lunes, 20 de octubre de 2014

BESOS DE SAL

Quizás fue un sueño... O no...

Que os guste.





Salió del hospital al anochecer, cruzó la ancha avenida en dirección a las playas y se acercó despacio, andando sobre la arena como una diosa fenicia.

Alonso la esperaba, mirando el océano donde acaba Europa y nace la desesperación.

Una luna llena iluminó a la mujer como un foco de cabaret, destacando su figura. Una figura menuda, redonda, cubierta hasta los tobillos por un vestido largo y ajustado, que dejaba ver un busto exuberante y un hermoso rostro.


     Ni nardos ni caracolas
     Tienen el cutis tan fino,
     Ni los cristales con luna
    Relumbran con ese brillo.**


Olía a salitre y a caballas frescas.



―Mi padre ha muerto. El cáncer lo ha vencido. Sólo puedo quedarme un rato contigo, pero lo necesito.

Alonso se volvió y la estrechó entre sus brazos. Al principio con ternura, luego con la furia de un centauro.

―¿Necesitas algo? ―dijo Alonso.

―Sí. Que me ames ―contestó la mujer.

Alonso la cogió en vilo y la sentó en la proa de una barca de pescadores.


          …sus muslos se me escapaban
          como peces sorprendidos,
          la mitad llenos de lumbre,
          la mitad llenos de frío…**


Los golpes de espuma de las olas ahogaron sus suspiros de pasión, mientras la ciudad dormía entre girones de bruma húmeda y azulada.

La mujer, con la melena revuelta por el viento como una veleta, miró a Alonso con ojos encendidos.

―Tus besos saben a sal ―susurró en su oído.


          …sucia de besos y arena,
          Yo me la llevé del río…**


―¡Doctora Patricia! El motero accidentado está saliendo del coma, ¿puede venir a verlo, por favor?  ―dijo la enfermera.

Alonso Reques de Guilarte abrió los ojos poco a poco y se encontró con los celestes de Patricia Gilarranz Cortés, doctora en Traumatología del Hospital Puerta del Mar.

―Y yo me la llevé al río creyendo que era mozuela… ―balbuceó Alonso.

―¿Río? ¿Qué río? No, Alonso, usted pasaba con su moto por el puente de Carranza y una ráfaga de viento huracanado lo lanzó al mar. ¿Lo recuerda? ―dijo la doctora.


Puente de Carranza (Cádiz)

Levantó los párpados de Alonso para iluminarle los ojos con una linterna.

 ―¡Mi Trici! ¿Dónde está mi Trici? ―gritó Alonso.

―¿Su qué? ―preguntó Patricia.

―Su motocicleta, doctora, un cacharro con tres ruedas ―informó la enfermera.

―¡Ya estamos como en Barcelona*! ―protestó Alonso.  ―¡¡¡Mi moto no es un cacharro!!!

―Déjeme ver el atestado de la Guardia Civil ―dijo Patricia a la enfermera.

Después de echarlo un vistazo, Patricia se acercó a Alonso, lo cogió de la mano, con dulzura.

―Su Trici está en el fondo del mar, matarile, rile, rile, como las llaves de la canción ―dijo riendo la doctora.  ―Pero se recuperará, como se recuperará usted Alonso. Ya lo verá. Ha tenido mucha baraka.


―¿Baraka? ¿Y eso qué es? ―contestó Alonso.

―Buena suerte, Alonso, muy buena suerte. Ahora relájese y descanse, yo cuidaré de usted, no se preocupe por nada, descanse. Piense en lo que pasó en ese río…


     …En las últimas esquinas
     Toqué sus pechos dormidos,
     Y se me abrieron de pronto
     Como ramos de jacintos…**





MARCUAN: 13/10/2014

* Ver relato Marga: Un misterio de mujer I.

** Estrofas de "La casada infiel" del "Romancero gitano" de Federico García Lorca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario