Con mi deseo de que aniden la Paz y el Amor, durante todas las noches de su vida, en las personas de buena voluntad.
¡Feliz Navidad!
Martín
apartó de un manotazo su bicicleta, que le había caído encima, y empezó a levantarse lentamente, entre barro e
inmundicias.
―
¡Maldita sea! ¡Qué porrazo más tonto me acabo de dar! Es que por la noche es
suicida circular sin luz por el parque.
De
repente, un perro pastor color azabache salió disparado hacía él, como un látigo, desde
debajo del banco fijo de madera, junto al que había caído.
―
¡Guau! ¡Guaauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!
Instintivamente
Martín puso los brazos delante de su rostro, hasta que vio que la correa atada a
la pata metálica del banco lo había parado en seco, a escasos centímetros de su
cara.
Unos ojos asesinos lo fulminaban, sostenidos
por un hocico arrugado como una pasa, entre
dos filas de dientes navajeros y babeantes.
―
¡¡¡Joder!!! ―gritó Martín, dando un respingo.
Por
arte de magia, como en el circo, una mujer que estaba acostada sobre el banco,
levantó el plástico negro que la cubría y se le acercó.
―
Disculpa, asustaste a Guardián, con tanto estrépito. ¿Estás bien? ¿Puedes
levantarte?
Era
una mujer joven y esbelta, con una larga trenza gruesa rubia que reposaba sobre unos pechos exuberantes. Tenía la mirada dulce, un poco vacía. Estaba
vestida de pies a cabeza con ropa de invierno.
―
Estoy bien, gracias ―dijo Martín ―puedo levantarme solo, aunque me he clavado
el manillar en la ingle. Mañana tendré un huevo de más...
Se
quedaron charlando un rato, hasta que Martín le pidió que le
contara por qué dormía en un banco de Alcalá, junto al río Henares.
Aquella mirada vacía, bajo la luz amarillenta de una farola, empezó a llenarse de aguas turbias y cenagosas.
Aquella mirada vacía, bajo la luz amarillenta de una farola, empezó a llenarse de aguas turbias y cenagosas.
―
Me llamo Josefina. Nací en un pueblo de Málaga. Trabajé en la banca. Ganaba
mucho dinero aconsejando a los clientes de mi sucursal que invirtieran en
acciones preferentes. Los directivos nos lo exigían sin escrúpulos… y cuando más
tarde vi la ruina que provoqué a ancianos analfabetos, a agricultores pobres y
a muchos de mis familiares… una nube tóxica de culpa y pena ahogó mi corazón y
cegó los ojos de mi alma.
Caí en las drogas y acabé
echándome en los brazos de un legionario, que me dejó embarazada y dio
el mal paso de matar a un moro por quemar viva a una de sus mujeres, con la que mi hombre también mantenía relaciones.
Él perdió su empleo y la libertad y yo mi
fortuna y a mi hija, que se malogró. Estoy esperando que mañana, el día de Navidad, salga de la prisión
de Alcalá-Meco. No me dejan alojarme con mi perro, del que nunca me separo, en
ningún albergue, pero no tengo miedo; Guardián me defendería con su vida. Además los bancos son lo mío... ―dijo con una amarga sonrisa.
Martín
centró con sus rodillas la rueda delantera de su bicicleta; engarzó de nuevo la
cadena a los piñones y, cabizbajo, subió con parsimonia a su montura metálica.
―
¿Puedo ayudarte en algo?
―
Bueno, me has dicho que escribes cuentos. Me gustaría que escribieras uno sobre
los “sin techo” en Nochebuena.
―
Lo haré, te lo prometo. Buena suerte Josefina. Adiós Guardián. ¡Feliz Navidad!
Martín
Cabrejas González pedaleó con todas sus fuerzas, dejándose tragar por la
oscuridad de la arboleda, mientras en el cielo nocturno las estrellas, acompañando
a la luna como un rebaño de ovejas brillantes y muy lejanas, titilaban.
Entonces
empezó a tatarear su villancico preferido, desde que era un niño…
NOCHE
DE PAZ,
NOCHE
DE AMOR,
TODO
DUERME EN REDEDOR…
Había
conocido a La mujer del banco de Alcalá.
(c)Marco. Navidad 2018.