibían en las aceras para ejercer su trabajo, abanicándose.

Aquella Babel no era la misma ciudad que había conocido hacía 50 años...

Cabizbajo cruzó la plaza, tan rápido como si anduviera por encima de la lava de un volcán hawaiano, hasta que una boca de metro con forma de caracola de la Guerra de las Galaxias, se lo tragó...



Marcuan: 07/Julio/2023.

¡Viva San Fermín!


*Desierto de Atacama: El lugar no polar más árido de la Tierra, se extiende por las regiones del Norte Grande y Norte Chico de Chile.

**Thomas Edward Lawrence fue un militar, arqueólogo y escritor oficial del Ejército Británico, durante la Primera Guerra Mundial.