Con la esperanza de reencontrar a Melisandra... ¡vacunas ya!
A Félix le divertía bañarse en el jacuzzi de la piscina cubierta; era como meterse en una olla borboteante. Aquella mañana estaba ocupado por una hermosa y solitaria mujer.
Félix, al verla al entrar, resbaló sobre los escalones desdibujados por las burbujas, cayendo con estrépito al fondo de la pileta.
―¡Que me mato! ―gritó antes de caer.
Cuando pudo sacar la cabeza, llena de chorretones, se
encontró con unos ojos acuosos fijos en él.
― ¡Je, je! Casi me ahogo―rio, sintiéndose ridículo.
La mujer, incólume y silenciosa, dejó de mirarlo con la soberbia de las mujeres hermosas, mientras un chorro de luz solar, dorado como un haz de espigas de trigo, inundaba el jacuzzi.
― Hola, me llamo Félix ―dijo al sentarse en un
borde. Nadie le respondió.
Entonces dos ancianos feos y barrigudos entraron en
la cazoleta, se acercaron a la mujer y se pusieron a
hablar con ella, ignorándolo.
Félix salió de la poceta y se dirigió hacia la cercana piscina , para iniciar su entrenamiento diario de natación. Le gustaba contar las brazadas en alemán: “Eins, zwei, drei, vier, fünf…”. Pronto viajaría a ver a su hija hasta el país de los Nibelungos, donde ésta trabajaba como profesora de Biología.
Terminó de nadar y regresó al jacuzzi, tentado por la
idea de volver a ver a aquella misteriosa mujer.
― Hola Félix, estoy sola, siéntate a mi lado.
Se sentó en el jacuzzi lo más pegado que pudo a ella
y sintió que todo a su alrededor burbujeaba como una
copa de champán, por dentro y por fuera de él.
― Me llamo Melisandra. Bienvenido a mi reino ―dijo con una voz susurrante―. Hace años mi esposo me abandonó. Pienso venir tres horas todas las mañanas a este jacuzzi, para consolarme con los hombres que vienen por aquí. Sé que tú aún sufres por el amor de una mujer, exuberante como una diosa del Mar del Sur, y que te destrozó el corazón. ¿Quieres amarme como la amaste a ella?
Félix, hipnotizado por aquellos ojos de color abisal,
echó su brazo izquierdo por el hombro de Melisandra,
mientras con su mano derecha empezó a palpar sus
pechos, turgentes, atreviéndose luego a bajarla con
suavidad por debajo del agua…
― ¡Dios mío! ―gritó asustado al levantar la mano y
fijarse en el puñado de escamas irisadas y violetas,
que
brillaban como ascuas entre sus dedos.
Luego, aterrorizado, vio salir una aleta caudal del
fondo del jacuzzi que restalló en su cara con la
velocidad de un látigo y la fuerza del coletazo de una
ballena; mientras el rostro de la mujer se
transformaba en una cabeza de piraña y le lanzaba
una dentellada letal a su yugular.
― ¡¡¡Socorro!!! ―gritó mientras protegía con los
brazos su garganta y se despertaba de repente en la
cama de un hospital, sudando a mares.
― Tranquilo Félix, está usted en buenas manos,
serénese. Nadie va a hacerle daño. Esta mañana se
cayó al entrar al jacuzzi ¿Puede contarme qué le pasó? ―le preguntó a su lado la doctora de urgencias.
― Me iba a morder una sirena… ―balbució entre los
vendajes.
― ¿Cómo? Bueno, no se preocupe ahora por eso, vamos a curarle las heridas de su cabeza… y de su corazón. Por cierto, mañana hay pescado para comer en el hospital―dijo riendo.―Duerma Félix, duerma…
Félix Fernández Reques cerró los ojos.
Había conocido a la Mujer del Jacuzzi.
Marco. (C) Febrero 2021.