Las aventuras de Alonso y Trici por el Sur. ¿Se bajarán al moro algún día?
Ya veremos, dijo un ciego.
I
Segovia |
Hace muchos, muchos años, en los tiempos de Maricastaña, erase que se era
una ciudad medieval, rodeada de murallas a las que se asomaba un milenario
acueducto romano.
―Maese Marcos, nuestro taller de sastrería está en la ruina; la mujer del
Gobernador se niega a pagarnos lo que nos debe: más de un millón de maravedíes.
―Maese Rafael ¡Qué me decís! ¡Por los cuernos del buey de San Lucas! ¡Si
ayer la vi en su carroza, cargada de collares!
―…Que tampoco ha pagado a Maese Eugenio, el maestro orfebre… Su marido
apoyó el golpe de Estado de la nueva reina Isabel, en contra de la Beltraneja.
Será ascendido a Generalísimo de los Ejércitos Reales ―respondió Maese Rafael,
cabizbajo.
Isabel I es proclamada reina de Castilla en el Alcázar de Segovia. Foto: Marcuan. |
― ¡Que el diablo les bese en el ojo que no tiene niña! ¡Voto a bríos! ―dijo
Maese Marcos mesándose la barba.
II
Alonso hizo limpieza general en su nueva casa, llenando un par de bolsas
grandes de basura.
Comenzaba una nueva vida y mucho de lo que se deshacía, le recordaba la
anterior.
―Tengo que sobrevivir Tigri… y se me ha olvidado hasta freír un huevo ―le
dijo a su mascota, un tigre de peluche de ojos grandes y mirada fija.
III
Francfort del Meno |
Maese Marcos y Maese Rafael huyeron de su ciudad, para evitar a los acreedores.
Anduvieron y anduvieron, sin descanso, hasta llegar al corazón del Sacro Imperio Romano Germánico: Francfort del Meno.
Durante el largo camino elaboraron un arriesgado plan. Pero eran valientes
e ingeniosos.
―Maese Rafael, una antigua amante nibelunga me ha conseguido una Audiencia, dentro de tres días, ante el Emperador y su Corte, para comprobar si son ciertos los rumores que hemos sembrado
por la ciudad ¿Tiene vuesa merced preparada la tela mágica, que sólo pueden ver
las personas honradas y honestas?
―Sí, amigo mío, aquí os la muestro ―dijo Maese Rafael enseñándole las manos
desnudas ―. ¿Vos podéis ver y apreciar su maravilloso hilado de oro y plata,
de tacto suave como las plumas de ganso y tan firme como los pechos de una
joven teutona? ―dijo Rafael ―. Además huele a cantueso.
― La veo, la huelo y la palpo en todo su esplendor Maese Rafael ¡Qué
maravilla! Le haremos con ella un traje único al Emperador de la Cristiandad ―contestó Marcos.
Ambos se guiñaron un ojo y se echaron a reír.
IV
La Chica del Cabello de Fuego. Foto: Marcuan. |
―Hola Alonso, soy Carmen
Reina de Quirós. ¿Te acuerdas de mí?
― ¡A sus órdenes Comisaria! ―dijo Alonso,
respondiendo a la llamada de teléfono de su antigua amiga.
― ¡Déjate de tonterías,
letrado, que te enchirono! Jajaja ―rió Carmen ―. Estoy informada de que te has
bajado al Sur, ¿es que te has creído lo de la canción?
―¿Canción? ¿Qué canción? ―dijo Alonso.
Atardecer en Rota (Cádiz) |
―Más o menos. Me lo explicó por encima La Chica del Cabello de
Fuego.
―Veo que sigues igual de cuentista Reques… Pues mira, a las siete de esta
tarde te espero en la concentración motera de Rota, te presentaré a mis
amigos y así nos cuentas lo de la dragona esa. ¿Sabes venir?
― Tengo GPS en la moto, Comisaria.
― ¡Y mucho cuento! Jajaja. No me falles; ahora necesitas hacer nuevos amigos.
―Gracias, Carmen, de verdad. Me encuentro más sólo que la una.
V
―Somos mercaderes y sastres
castellanos. Venimos desde muy lejos para ofrecer en exclusiva a Vuestra Majestad esta
tela maravillosa, mágica y única en el mundo; que mi socio Maese Rafael guarda
en el cofre.
El secreto para su
elaboración estaba oculto en la biblioteca de mi tatarabuelo, un gran viajero que
llegó hasta el reino de Camelot.
El mago Merlín se lo enseñó
por orden del Rey Arturo.
Sólo las personas honradas y
honestas, aquellas que a su muerte serán recibidas en el reino de los cielos, pueden verla.
¡Maese Rafael! ¡Mostradla al
Emperador y a su noble Corte! ―vociferó con todas sus fuerzas Maese Marcos.
Rafael abrió el baúl
con una llave de oro, simulando sacar y desenrollar un paño. Entre sus hábiles
manos sólo había aire.
―¡Oh, qué tejido más
hermoso! ―dijo el Rey.
―¡Jamás he visto una tela
tan bien elaborada! ―contestó el gran
Chambelán.
―Notad su suavidad y delicioso
aroma ―dijo Maese Rafael, acercándosela.
―Majestad, es aterciopelada
como las plumas de un ganso, huele a rosas y
es firme como los pechos de una joven ―dijo el Chambelán al Rey,
después de simular tocarla y olerla.
―Me haréis un traje con capa para el día
del desfile en la Fiesta Mayor. Cueste lo que cueste ―ordenó desde su trono de
oro el germano.
―Así se hará, Majestad ―contestaron
los sastres al unísono con una reverencia y una sonrisa en los labios.
VI
Concentración motera en Rota (Cádiz) |
Con esmero.
Se lavó el rostro con jabón Rosa Mosqueta y recortó su barba con la máquina
eléctrica. Luego rasuró sus mejillas y su cuello con la navaja de afeitar. Se
duchó. Mientras secaba su cuerpo desnudo, amortiguó el ardor de las raspaduras
con after shave balm baume apres rasage Dolce&Gabbana. Y se perfumó con la
misma marca de colonia.
―No está mal, chaval de la quinta del 50 ―dijo mirándose
al espejo y levantando los brazos, mientras hinchaba sus bíceps y marcaba
pectorales.
Había perdido ocho kilos y no tuvo problemas para embutirse los pantalones de
moto, encima de las medias térmicas; apretar el protector de la columna
vertebral sobre la camiseta también térmica; ponerse las botas negras de piel
de búfalo, lustrosas, y cerrar de un golpe la cremallera del chaquetón motero, sobre
su barriga plana.
Se sintió como el caballero Lancelot, dentro de su armadura.
A trancas y barrancas cogió las dos grandes bolsas y, de paso, con dos
dedos, unas zapatillas viejas que había olvidado meter dentro de los bolsones.
Bajó a la calle y fue derecho a los contenedores, sin darse cuenta de que
las zapatillas habían caído sobre la acera.
VII
Una gran muchedumbre se agolpaba en la Calle Mayor, para ver pasar al
Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, vestido de gala, con su traje y
capa mágicos.
Al verlo de pie, sobre su carroza, sus súbditos se decían unos a otros, asombrados, lo bien hecho que estaba el traje y lo bien que sentaba la capa a su Majestad.
Al verlo de pie, sobre su carroza, sus súbditos se decían unos a otros, asombrados, lo bien hecho que estaba el traje y lo bien que sentaba la capa a su Majestad.
Hasta que un niño gritó
a voz en grito.
―¡¡¡El Rey va desnudo!!! ¡¡¡El Rey va desnudo!!!
VIII
―¡¡¡Anciano!!! ¡¡¡Anciano!!! ¡¡¡Se le han caído las zapatillas!!! ―gritó un
niño a las espaldas de Alonso.
― ¡Cállate niño! ¡Vas a molestar al señor! ¡Eso no se dice! Usted perdone ―dijo
la madre avergonzada.
―No hay nada que perdonar señora y gracias por avisarme, chaval ―dijo
Alonso.
Volvió a coger las pesadas bolsas negras y las viejas zapatillas y las echó
al contenedor de basura. Con gesto serio.
Alonso sacó el casco y los guantes del vientre de su moto, se los puso y picó espuelas con el acelerador a tope.
Los cuarenta caballos mecánicos de Trici, sudaban aceite, mientras sus tres ruedas devoraban asfalto.
Cuando llegó a Rota, Carmen y sus amigos lo estaban esperando. La
Comisaria de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado le estampó dos sonoros
besos.
― ¡Bienvenido al Sur, Reques!
― ¿Sabes una cosa, Carmen? Los niños de todo el mundo nunca mienten ―dijo
Alonso.
―Ni los borrachos, jajaja ―respondió Carmen.―In vino veritas.
Marcuan: 22/8/14
Muy bien!!! Hoy he estado leyendo algunos de tus relatos, en general me han gustado bastante.
ResponderEliminarEres ameno, directo, sensible y divertido. He pasado un buen rato leyendo. Gracias
Paqui
Paqui, agradezco mucho tu comentario. Estoy retomando la escritura, después de un giro en mi vida y tu crítica literaria me anima a continuar. Sólo por tener una lectora como tú merece el esfuerzo de que vuelva a escribir. Te prometo otro cuento y te lo dedicaré. Un beso. Marcuan
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