Emilio Soler me pidió permiso para poder narrar, en una emisora de Murcia, mi relato: LA LLAVE MAESTRA en "román paladino". Un abrazo en el recuerdo, querido amigo.
Quizás una lectura oral sea un "ignómine" artefacto capaz de golpear con mucha más fuerza nuestras conciencias.
Juzgad vosotros.
- ¡Abre ya la puerta,
que la gente está que trina!
¡Abre ya ese cerrojo,
que se nos echan encima!
- Hago todo lo que puedo,
tengo que ir a por el mazo.
- Me da igual – clama el sargento
nervioso por el desahucio.
-¡Carguen! – ordena el mando,
mientras la masa les grita,
escupiendo e insultando,
indignada y resentida.
Temblando fui por el mazo,
el más grande, ese que jamás
pensé que llegaría a usar.
Aquel ignómine artefacto
de solo un golpe, sin más,
venció la puerta hacia atrás
permitiendo el paso franco.
Como un instinto animal,
la nuca se me erizó
intuyendo el vendaval
del gentío en su frustración.
Vano intento de abortar
la inmunda resolución
que el perito judicial
es forzado a ejecutar;
la ley no ofrece otra opción.
Contemplo con aflicción
sin llegar a comprender.
Me lamento en el furgón,
‘quinto desahucio del mes’.
¡El estómago otra vez!
Me mata esta situación.
Al ver salir a los agentes
portando a hombros la cama,
y encima de ella la anciana,
que se había atado muy fuerte
con su rosario; en las caras
se hizo mudez de repente
mientras la depositaban
junto al camión de mudanza.
Se podía oler el miedo.
Se masticaba la rabia.
- ¡Peláez! – gritó el oficial
Dirigiéndose a un agente –
¿Quién le ha mandado a usted usar
el casco? –. Mirándolo fijamente,
le espetó sin vacilar
- ¡Quíteselo inmediatamente! -.
No hizo caso a su teniente.
No se quería mostrar
delante de tanta gente
y que le vieran llorar.
Al marchar me fui a cruzar
con refuerzos que venían
a toda velocidad.
A otro día me decían
que, en medio de la autovía,
sin poderlo remediar:
tres o cuatro policías
bajaron a vomitar.
Este trabajo era bueno:
verle a la gente la cara,
ver con qué agradecimiento
se ponían tan contentos
cuando les abría su casa,
después de dejarse dentro
las llaves allí olvidadas.
He tenido otra llamada.
Es mi jefe, otra dirección.
Conozco a la perfección
dónde tengo que ir mañana.
Noche de vueltas en cama,
me puede la situación.
Mi esposa Puri, serena
me intenta tranquilizar,
que hago bien con mi faena,
que tenemos que acabar
de pagar nuestra hipoteca
o nos pasará igual.
- Puri, mañana otra vez
a hacer otro desalojo -.
- Venga, Enrique, duérmete,
te hago una tila, y a ver
si esta noche pegas ojo -.
No me he atrevido a contarle
que, a la gente que se echa,
vive en la calle Urribalde,
siete, quinto derecha.
No me hace falta baluartes
para entrar a la vivienda:
a Igor, su hermano de sangre,
yo le instalé esa puerta.
- No es necesaria la fuerza.
Conozco al desahuciado
y no va a crear problemas.
Déjeme que lo convenza -.
Le dije al oficial al mando
- Enrique, lleve cuidado.
Si opusiera resistencia…
- Es hermano de mi mujer;
no quiero que sufra más,
no hay necesidad -.
- Si tú lo ves menester
y el secretario judicial
lo ve a bien proceder…
¡Venga, no tardes más!
Hay nervios a flor de piel –
dijo poniéndose en pié,
y fue al furgón a esperar.
― ¡Fuera de aquí, ladrones! ―
se oyó desde el interior.
- ¡Igor, soy Enrique! ¿Me oyes?
Abre, Carmen, por favor -.
De pronto la puerta se abrió,
entré y dije tranquilamente
- soy el cerrajero encargado
de ayudar a los agentes…
iros pacíficamente,
es mejor para ambos lados.
Si no entrarán a la carga,
será muy desagradable-.
- Lo que es desagradable
es que tú tengas la cara
de venir a presentarte,
a decir que nos embargan –
dijo Igor. Seguidamente
me preguntó por su hermana.
- No metas a Puri en esto.
Todavía no lo sabe
– contesté – Este zapatiesto,
este embolado es vuestro;
no echarle la culpa a nadie -.
Con su mirada y su gesto
casi llegó a fulminarme.
- Oye, paleto de mierda,
no vengas con tanta labia.
Me metí en la rehipoteca,
por ser la única manera
de montar la inmobiliaria
y, así mi hija pudiera
tener clase y elegancia.
Y tú, ¿qué?
¿Qué hiciste con tu hija,
que la llevaste a estudiar
Formación Profesional?
¿De qué sirve eso en la vida?
Eso no vale “paná”.
- Me bajo. Se acabó la discusión.
Da igual que cerréis la puerta.
Tengo la llave maestra.
- ¡Tú no te vas a ir, cabrón! -
gritó con todas sus fuerzas
- ¡El que se va a ir soy yo! -
Y sin mediar más palabras
por la ventana saltó.
Historia original de MARCUAN
“Las Columnas de Heracles”.
Adaptación poética a cargo de Emilio
Soler.
11 de diciembre de 2012. Copyright.