miércoles, 3 de octubre de 2012

RETROCESO




Dedicado a un buen amigo del gimnasio...


Un hombre salió de entre los manifestantes y, andando despacio y a cara descubierta,  enfiló hacia el grupo de policías que estaba preparándose para cargar.  

Ninguno de ellos podía ver el cóctel Molotov que llevaba escondido a su espalda…

De repente uno de los policías tiró el escudo y la defensa al suelo, se quitó el casco y, sin obedecer la orden de su teniente, corrió hasta colocarse frente a frente ante Anastasio.

Armando miró a su antiguo amigo a los ojos y se estremeció: vio ganas de matar.


Anastasio echó su mano atrás, con lentitud, sacando la botella incendiaria de su cintura y la dejó en el suelo. Luego levantó sus puños en posición de combate. Armando se quitó el cinturón con la pistola, lo lanzó lejos, adelantó su pierna izquierda  y se cubrió el rostro…

Los manifestantes y los policías se quedaron atónitos: aquella escena les había cogido por sorpresa. 

El silencio se podía cortar a hachazos.

Armando/Anastasio, o la “Doble A”,  habían nacido en el mismo barrio; fueron al mismo colegio; al mismo gimnasio y tuvieron la misma pandilla. Nadie se perdía sus combates de entrenamiento en el ring, parecidos a un espectáculo de gladiadores.


Su entrenador les propuso hacerse profesionales de King-Boxing. Se lo estuvieron pensando hasta que en el Instituto apareció Esther de la Peña, una segoviana de cabello rubio y ensortijado, con unos ojos azules como el Océano Atlántico.

Anastasio acabó casándose con ella, mientras que Armando se quedó soltero.

El joven matrimonio creó una firma de montajes eléctricos y llegó a tener 20 empleados. Compraron un piso en la calle Serrano de Madrid, y en ocho años liquidaron 29 de los 30 años que habían firmado por la hipoteca. 

Anastasio abandonó las amistades del barrio, llegando a avergonzarse incluso de sus propios padres. Hasta que la construcción paró en seco, de la noche a la mañana: un tobogán a la ruina. Tras la desaparición de la empresa y el desahucio, Esther de la Peña tenía que dormir en la calle, entre cartones.

Armando había preparado las oposiciones para la Policía Nacional teniendo que oír la rechifla diaria de sus compañeros encofradores: cobraban 6.000 euros mensuales. Poco a poco, con la ayuda de un amigo maestro, iba estudiando el temario. Aprobó a la primera.

 ¡Te vas a morir de hambre, funcionario! le dijo uno de su cuadrilla. 

Abandonó la obra y vistió el uniforme azul. Le sentaba como un guante.

La primera patada circular golpeó como una tralla en el muslo del policía, haciéndole caer de rodillas, al mismo tiempo que levantaba los brazos en cruz para detener un codazo mortal directo a su cabeza…

¡¡¡Para ya o te mato!!! gritó a Anastasio.

Pero su antiguo amigo no era un ser humano, se había convertido en un depredador.

Cuando Anastasio se revolvió para lanzar otro ataque, Armando disparó su puño derecho. El impacto en el plexo solar produjo un crujido estremecedor que rebotó en las paredes de la plaza. 

Un pelele yacía junto al bordillo de la acera, desmadejado y desnucado.


Enfrente, en la Cámara del Congreso de los Diputados, hacía dos meses que una señoría castellonense, de cabello lacio, había gritado mientras aplaudía el discurso de su líder de extrema derecha:

¡Que se jodan!




Marcuan.02/10/2012.

4 comentarios:

  1. Se te echaba de menos. Me encantan tus historias y que sigas ahí deleitando a tu público.
    Cambiando de tema, a partir del viernes 17 de este mes vuelve el boxeo al gimnasio, así que me gustaría seguir entrenando contigo, siempre que no te hayas vuelto una terrible máquina de matar karateka eh?
    Por cierto, muchas gracias.
    Un abrazo

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    1. Gracias a tí: "Doble A". Matar, amigo, sólo está permitido en legítima defensa o en un estado de necesidad... ojalá nunca me vea esas situaciones.

      Entrenaremos.

      Marcuan.

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  2. Buenísimo... Me siento identificado de una u otra manera... me tiré 5 años estudiando mientras mis amigos cobraban 3.000€, otros autónomos 6.000€, etc, etc...

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  3. Estimado Sergio:

    Me alegro de que te haya gustado este relato. Y sí; en sus tripas hay celos, envidias, rencores, odio, indignación...

    No te pierdas el próximo: más dulce. ¡Ah! Y corre la voz, para que nos encontremos por aquí este curso, al menos una vez por semana, un puñado de buenos lectores de la vida.

    Un abrazo, amigo.

    Marcuan.

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