jueves, 24 de enero de 2013

GURU-GURU


No debemos olvidar que la especie humana es generosa por naturaleza. De lo contrario hubiera desaparecido de la faz de la Tierra hace miles de años. 

Y debemos seguir ayudándonos a supervivir en estos tiempos difíciles, que pasarán. Ojalá sea pronto.



Miré la hora: eran las tres en punto de la tarde del día de Reyes.

―Te invito a comer un arroz en La Marea ―dijo Susana.

―De acuerdo. A la botella de vino blanco invito yo ―contesté a mi mujer.

Caminábamos ateridos de frío junto al malecón de la ciudad de Cádiz, azotado por ráfagas de viento racheado del Noroeste.

―¿Por qué vas mirando tanto al cielo? ―me preguntó al cruzar la calle.

―Por si se nos cae una palmera encima.

Entramos en el restaurante  y no tuvimos que esperar.

―¿Les parece bien esta mesa cerca de la playa? ―nos dijo el camarero.

―Sí, está bien ―dijo Susana―. Cariño, voy a llamar por teléfono a mi hermana dentro, aquí no se oye.

Estaba solo cuando trajeron a nuestra mesa una botella de color verde metida en un cubilete con hielos, un plato de aceitunas  machacadas y un cestillo con picos y rebanadas de pan.

El trago de vino blanco afrutado de Arcos de la Frontera, se mezcló en mi boca con el amargor de las olivas de Jaén y el pico de Xeréz; mientras veía  un mar embravecido a través de la ventana de plástico trasparente.

Pensé que, por primera vez en mi vida, estaba de acuerdo con el dogma de la infalibilidad del Papa Benito XVI: había dicho que los Reyes Magos eran andaluces. Seguro que beberían y comerían por el camino lo mismo que estaba bebiendo y comiendo yo, con la misma felicidad,  dos mil años después de su viaje a Belén.

―¡A su salud, Majestades! ―dije levantando mi copa.

―¿Pero me quieres decir qué haces hablando solo? ―dijo Susana a mi espalda ―¡ya empiezas a chochear! ―. Se lo conté y nos echamos a reír.

El arroz verde con almejas servido en cazuela de hierro forjado, apareció en su punto, borboteando, pero no venía solo.

―¡Señores! ¡El cuarenta y tres! ¡Tengo el cuponazo del sábado!

La lazarilla, una adolescente rubia y espigada, guiaba a un ciego gordinflón entre las mesas, con presteza y habilidad felinas.

―No gracias.

Al rato, después de succionar la octava almeja y  beber otro trago de vino, me encontré de pronto unas gafas de sol estilo Gadafi, oscuras como el carbón, junto a la servilleta.

Levanté la mirada despacio hacia un marroquí de cuello grueso como un toro.

―No gracias.

El vino Tierra Blanca empezaba a producirme euforia,  y me dejé vencer por la generosidad con el siguiente grupo de acosadores: los gorriones.

Cinco o seis entraron por las comisuras del chiringuito y se acercaron con desparpajo a la mesa. Cuando les eché varias migajas de pan armaron tal alboroto, que me recordaron al  patio del colegio.


Terminaba de rechupetear la última almeja, cuando apareció un joven negro, de piel satinada,  alto y pulcramente vestido. Me ignoró, se acercó a mi mujer y  susurró a su oído, mientras le ofrecía una pulsera de piedras rojas.  Susana se la puso. Luego  se dirigió a mí, ofreciéndome otra de tonos rosáceos y naranjas. Apoyó con suavidad su mano en mi hombro, se agachó y acercó sus labios gruesos hasta mi oreja.

Su voz acariciaba.



―Guru-Guru, mi abuela, mon grand-mère, dice protección de espíritus para ti y buena suerte.

―Págale, cariño, son muy bonitas.

―Una, tres euros; dos, cinco euros ―dijo como un rayo.

Al pagarle me enseñó los dientes en cinemascope más blancos que he visto en mi vida. Luego atacó en la siguiente mesa, ocupada por  seis mujeres de mediana edad, con la misma técnica. No le perdí ojo. Después de arrasarlas,  le hice una seña para que se acercara.

―Me llamo Marcuan, he sido profesor y abogado, ahora escribo cuentos. Esta es mi tarjeta, por si quieres leerlos en mi blog ―dije ―quizás escriba uno sobre ti. ¿De dónde eres? ¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes? ―le pregunté.

―¿Avocato… profesor de qui? ¡Ah! De Yeografí. Yo soy de Senegal, me llamo Makelele y tengo 21 años.

―¿Hablas francés?

―Oui, monsieur ―dijo Makelele.

Por fin terminamos de comer. No quedaba un grano de arroz en la cazuela. Se acercó el camarero.

―¿Es usted Marcuan? ―preguntó.

―Sí ―contesté extrañado ―. ¿Cómo lo sabe?

―¿Puede acompañarme, por favor? ―dijo ―. Un policía pregunta por usted.

―¿Quieres que vaya contigo? ―dijo Susana, alarmada.

―No, espera aquí ―contesté ―. Me entero de quién es y vuelvo. Será algún amigo de Alcalá.

Acompañé al camarero hasta el interior de las cocinas del restaurante.

―¡Mon ami avocato! ―gritó Makelele, nada más verme. Estaba esposado entre dos policías nacionales. Uno de ellos, gigantesco, se acercó a mí con la tarjeta de presentación que le había dado a Makelele.

―¿Es usted abogado? ―dijo en un tono socarrón ―. Porque aquí pone Marcuan  “Escritor motero”…

―Pues verá usted señor agente… para empezar quítele los grilletes a Makelele, por favor, y después me enseñan sus placas de identificación, si son tan amables.

De repente, en la cocina, no se oyó el ruido de un solo plato.

―¿Y qué moto tienes, si se puede saber? ―preguntó el guardia grandullón.
MP3 500 LT Sport

―Una MP3 500 LT Sport ―contesté sorprendido.

―¡Eso no es una moto, es un triciclo! ―dijo riendo ―¡Mi Kawasaki VN 1700 Voyager Custom sí que es una moto!

Kawasaki VN 1700 Voyager

―La moto de Batman ―respondí.

Nos estrechamos la mano.

A las cinco en punto de la tarde, hora torera, una extraña cuadrilla formada por dos policías, un joven senegalés y un jubilado, hacía el paseíllo entre las mesas del Restaurante Cervecería La Marea, frente a la playa de la Victoria, en Cádiz.

―Susana, llama a Andalucía Acoge, auxilia a los sin papeles. Te espero en Comisaría.

Durante los cinco días siguientes visitamos a Makelele en el Centro de Internamiento para Extranjeros.

―Te van a repatriar… ¿lo sabes, no?

Makele nos regaló una sonrisa marfileña.

―Volveré, mon ami avocat, volveré… soy joven, soy fuerte, soy valiente...

Me quité de la muñeca la pulsera de piedra roseta y se la devolví.

 ―Guru-Guru ―le dije.

Nos dimos un abrazo de despedida, mientras oíamos los rugidos del mar, cercano. 


Foto: Marcuan



Marcuan: 23/01/2013.

3 comentarios:

  1. Hola Marco Antonio, estamos encantados con que aparezca nuestra postal en una historia como la de Makelele; una historia preciosa de final triste como las de miles de personas que se ven obligadas a bajar en marcha de un sueño.

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  2. Gracias por vuestro permiso. Vuestra labor humanitaria es encomiable. Un abrazo. Marcuan.

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