sábado, 12 de enero de 2013

GUADAÑAS DE CUNETA


Hace unos días un guardarrail segó la vida de un joven motorista de 37 años.

Que en paz descanse.


Este relato va dedicado a su memoria. 

También espero que nos sirva de reflexión a los motociclistas, para que la fortuna y la prudencia no nos abandonen nunca.


Pedir a los políticos responsables la implantación obligatoria de los “quitamiedos” o protectores de las “guadañas de cuneta”, que es lo que son las vigas que sostienen los guardarrailes, es predicar en el desierto o arar los caminos.


Pero algún día lo conseguiremos porque:”La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado” (Art. 1, 2 Constitución Española). 


Que no se les olvide.



Ducati Diavel


Era perfecta y muy bella. Antonio la miraba embelesado. Acarició despacio con sus manos aquella piel metalizada, sintética y sonrió satisfecho. Olía a virgen.


Antonio tenía 37 años recién cumplidos y un porvenir brillante como psiquiatra. Su consulta estaba a  rebosar, nutrida por la crisis económica.

Se sentó encima de la impresionante Ducati Diavel de color rojo fuego, recién comprada, capaz de alcanzar los 150 km/h en menos de seis segundos y reguló los espejos retrovisores.


Imposible pasar inadvertido…


―¿Vas a salir con tus amigos, dejándome sola todo el día?


Carmen, a su espalda, le observaba con ojos húmedos. Había intentado ir sentada detrás de aquellas máquinas infernales, sin éxito. Cuando Antonio cogía velocidad, le daba un ataque de pánico. En una ocasión casi se tira de la moto en marcha.


―Sí ―contestó Antonio.


―¿No te da vergüenza?  Me prometiste que iríamos de compras y luego al cine.


―Han llamado los de la peña ―dijo Antonio ―hace muy buena mañana para salir y…


―¡Por mí como si no vuelves más! ―respondió Carmen. Se metió dentro de la casa dando un portazo.


Antonio arrancó la moto,  cliqueó el mando automático que abría la puerta de la cancela y subió por la rampa del garaje sin mirar atrás. Sabía que su mujer estaba llorando. No comprendía por qué ahora Carmen odiaba tanto su afición a las motos. Antes de casarse no parecía importarle. 

Quizás por la falta de hijos…


Al domar con un giro de muñeca los 165 caballos de potencia que cabalgaba, se le olvidaban los dramas que oía a diario en su consulta. Podía sentir el golpeteo de la adrenalina en sus sienes cuando aquellos 250 kilos de metal, se volvían ingrávidos. 


Era mágico.


―Voy a tener que divorciarme ―gritó dentro de su armadura ―estoy harto.


El sol brillaba en lo alto, mientras la carretera serpenteaba entre campos alfombrados por brotes verdes de trigo y cebada. Un aire tibio y limpio le atravesaba como los rayos X por las toberas del casco, mezclándose con el ronroneo del motor. Se desconcentró.


Y cometió un error: dejó de conducir 200 metros por delante de aquella bala roja en la que iba subido. No vio a tiempo la mancha de gasoil  derramado por un camión en el peralte de la curva.

―¡Maldita sea! ―gritó Antonio, mientras derrapaba sobre el asfalto.


Su pie izquierdo quedó atrapado en la estribera y lo arrastró hasta el guardarrail. No sintió dolor cuando golpeó su cuello contra la viga cortante de metal y pudo ver desde la cuneta, en un chispazo de vida, cómo su cuerpo seguía abrazado a la moto en un baile mortal.

Sabía a hierba y a tierra húmedas. Luego un abismo negro se lo tragó todo.


Marcuan. 12/02/12

2 comentarios:

  1. Marc! Muy buen relato! Un poco triste, pero real como la vida misma!
    Besos, Lourdes

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  2. Gracias Lourdes. Ojalá no ocurra nunca más. Marco.

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