jueves, 16 de enero de 2014

LA SIRENA DE LOS PINGÜINOS

El pasado fin de semana acudí, junto con unos amigos y por primera vez, a la concentración motorista más grande de Europa: Los Pingüinos, en Puente de Duero (Valladolid).

Un motero de mi grupo, mientras se curaba la resaca con un caldito caliente, me contó lo que le había ocurrido por la noche. 


No le hice mucho caso, pero  os animo a que acudáis a la próxima concentración... por si su historia fuera cierta.








                                  I

Agarró las bridas de su cuadriga de caballitos de mar y les espoleó con el sonido gutural de partida.

―Yiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…

Mientras atravesaba la oscuridad de las profundidades abisales como un torpedo atómico, miró hacia atrás. Nadie la seguía.

La pócima que había emponzoñado en secreto la comida de su escolta de tritones, les había dejado fuera de combate.

―Cuando mi madre se entere se va a liar una muy gorda en el alcázar. Es capaz de enviar su ejército a buscarme. Pero no volveré jamás, estoy harta de esta aleta caudal ―gritó Miriamar a la serpiente cornuda de color aguamarina,   que llevaba enroscada en la cintura.

Su madre era General De Sirenas del Océano Glacial Ártico.

―Yiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…

La culebra aguamarina se apretó aún más al vientre de Miriamar, haciéndole cosquillas en el ombligo, mientras algunas escamas se desprendían de su cola azulada y salían disparadas a toda velocidad. 

Parecían mariposas.

Perla, Ostra, Calamar y Tiburón, sus caballos marinos, aceleraron hasta alcanzar una milla marina por minuto. Hubieran dejado atrás, sin dificultad, a los caballos mecánicos de la Yamaha FZR 600.

Miriamar estaba ilusionada con poder montar algún día en aquella cabalgadura terrestre. De niña, visitando las basuras con que los humanos contaminaban los Cinco Océanos,  encontró una fotografía plastificada de esa moto y de su piloto.

―Lo conseguiré. Y para eso necesito tus huevos ―dijo a la culebra de mar.

"Come un huevo de la serpiente cada tres horas exactas y perderás tu cola de pez. Si no eres puntual,  el hechizo se romperá y te convertirás en un delfín albino, hasta el fin de tus días"  ―le había dicho su aya protectora, antes de partir.

El Pingüino Mayor del Ártico, amigo suyo, acopló una brújula acuática a su carro de coral rojo.

"Sigue su indicación. Te llevará a la ribera de un gran río junto al cual, los humanos, hacen todos los inviernos un homenaje a nuestra especie. Cuando llegues, ponte esta ropa y este gorro. ¡Y que se cumplan tus sueños, Miriamar"!

                                  II

Ulises Matamoros, a los dieciséis años, le dijo a su padre que él no quería seguir estudiando. Y su padre le puso a trabajar en los oficios más duros de la construcción.

―¿Que anoche estuviste de jarana y no te has acostado? ¡Vamos! ¡Arriba ahora mismo! Tienes que pintar trece chalets ¡y terminarlos todos hoy!

Siempre cumplía y siempre cobraba. Mucho dinero. Una tormenta de especulación inmobiliaria arrasaba el país.

A Matamoros le apasionaba la velocidad, por lo que se compró una Yamaha FZR 600, negra como el azabache, que cuidaba más que a la niña de sus ojos. Unos ojos claros, transparentes y tan azules, como los cielos de Madrid en días despejados.

―¡¡¡Me cago en las cenizas de Nabucodonosor!!!  ¡¡¡El puto chivato del aceite no se apaga !!! ―gritó Matamoros ―¡¡¡y sólo faltan cuatro horas para salir a la concentración!!!

Puso un whatsapp a sus amigos del Grupo VIP: “Anoche cambié el aceite a la moto y no se apaga el chivato rojo del circuito, no me atrevo a salir, si gripa el motor me voy a pegar una peladilla cojonuda ¿alguno sabe qué puedo hacer?”

Marcuan, Jamurria, Jj-Magic, Oveja, Pingo, Jordi, Sergio, Josué… se devanaron los sesos. Nada resultó.

―Voy a llamar a la grúa para que lleve la moto al taller. Con un poco de suerte estoy a la hora de la salida.

Estuvo. Con el piloto del aceite en rojo...

                              III

Foto: Marcuan

Una marabunta de más de treinta mil motociclistas se extendía por los pinares de Puente de Duero. 

Los descendientes de los trogloditas habían montado sus tiendas de campaña encima de la escarcha y el cascajo. Olía a resina y a piñón fresco antes de que empezaran a crepitar las hogueras, encendidas para combatir el frío de la noche. 

Las estrellas de la Vía Láctea centelleaban por encima de las copas de los pinos, dibujando un camino de diamantes, mientras las humaredas, mezcladas con la niebla, irritaban las gargantas, la nariz y los ojos. 

Pero eso tenía remedio: corderos asados a fuego vivo, regados  con vinos tintos afrutados de la tierra, hacían olvidar el humo y el frío a los centauros de la carretera.


Foto: Marcuan

Música, alcohol, hermandad, alegría, mercadillos, bocatas, sopa caliente…

Miriamar  apretó los cuernos a la serpiente y salió el primer huevo. Lo comió,  mientras los humanos tomaban doce piñones con cada campanada y bebían vino espumoso deseándose, entre abrazos y besos,  un Feliz Año Nuevo Motero.

Poco a poco su aleta caudal se transformó en dos esbeltas piernas, de piel tan tersa como la de un tambor. 


Foto: Marcuan
Dejó a su culebra cornuda en la ribera del río y llegó junto a una fogata solitaria, donde pudo secarse. Luego se vistió, se cubrió con su gorrita de pingüino y se unió a un grupo de chicos que pasaban por allí. Uno de ellos llevaba una enorme gorra de plato del ejército ruso.

Llegaron a una carpa blanca, rebosante de gente, que bebía y bailaba sin parar.

―Oye princesa, ¿te vienes a ver las estrellas conmigo? ―le dijo Ulises Matamoros nada más verla entrar por la puerta. Llevaba puesto un traje de cuero blanco y negro, pegado al cuerpo como la piel de una orca.

―Sí, a las tres en punto ―contestó la sirena.

―Pues venga, tómate algo hasta que sea la hora, que vas a flipar esta noche con el Matamoros ―dijo Ulises ―. ¡Camarera dos güisquis con cola! Rápido, joder, que la niña se tiene que ir dentro de tres horas con El Melenas, aquí presente, el encanto de las nenas,  jjjjjjjjj.

 ―¿Cola? ¿Aquí se beben las colas? ―contestó Miriamar, confusa y asustada.

―Aquí, reina de los mares, nos comemos la grava y nos bebemos hasta la vinagre, jjjjj ―rió Ulises ―. ¿Tienes moto o vienes de paquete?

―Tengo cuatro caballos…

―¿Cuatro caballos? Pero rubia, ¿tú cómo has podido llegar hasta aquí?, ¿en un triciclo como el de Marcuan? Jjjjjjj. Mi Yamaha FZR tiene 126 caballos pura sangre. Y todos tan negros como los cojones de un grillo, jjjjj.

―¡Oh! ¿Me dejarás conducirlos?

―¡Pero qué dices, pedazo de caramelo de miel! A mi moto sólo le soplo yo en el cogote, mientras ella muerde el polvo,  jjjjj ¡Soy yo el que da gas y ella la que se lo toma todo! ―dijo Matamoros  riendo. ―Pero no sufras, bombón de la pradera, que mañana te llevo a pasear por Valladolid. Venga, menos rollo y vamos a bailar ¡Yipiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Foto: Marcuan

―Yiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…




                               IV

Cuando Miriamar bebió de aquel agua de fuego mezclada con brea burbujeante, notó en sus tripas el gorgoteo de un volcán submarino y se le incendiaron los ojos de sol nocturno.

―Yiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…

―Yipiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…

Foto Marcuan
Ulises bailaba como un pavo real, con el vaso de plástico en la mano, bendiciendo su suerte: estaba con la chica más guapa que había visto en toda su vida. 

Se sentía el rey de los trogloditas.

―¿Tú fumas? ―le preguntó Matamoros.

―No se qué es eso ―contestó Miriamar.

―Entonces vamos fuera.

Cruzaron la llanura sembrada de pinos piñoneros en dirección a unas matas. Miriamar trotó tras él, temblando de miedo, sin poderlo remediar... 

Tan pronto como llegaron a unos arbustos, Matamoros la tumbó en el suelo sin decir palabra y se echó sobre ella, besándola en los labios y en el cuello, penetrando en su entraña virgen. 

Un estallido de placer, como jamás había sentido,  le recorrió la espalda, hasta que el orgasmo les fundió en una explosión de fuegos artificiales, quedándose exhaustos, acurrucados uno junto al otro.

―¿Qué hora es?  ―preguntó de repente la hija del mar.

―¡Y yo qué sé!

Miriamar se levantó de un salto y echó a correr hacia el río.

―Pero tía ¿dónde vas en pelotas? ―le gritaba Matamoros, mientras se ponía el mono de cuero a toda prisa.

Miriamar llegó jadeante a la ribera. Faltaba un minuto para que su reloj de esmeraldas marcara las tres en punto.

―Yiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii… ―guturizó con suavidad.

La serpiente de mar oyó el aviso y levantó su cabeza cornuda por encima del agua remansada del río, reptando en silencio hacia su dueña. 

Miriamar se inclinó hacia ella, pero no le dio tiempo a tocarle los cuernos para obtener su segundo huevo mágico... Una sombra salió disparada como un resorte desde el bosque y se abalanzó de un brinco hacia la serpiente, blandiendo una gruesa rama de pino.

―¡¡¡Una culebra!!! ¡¡¡La madre que la parió!!! ¡¡¡Toma, hija de puta!!!

De un bastonazo, Ulises Matamoros, la partió en dos.

Cuando se volvió sonriente hacia donde estaba su amada, pegó un respingo que le hizo recular.

―¡¡¡Un tiburón!!! ¡¡¡Joder!!! ¡¡¡Ahora hay un tiburón en el río!!! ―gritó, desencajado.

Una explosión de espuma bajo el agua helada, lanzó por los aires a un hermoso delfín albino que, emitiendo un sonido gutural, nadó río abajo, perdiéndose en la eternidad.



 Yiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…




MARCUAN. (C)15/01/2014.

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