Esta historia, basada en hechos reales, se cruzó en mi vida hace tiempo; pero no la pude olvidar.
Volvemos. Como Alonso Reques de Guilarte.
I
Éramos muy pequeños. Mi hermano José tenía
seis años y yo uno menos. Cuando la monja cogió nuestras manos de las de mi madre y nos introdujo en el
convento, un inmenso pasillo apareció ante nuestros ojos.
El suelo estaba enlosado con rombos de
mármol blancos y negros, pulidos como un espejo.
Mi hermano se soltó de la monja de golpe y
echó a correr, yo le quise seguir, pero trastabillé y caí de bruces. José se
paró en seco, volvió, me montó a caballito y, entre risas, llegamos hasta el
final del claustro, se abrió una puerta
y chocamos contra un hábito, blanco como
la vela de un barco. Sor Jimena, una novicia joven y sonriente, nos abrazaba y
besaba con cariño. Olía a vainilla y a chocolate.
En el patio del colegio nunca tuve
problemas: mi hermano me protegía.
― El que haga algo a María, se la carga.
Siempre que podíamos íbamos juntos a todas
partes. Fueron muy felices aquellos años del Parvulario.
Nuestros padres regresaron sanos y salvos
y volvimos a casa.
II
Vivimos buenos tiempos en Madrid, siempre
juntos en el Instituto y en la Universidad, hasta que mi hermano se casó.
Recuerdo que un día, hace 16 años, desde Galicia, su primer destino como
Guardia Civil, José me llamó por
teléfono.
― Mari, tengo que hablar contigo, me
quiero separar, te echo mucho de menos ―me dijo.
― Pero, ¡qué dices! ¡Si tu hija todavía no
ha cumplido los dos años! ―contesté.
― Bueno, mira, cojo la moto, me acerco a
Madrid esta semana y lo hablamos. Estoy fuera de servicio tres días.
Nos encantaban las motos. De jóvenes,
salíamos todas las semanas con un grupo de amigos. José no consentía que nadie
me llevara detrás, ni yo lo quería; nos sentíamos más seguros los dos, pegados
como una aleación a su Honda CBR, un torpedo que podía alcanzar los 300 km/h
Todos nos consideraban los mejores jinetes del asfalto.
III
― Tu hija, José, necesita una madre y un
padre para tener una buena estabilidad emocional. No te separes, piensa en
Isabel, aguanta ―dije a mi hermano ―y esas historias de que tu mujer me tiene
celos porque me quieres más que a ella, son imaginaciones tuyas Pepón ¡Pero qué
burros sois los tíos!
― Pues me ha dicho que tú eres más madre
de Isabel que ella misma ―contestó.
― ¡Pues claro que quiero a mi sobrina como
una madre, idiota! Es un encanto de cría. Y ahora escúchame: tienes que vender
tu moto, debes pensar en el futuro de tu hija, evitando correr riesgos
innecesarios.
― Ya está vendida ―dijo José ―. Esta mañana se la tenía
que entregar al comprador, pero me ha llamado para decirme que hasta la tarde
no puede recogerla. Así que me voy a dar una vuelta y vengo a la hora de comer
¿O.K.?
― Vale, pero no hagas tonterías y no
vengas tarde ¿eh? Prepararé nuestro plato favorito.
IV
Floriano Bárcenas venía de hablar con el
Alcalde del pueblo y estaba eufórico, acababa de conseguir recalificar unas
tierras agrícolas en urbanas: un pelotazo de muchos millones. De vuelta a Madrid se paró en el primer
restaurante de carretera que vio. Había
pedido champán para comer.
― ¡Camarero! Le he dicho que me traiga
champán, no cava, ¿entiende lo que le digo?
― Sí señor, disculpe usted, ahora mismo se
lo sirvo ―dijo el camarero retirando la cubetera.
Cuando arrancó su Land Rover plateado,
último modelo, se sentía un hombre muy importante. Eructó y un olor agrio se
esparció por el interior del todo terreno. Iría a celebrarlo con su amante esa
misma tarde, antes de volver a casa, y
había que darse prisa. Mucha, mucha prisa.
El
coche de delante no quiso darle paso y al final de la recta aceleró, para
adelantarlo en una curva que giraba a la derecha…
V
José disfrutaba conduciendo aquella
máquina prodigiosa que aportaba un plus
de exclusividad, no sólo por su decoración, sino por sus sofisticados sistemas
electrónicos.
Iba despacio, dentro de los límites de
velocidad, hinchando sus pulmones con los aires del campo de la meseta, que tan
buenos recuerdos le traían. Olía a hierba recién cortada.
María tenía razón, le haría caso en todo.
Pensó en la comida que le esperaba y empezó a salivar, como los perros de
Paulov.
VI
“Señoría, declaro bajo juramento que el
Land Rover que me adelantó por la izquierda, en línea continua, iba tan rápido que no llegué a verlo pasar.
No fue el motorista el que invadió el carril contrario, como se dice en el
atestado, sino fue el todo terreno el que adelantó por prohibido. No he venido
antes a declarar porque he sufrido una fuerte depresión, después del accidente”.
VII
Mi hermano José y yo hemos tardado diez
años en volver a subir juntos en una moto. Sólo los auténticos moteros sabemos el
sufrimiento que produce estar tanto
tiempo sin poder salir a la carretera. No nos atrevimos a subir en mi Yamaha Nana hasta que un día, después de
ver el rostro de mi sobrina, una hermosa joven de 18 años, clavada a su padre,
nos decidimos.
Fue fácil, cuando llegué a aquella curva,
un fogonazo de luz blanca nos volvió a fundir como una aleación metálica de
cobre y estaño. Sentí que José
cabalgaba a mi espalda, conmigo y volvíamos a ser los mejores jinetes del
asfalto.
VIII
María estaba en la puerta del bar,
fumándose un cigarrillo en la medianoche madrileña. Se protegía del frío de
Febrero con su chupa motera. Era una mujer atractiva de mediana estatura,
terminando la treintena. Su pelo lacio y
negro remarcaba una cara bonita, de piel blanca y nariz recta.
Alonso
Reques de Guilarte aparcó su moto Trici en
la acera, junto a las demás, se quitó el casco y, dando un par de pasos, se le
acercó.
― Hola ¿Eres Nana? ―preguntó.
― Sí, soy Nana, pero me llamo María.
―Yo soy Marcuan. Vuestro grupo me ha invitado a tomar unas cañas, a través del foro de Moterus ―explicó Alonso―. No conozco a nadie.
― Sí, soy Nana, pero me llamo María.
―Yo soy Marcuan. Vuestro grupo me ha invitado a tomar unas cañas, a través del foro de Moterus ―explicó Alonso―. No conozco a nadie.
― ¡Oh, Marcuan! ―. Tenía ganas de ponerte cara. Vamos dentro, te presentaré a los demás ―dijo,
espachurrando la colilla en el cenicero y clavando sus ojos oscuros en él.
María tenía un cuerpo con forma de reloj de arena, que movía con naturalidad y gracia. Desprendía simpatía y ternura por todos los poros de su piel.
Alonso Reques de Guilarte acababa de
conocer a la Chica de la Mirada Triste.
Marcuan 09/03/2013.
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