miércoles, 12 de septiembre de 2018

LA MUJER DE LOS PUNTOS SUSPENSIVOS


Vuelve la pulsión de escribir. Quizás siempre estuvo ahí como un corcho hundido en un cubo de agua y, al soltar su lastre, reflota... con naturalidad.


Deleitar, informar o enseñar; eso intento dar a quien me lee,  a cambio de su atención: el mayor tesoro que una persona puede ofrecer a otra.







Se apresuró a limpiarle los chorretones de chocolate, pegados alrededor de sus labios, con una servilleta de papel mojada en agua. 

Acababan de conocerse y tomaban una taza con churros.

― ¡Oh! No superaste la etapa anal… ―Soltó María de golpe.

― ¿Qué no superé qué? ―Contestó Martín con cara de emoticón estupefacto.

― Me parece que tú eres de los que no soporta la suciedad ―dijo María ―¿Nunca te has acostado con una mujer untado de mantequilla y mermelada…?

― Pues yo… la mantequilla… 

María sonreía con picardía y mucha superioridad. Era una mujer menuda, ancha de caderas, elegantemente vestida, con pelo corto y grisáceo, de edad madura. Sus ojos pequeños y oscuros, cobijados tras una nariz grande, denotaban un alto coeficiente intelectual.

― ¡No sabes lo que te has perdido…! ―dijo María riendo.

Martín Cabrejas González se había perdido muchas cosas en la vida, pero que lo untaran en pelotas como a una tostada… se lo iba a perder. Seguro. Era un hombre ingenuo, con aire de adolescente por dentro y por fuera; en buena forma a pesar de estar en el último tercio de su vida, debido quizás a sus cuarenta años ejerciendo como profesor de Historia en un Instituto. Los jóvenes contagian vitalidad.

― Bueno María, termino de limpiarte los morros y te enseño el Paraninfo de la Universidad de Alcalá ―respondió ―y esto lo pagamos a medias, como todo.

Martín llevaba divorciado poco tiempo, todavía no sabía muy bien por qué y, cuando la soledad empezó a trepanarlo el esternón, se decidió a poner su perfil en una página de contactos.

― Tú no has quedado conmigo para ser pareja, sino para que te ayude…

María era doctora en Medicina y Psicología y, cuando le escribía por Wastupp, siempre ponía cuatro puntos suspensivos entre frases.

― Hablas igual que escribes María, con puntos suspensivos que, por cierto, lo correcto es poner sólo tres ―dijo Martín.

― Jajaja. Soy una mujer superdotada e independiente y pongo los que yo quiera poner. Faltaría más. Jajaja ―contestó María.

Martín también rió mientras pensaba que nunca se quitaría de encima aquel impulso de corregir y enseñar a los demás. Estaba jubilado ya como docente, por fin, pero arrastraba una enfermedad profesional crónica.

― Mañana a las doce te pasas por mi consulta en Madrid, a ver si “matas al padre” y dejas de actuar como un niño. Tienes que comportarte como un adulto. Y no te preocupes por los pagos, llegaremos a un acuerdo…

―  ¡Por Dios! ¿Que tengo que “matar” a quién? ―dijo Martín con cara de susto.

― Jajajaja... Es en lenguaje freudiano… Porque sufres cuando te enamoras… ¿No? Mira, eliges mujeres muy maternales y entonces temes que sus amigos varones te roben el afecto que no recibiste de niño por parte de tu madre, al meterte interno en un colegio. Le echas la culpa a tu padre y te enfrentas a los hombres. Tienes que “matarlo” para poder ser feliz con una mujer.


Martín Cabrejas  González miró la deslumbrante luz, a través de los cristales de la churrería, que bañaba a borbotones las estatuas de bronce de Don Quijote y Sancho Panza, sentadas frente a la casa natal de su "padre": Don Miguel de Cervantes Saavedra.


Suspiró.

Acababa de conocer a la Mujer de los puntos suspensivos...

MARCUAN










No hay comentarios:

Publicar un comentario