lunes, 26 de diciembre de 2011

¿MONÁRQUICO O REPUBLICANO...?

Después de ver la cara de preocupación de Juan Carlos I y oír su discurso sobre la igualdad de la ley -Dura lex, sed lex - para todos los españoles -que no siempre fue así - me vino a la memoria esta historia.  Quizás os pueda servir para tener conceptos claros sobre este tema.

Mi mejor deseo para que podáis aguantar el "vendaval económico" que nos espera en 2012.


Carlos II  El Hechizado


Recuerdo el día que entré por primera vez a dar clases en un Colegio de Discapacitados Psíquicos. Un error administrativo me puso en la tesitura del plato de lentejas. Las tomé. Como ya había empezado el curso me dieron el grupo que no había querido ningún otro profesor: el de los niños oligofrénicos profundos.

Por aquel entonces estaba leyendo la biografía de Carlos II El Hechizado, del historiador John Lynch: "Carlos II fue la última, la más degenerada y la más patética víctima de la endogamia de los Austrias. A los cuatro años sucedió a su padre Felipe IV, el 17 de septiembre de 1665, y era un niño enfermizo, retardado en su desarrollo por el raquitismo y retrasado mental... descendiente de Juana La Loca por sus ocho bisabuelos."


El primer día de clase, cuando me acerqué a acariciar la cabeza de una de aquellas criaturas desvalidas, se cubrió con sus manos, esperando recibir un cachete. Sentí una profunda tristeza ¿sufriría malos tratos en su casa?  Se lo comenté al cuidador, que en ese momento entraba en el aula con una bolsa en la mano que desprendía un fuerte olor a orina. No me contestó.

 Oye, esta es la ropa de recambio de Sergio, cuando se haga sus necesidades encima, tocas el timbre para avisarme.



Y ahora ¿qué hago? ¿qué enseño? Experimenta me había dicho la directora cuando supo que no tenía habilitación en Educación Especial. Veamos. Recapacita... ¡ya sé! Voy a educar a estos niños empleando los mismos métodos pedagógicos que se utilizaron con este Rey de las Españas. Me apliqué en la lectura de su historia, buscando soluciones para mi problema.


"Es impresionante conocer la descendencia legítima de Felipe IV. De su primer matrimonio con Isabel de Borbón nacieron: Carlos Baltasar; Margarita María; Margarita María Catalina; María; María Antonieta -que murieron todos en su infancia -y María Teresa, que casó con LUIS XIV de Francia.

Con su segunda esposa, prima carnal, María Ana de Austria tuvo a: María Ambrosia; Felipe Próspero; Fernando Tomás -también fallecidos -y Carlos II, Rey por la gracia de Dios. Se le reconocen históricamente 43 hijos bastardos con otras muchas mujeres, aunque se supone que hubo más.

A Doña María Engracia de Toledo, Marquesa de Vélez, se la designó como aya del príncipe. Le proporcionó hasta catorce amas de cría. No tuvo más remedio que destetarle a los cuatro años, porque ya causaba profundas heridas en los pezones, con sus mordiscos. Doña María, astutamente, dio orden a sus meninas para que, cuando presentaran al niño en público, lo sostuvieran con unos tirantes atados a las axilas y a la cintura, disimulados entre la ropa. Con nueve años no sabía escribir ni leer.
Calabacillas
Sólo le gustaba una cosa: jugar sentado entre almohadones con los enanos y bufones de la Corte, inmortalizados por Velázquez: "El Niño de Vallecas", oligofrénico afectado de parálisis facial; "Calabacillas", así apodado por su "hueca" cabeza; Pablo de Valladolid "Pablito" el más humano de todos ellos.


Distraían al pequeño rey con sus gesticulaciones, anormalidades y balbuceos: las únicas que entendía."

Me puse en la cabeza un gorro multicolor, repleto de cascabeles tintineantes; compré pelotas de malabarista; jabón líquido con olor a fresa; pequeñas trompetas, timbales, platillos y panderetas; juegos de magia y una nariz de payaso...  Había nacido un nuevo bufón: Picatoste.



Acabé el curso y me despedí para siempre de aquellos alumnos tan especiales. Jamás he recibido tantos besos y abrazos. Cuando me marchaba del Colegio, tenía ganas de llorar y reír al mismo tiempo. 


Me dirigí hacia la Plaza Mayor de Alcalá de Henares. Al cruzarla, se me acercó un engominado sujeto micrófono en mano. Estábamos en año de elecciones.


 Oye, perdona ¿te puedo hacer una pregunta? 

― Dispara.

 ¿Eres monárquico o republicano? 

Se quedó perplejo cuando, sin contestarle, le regalé el libro del Hechizado, y seguí mi camino.



MARCUAN. Copyrigth. 25/11/2011.













martes, 20 de diciembre de 2011

CÓMO MATRICULAR UNA MOTOCICLETA/AUTOMÓVIL DE 3 RUEDAS MP3 500 LT SPORT, SIN MORIR EN EL INTENTO.



Hace poco daba gracias a la vida por muchas cosas. Hay una más: hoy estreno moto.

No sólo ha resultado difícil tomar la decisión de elegir el modelo, sino también llegar a comprarla en estos momentos de crisis económica.

Durante muchos años he ido metiendo dinero en un plan de pensiones. Pequeñas cantidades. Cuando ha llegado el momento de jubilarme, me rodea el pesimismo: "No compres ahora"; "Eres muy mayor"; "Ya tienes coche" ... pues pienso que se equivocan. Mi esposa, mis hijos, se alegran de mi felicidad y eso me basta. Además con mi compra genero trabajo y evito la subida del IVA, que está al caer.

Pero como este blog va dirigido también a los moteros, voy a contaros el calvario que la burocracia me ha hecho pasar. Aunque he conseguido, esta misma tarde, subir a todo gas, con mi último "amor mecánico", por las cuestas del Gurugú. 


Lo he conseguido porque hoy me han ayudado tres Reyes Magos, salvándome de un Rey Herodes. Lo curioso es que estos personajes eran mujeres.

BALTASAR

Lo primero que tienes que pedir es el impuesto de circulación -vehículos de tracción mecánica- en el Ayuntamiento donde estés empadronado. 

Lleva contigo la Tarjeta de Inspección Técnica de Vehículos, que te ha proporcionado tu concesionario y su fotocopia.  También del D.N.I.F. y el original, por si acaso.

Y se paga por cuatrimestres a prorrateo, o sea, divide el impuesto anual por cuatro y paga sólo los trimestres que correspondan a la fecha de matriculación. Al matricular hoy, sólo he pagado 1/4 del total. 

A las ocho y media de la mañana me ha atendido Pilar -una chica muy morena- en mi Ayuntamiento, dándome todas las facilidades y explicaciones.


GASPAR

Le he pedido que hiciera de Rey Mago y me ha dicho que sí.

Su cabello es ya gris y su rostro bonachón. No sé su nombre real, pero tiene un despacho en la Delegación de Hacienda de Guzmán el Bueno de Madrid, en Certificados y un gran corazón. 

Tenía que haberle pedido cita previa para el Viernes próximo, como exigió la Herodes de la Agencia Tributaria de Alcalá. Pero, amablemente, ha hecho posible que hoy montara en mi MP3,  al rellenar ella misma el impreso en su ordenador. 

Ahora, atentos. Tienes que llevar a Hacienda:

a) Factura original de compra que incluya el IVA pagado y el precio sin IVA (base imponible)

 b) Tarjeta I.T.V.

 c) Número de Referencia Completo (NRC) que es el 12% de la base imponible -todo porque esta moto es un AUTOMÓVIL DE 3 RUEDAS y se puede conducir con carnet B- si no pagas este suplemento sólo se conduce con carnet de moto.

Puedes hacerlo tú a través de internet si tienes certificado digital, pero es difícil rellenarlo. Si no lo tienes, aprovecha, pides un código en www.fnmt.es y cuando vayas a Hacienda, en Registro te dan de alta -lleva DNIF, dirección de correo electrónico y nº de teléfono-.

Vamos a rellenar el complicado modelo 576. 

IMPUESTO ESPECIAL SOBRE DETERMINADOS MEDIOS DE TRANSPORTE: Justificante de la presentación telemática de la Declaración-Liquidación. Modelo 576.

NIF:xxxxx   EJERCICIO: 2011  PERIODO:0A (ceroA)  APELLIDOS Y NOMBRE:XXXXXX

X en casilla primera matriculación definitiva de medios de transporte.

X en casilla medio de transporte nuevo.

X en casilla adquirido en España.

Fecha puesta en servicio: no pongas nada.

Km: no pongas nada.

Marca: Piaggio  Modelo-Tipo: MP3 500 LT SP/M64.

Observaciones: Resto de vehículos.

Nº identificación bastidor: En la ficha ITV donde pone Nº de identificación:xxxxxxxxx.

Nº serie tarjeta ITV: Arriba en letras rojas nº serie (no olvides la letra).

Clasificación: 0600M1000000500000046374044B

Clasificación(70/156/CEE): M1.

X en motor de gasolina.

Cilindrada: 493.

Emisiones CO2 (gr./km):00000.

Base imponible: Lo que pagas por la moto sin IVA.

Base imponible reducida: 0.

Tipo: Epígrafe 05 3 12,00.

Cuota: el 12% de la base imponible.

Deducción lineal: 0.

Cuota a ingresar: 12% de la base imponible.

A deducir: 0.

Resultado de liquidación: Cuota a ingresar.

N.R.C.:xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx (este pago lo realicé a través del banco ING). La Herodes de Alcalá me mandó a que me buscara la vida en la calle, sin decirme qué bancos proporcionan el N.R.C. ni el código para ingresar al Tesoro Público, y encima me manda sacar pegatinas identificativas, innecesarias.

También me negué a pagar más del 12% de impuesto -Herodes quería aplicarme el 14%- y me obligó a pedir cita previa por teléfono. Cuando la solicité, me negó la posibilidad de hacérmelo, ya que era obligatorio que yo, o una Gestoría, lo rellenara por internet. Me leyeron un artículo, pero el apartado 3º de ese artículo dice que también pueden rellenarlo en el Departamento de Matriculación de la Agencia Tributaria. Pasé de Alcalá y me fui a Madrid. Acerté.

Con toda esta documentación te vas al tercer piso de la Dirección General de Tráfico, en el nº 125 de Arturo Soria en Madrid.

Llévate fotocopias de todo; abona 91.80 euros en la caja del primer piso; sube al tercero; dale todo al oficinista otra vez y vete a tomar un café.

Mejor no vayas porque estarás de los nervios.

Espera sentado leyendo un libro o periódico. Te llaman y te dan el permiso de circulación y tu nº de matrícula.

Vete a González en la cercana calle Bueso Pineda y después de pagar 9.10 euros, te dan tu placa, calentita. Luego vas al concesionario (llama previamente) y te la ponen gratis.

Lleva tu casco, porque me han tenido que dejar uno usado en la tienda. Y guantes, que yo sólo llevaba unos de lana. Un equipo poco adecuado para subirse en una moto tan flamante.


MELCHOR


Como mi hijo vendió su moto, aprovechamos lo que pagó del seguro hasta Abril. La Mutua Madrileña lo permite si envías por FAX la matrícula de la nueva moto.

Al llegar con mi traje térmico a la oficina de Correos del Corte Inglés de Alcalá, me doy cuenta de que he olvidado el número de Fax. Un encanto de oficinista pelirroja me permite llamar por teléfono a la Mutua, desde el mostrador, para  poder realizar la operación con éxito.




He vuelto a creer en las Reinas Magas.

Os deseo unas Felices Navidades 2012.

(C)Marcuan.


sábado, 17 de diciembre de 2011

LA VIRGEN ROMÁNICA

Hoy voy a contar uno de los hechos más importantes de mi vida: la cambió para siempre. 

Desde entonces pienso que hay que enfrentarse a las dificultades con valentía e inteligencia. 


Mucho han mejorado las cosas en nuestro país, y sin duda, una de ellas, ha sido el Ejército Español. 


Que lo paséis bien, amigos.





Septiembre de 1975: Un gran espejo colgado de la pared del pasillo de la Pensión Puebla en Burgos, reflejaba mi imagen, la imagen de un joven feliz. No sabría decir cuánto tiempo estuve observándome, pero recuerdo mi rostro alegre, barbado, mientras mis brazos apretaban el tabardo de piel de mutón ―recién comprado― contra mi pecho.

Un cabello rubio y largo tapaba el cuello vuelto de lana blanca. Era el primer día que había trabajado como maestro.

Julio de 1974: Cuando bajé del autobús que transportaba a los quintos del 50 desde Segovia, me di de bruces con la arena del anfiteatro romano: un infierno. 

Encima del portón de la entrada se leía: "Centro de Instrucción de Reclutas VI: El Ferral del Bernesga. León".


Cuando llegamos al barracón de la 1ª Compañía, 1º Batallón, los veteranos nos recibieron entre insultos y risotadas, mientras nos proporcionaban el correaje, las botas y las ropas de recluta. Y un número: a mí me tocó el 52.


Nos cambiamos y entre empujones salimos al patio, donde pude observar que habían conseguido borrar nuestra personalidad vistiéndonos a todos por igual y despojándonos de nuestros nombres: nos llamaban por nuestro número.

―¡Atentos, fiiirrrmés! Soy el teniente Ortiz, he sido caballero legionario y en esta Compañía no hay capitán, solo mando yo ¡hijos de puta! La 1ª Compañía es la que mejor ha desfilado siempre en este Campamento; y va a seguir haciéndolo.  ¡Entendido!

―Oye tú ¿se puede traer comida de casa? ―dijo uno de la primera fila, dirigiéndose al oficial. 

El teniente Ortiz, un hombre maduro, moreno, con un bigote lineal encima de unos labios cortados a cuchillo, bajito y grueso de cintura, se acercó al número 13 y le arreó un tortazo descomunal. La cara pecosa del agredido empezó a ponerse colorada por la ira. Levantó la mano, grande como un manojo de plátanos, contra el teniente.


Con gran agilidad, éste desenfundó su pistola y le apuntó al corazón.

―¡Si te mueves te pego un tiro, so cabrón! 

El miedo podía olerse desde cien metros. Jamás me ha vuelto a rodear un silencio tan absoluto.

Tres meses antes de estos hechos, yo estaba estudiando catorce horas diarias para presentarme a las oposiciones de Magisterio y había conseguido aprobar cuatro de los cinco exámenes de la prueba. Sabía que tenía derecho a un permiso para acudir al último examen, el más simple, a la semana siguiente y no estaba preocupado. Me presenté al teniente para solicitárselo.

―De aquí no sale nadie hasta jurar bandera, pasados quince días ¡a tomar por culo, recluta 52!

Me quedé  petrificado, como una estatua de sal. Rompió los papeles que justificaban mi solicitud delante de mis narices.

―¡Que te he dicho que te vayas a tomar por culo, so gilipollas!

Esa noche no pude conciliar el sueño. De los cercanos y pestilentes retretes, iluminados por una sucia bombilla de 20 voltios, salió una rata que poco a poco se fue acercando a mi litera.


Sostuve la mirada de la rata. Al tomar un sorbo de güisqui de mi petaca, se alejó.

―Oye cabo, disculpa, pero me he enterado de que los veteranos os escapáis del campamento por la senda de los elefantes para ir a beber a los chigres.  ¿Podrías indicarme el camino?

Le tuve que contar el porqué y después de aceptar unos cuantos tragos de mi Chivas Regal, conseguí que me dibujara un mapa. 


Tracé un plan: mañana por la noche me escapo, cojo un tren nocturno en León, hago el examen a las nueve de la mañana y me presento en el cuartel de la Guardia Civil, como desertor.


El cabo primero me había advertido: "52, es un mal momento, Franco tiene flebitis en una pierna y estamos acuartelados, las patrullas van armadas con fuego real. Ten cuidado: te juegas la vida". 


Caminando por el Campamento militar, rodeado por 5.000 hombres, me sentía la persona más sola del mundo.

Pasé por delante de la capilla. Mi fe había desaparecido tiempo atrás, pero un impulso me obligó a entrar. El capellán estaba encendiendo unas velas y me miró sorprendido: sólo estábamos él y yo.

―¿Te pasa algo? 

Rompí a llorar.  Era como si las cataratas del Niágara salieran por mis ojos. Se sentó junto a mí durante un cuarto de hora, hasta que pude calmarme. Le conté mis propósitos.

Cuando acabé, sonriendo, levantó la solapa de su sotana: aparecieron tres doradas estrellas de cinco puntas, que indicaban su condición de capitán. Allí aprendí que los curas castrenses también tienen graduación militar.

― Preséntate mañana a las nueve en la Sala de Oficiales, para recoger tu permiso. Y buena suerte en el examen.

Los rumores decían que el teniente Ortiz tenía una condecoración maldita: La Cruz Negra. Dice la leyenda que se concede al degradar a un oficial por cometer un acto grave: como reventar a patadas a un legionario. 

Sólo el sacerdote, mi protector,  acompañaba al teniente durante las comidas, mientras que el resto de los oficiales le rehuían.

Rapado al cero junto al río Arlanzón en Burgos, a las ocho en punto de una húmeda mañana de Julio, tiritando, esperé al autobús con los libros de texto de 4º de E.G.B. bajo el brazo. Se trataba de la prueba más sencilla: programar una clase. En la misma parada se presentó una chica con una pila de libros de 5º de E.G.B.

―Oye, perdona ¿vas al examen de las oposiciones? ―le pregunté.

―Sí, ¿tú también?, ¿no te has enterado de que han cambiado de curso de programación? Con esos textos no te van a dejar entrar. 

Me pareció sentir que el suelo se abría bajo mis pies. En ese momento sonó la campana de la Iglesia del Colegio de los Marianistas, justo enfrente.

―¡Ave María Purísima ―grité a la celosía del confesionario―. Mire, padre, no vengo a confesarme, vengo a que me proporcione libros de 5º de E.G.B. 

―Sin pecado concebida. Pues a estas horas el Colegio está cerrado y no tengo las llaves. Pregunta en el de los Hermanos Maristas que está detrás de esta misma calle.

Llamé al timbre. Cuando el hermano Joaquín apareció en la puerta, soñoliento, me reconoció.

―¡Gilarranz! ¿Qué haces tú por aquí? ―. De niño, había sido alumno suyo en Segovia.

Quedaban veinte minutos para el comienzo del examen. Le expliqué el problema. Subió corriendo las escaleras y cuando bajó, casi no pude sostener tantos libros. Me dí la vuelta y empecé a correr.

―¿Pero dónde vas, alma de Dios? ¡Hay ocho kilómetros hasta la Universidad! Te he pedido un taxi, mira ahí llega.

Si existe el paraíso, el hermano Joaquín está en él, junto a San Marcelino de Champagnat, fundador de la Orden  de los Hermanos Maristas.

Aprobé.

A las diez de la noche ―en el barracón ―vinieron en mi busca dos cabos primeros para llevarme ante el teniente Ortiz.

―¡Dá Vd. su permiso, mi teniente! ―me cuadré, tieso como una estaca―. ¡A sus órdenes, se presenta el recluta número 52 de la 1ª Compañía, 1º Batallón! ―no me mandó descanso.

―Oye una cosa, chulo de putas, ándate con cuidado que tú no vas a salir vivo de este Campamento...

―¡Sí, mi teniente! ¿Ordena Vd. alguna cosa más? ―contesté, sosteniendo su mirada.

― ¡Vete a tomar por culo, so maricón!

Acabé convirtiéndome en un soldado digno de luchar con las legiones de Publio Cornelio Escipión "El Africano", vencedor de Aníbal Barka.

Durante los dos meses siguientes ―Julio y Agosto ―perdí ocho kilos de peso, fraguando mi espíritu y mi cuerpo en la instrucción. Desmontaba y montaba el fusil con los ojos tapados; era el que más corría, más rápido reptaba entre alambradas de espinos y mejor disparaba; desfilaba a la perfección; llegaba en cabeza en marchas nocturnas de más de 40 km; sabía el significado de todos los toques de corneta; me rapaba el pelo a cero cada semana y vestía impecablemente. 

También tuve que emplear la astucia para evitar trampas y provocaciones: cambio de botas por un número menor, insultos de sicarios del teniente durante las comidas, inspecciones sorpresa en busca de panfletos subversivos o de pornografía.

Con 45 grados a la sombra, después de una carrera de castigo a la Compañía, soporté que permitieran beber agua a mis compañeros, excepto a mí. 


Hasta que llegó mi venganza: el desfile de jura de la bandera.

La 1ª Compañía, 1º Batallón abría la marcha de todo el Campamento, a ritmo de tambores y cornetas, enfilando hacia la grada de autoridades. 

El teniente Ortiz en traje de gala, a la cabeza, llevaba el sable desenvainado, que refulgía al sol.

Justo cuando lo levantó hasta la barbilla, para saludar al Teniente Coronel, no pudo ver cómo su mejor soldado, en el corazón de su tropa, cambiaba el paso adrede, sembrando el caos: unos fusiles subían, mientras otros bajaban... 

Fue, por primera vez en su historia, el peor desfile de la 1ª Compañía, 1º Batallón.

Más tarde me acerqué a la capilla con un paquete debajo del brazo: era un regalo. El cura abrió la caja y extrajo una copia, en piedra blanca, de la virgen románica que preside en lo alto del acueducto, desde una hornacina, la plaza del Azoguejo de Segovia. Sonrió complacido. 

Foto: Marcuan

―¿La has hecho tú? ¿No? Pues quédate con ella, que la necesitas más que yo ―dijo, guiñándo un ojo.

― ¡A sus órdenes, mi capitán!

Nos despedimos con un abrazo. Esta vez no lloré.


Diciembre de 2011: La copia de la virgen románica del Azoguejo, de ojos almendrados y sonrisa arcaica, preside mi escritorio. Descansa sobre una vieja cartilla del Servicio Militar de Las Fuerzas Armadas Españolas, con los números: 01/52 garabateados en la portada. 

En su página 24 se puede leer que al recluta Marco Antonio Fernández Gilarranz,  el valor: "Se le supone".


Firmado: El teniente Ortiz.


Marcuan.

sábado, 3 de diciembre de 2011

LA MÁS FEA DE LA CLASE.

¿Sabéis una cosa? Nunca es tarde para aprender. Lo estoy comprobando en este último tercio de mi vida. Estoy aprendiendo a escribir. Ya no hago palotes, ahora hago relatos. Y mi nueva profesora, al igual que la primera en mi niñez, guía mi mano con infinita paciencia. El resultado es el que vais a conocer todos vosotros ¿por qué guardarlo en un cajón, escondiéndolo? 

Ojalá pueda alegraros o conmoveros. Quizás pueda daros pistas para tomar una buena decisión, pero mi deseo es de que os divirtáis mucho leyéndolas. De que paséis un buen rato. 

Gracias a mis queridos amigos y familiares a los que he pedido su opinión y, quizás, he robado su precioso tiempo que dedican a cosas más importantes. A casi todos les gustan mis historias y, por ello, me he decidido a publicarlas en este blog. Así dejaré de enviárselas personalmente.

Voy a empezar por la última que he escrito, porque toda mi vida me he sentido culpable por actuar realmente como lo cuento: las personas debemos reconocer nuestros errores para no volver a cometerlos. En mi caso, como educador, me he referido a esta historia  durante todos los  cursos, cuando estaba activo, para enseñar a mis alumnos respeto a  cualquier persona, tenga el aspecto que tenga. 



 
El maldito autobús se averió subiendo la empinada cuesta de San Juan, a la altura de la fuente del Piojo. Por su culpa llegué tarde esa mañana a la clase de Sociología, mi asignatura preferida, en la Escuela Normal de Magisterio.

En mi fuero interno me consideraba superior a mis compañeros porque venía "rebotado" de la Universidad Laboral de La Coruña. El curso anterior estaba matriculado en Náuticas ya que había querido ser capitán de un barco mercante y no pude aprobar ni una sola asignatura: las matemáticas me resultaron insuperables. Adiós al flamante uniforme blanco con botones y charreteras doradas, adiós a un sueño de adolescente.

Doña Amparo, una profesora de mediana edad, risueña, todavía exuberante, me permitió entrar. Sabía que me encantaban sus clases magistrales. En su especialidad sacaba las mejores notas, por lo que me odiaba -a muerte- la más empollona de mis compañeras.

Nos sentábamos en pupitres de a dos. Y sólo quedaba un sitio libre, el que ocupaba Rosario, al fondo del aula, la chica que mi pandilla había elegido como la más fea de  todas. Tuve que sentarme a su lado, observando las burlas silenciosas y disimuladas que me dirigían mis amigos ¡maldita sea!

A Rosario ni siquiera la miré. Me coloqué en la mesa dándole la espalda, como un estúpido y soberbio niño engreído y maleducado. Imperdonable. Empecé a coger apuntes inmediatamente. Y de pronto, el bolígrafo empezó a fallar, hasta quedarse seco. Maldije entre dientes.

Toma Marco, tengo un bolígrafo de repuesto dijo en voz baja Rosario. Se lo cogí de un manotazo, sin darle siquiera las gracias. Acabó la clase y no me quedó más remedio que devolvérselo.

Espera un poco, copia los apuntes que te perdiste al llegar tarde ¿te ha ocurrido algo grave? tenía una voz aterciopelada, angelical. Empecé a fijarme en ella.

Rosario llevaba su pelo recogido con horquillas baratas. Sus anticuadas gafas de gruesos cristales, apenas dejaban adivinar los ojos. Una verruga pilosa, oscura, le afeaba un lateral de la cara. Tenía un rostro redondo y algo pálido. Vestía pobremente. Nos quedamos hablando cerca de una hora.

Rosario había nacido en un pueblo de la sierra pobre segoviana. Huérfana de padre y madre a los siete años. Estudiaba gracias a una beca -insuficiente- que tenía que complementar haciendo todo tipo de trabajos domésticos en la residencia propiedad de las monjas. Allí vivían casi todas sus compañeras de estudios.

Entré en el bar sabiendo la rechifla que me esperaba. Mis amigos estaban allí, todos, esperándome ansiosos. Cuando me vieron armaron un gran escándalo, entonando con sus vozarrones la marcha nupcial. Se fueron calmando hasta que por fin pude hablar. Me escucharon con expectación.

¿Sabéis lo que os digo? Pues que a mí, Rosario, ya no me parece tan fea, aunque reconozco que Julia la supera. 

Julia, cuando mirabas su rostro pecoso, daban ganas de comérselo de un solo mordisco. ¡Uf! Hija única de médicos. Inalcanzable. 

Una soleada mañana de Junio recibí en mi casa una carta certificada: CELEBRACIÓN DEL 25 ANIVERSARIO DE LA PROMOCIÓN 1972 DE LA ESCUELA DE MAGISTERIO DE SEGOVIA.

Acudimos todos, excepto los estudiantes y profesores que habían muerto. Llegué tarde, en el mismo momento en el que iban a hacer la fotografía a todo el grupo, junto a la Escuela. Entré a toda pastilla subido en una Yamaha 1.200 FJ; una moto tan grande que parecía que la pilotaba un joven muñeco airganboy. Me puse tan nervioso que subí por las escaleras de la plazoleta y casi atropello al fotógrafo. Mis viejos amigos se partían de risa.

Entramos en el restaurante y nos fuimos colocando para comer. A mi lado quedaba una silla vacía. Se acercó una desconocida y se sentó en ella. Al instante me vi envuelto por un tenue y agradable olor a rosas frescas. Aquella mujer de cabello moreno y rostro redondo, limpio, con un cuerpo atlético y grácil, vestía una ropa sencilla, elegante, y muy conjuntada. Apenas llevaba joyas e irradiaba seguridad en sí misma. Me sentí en el cielo junto a un ángel.

¿Marco, no me reconoces? dijo mirándome con sus ojazos negros, inteligentes, burlones, mientras sonreía... No contesté. Mi cara de pasmado hablaba por los dos. Entonces, abrió su bolso de marca y extrajo un bolígrafo plateado, pulido, de metal reluciente, y me lo entregó.

 Toma, éste no te lo presto, te lo regalo para que no vuelvas a olvidarte de mí.

Era Rosario. Hablamos otra vez durante mucho tiempo. En ese mismo momento ocupaba el puesto de Alcaldesa del pueblo más grande y próspero de la provincia, además de haber sido elegida Presidenta de la Diputación Provincial, por unanimidad. La primera mujer en la historia de España que lo conseguía. Su matrimonio con un terrateniente era todo un éxito, como demostraban las fotos de su pareja y de sus tres hijos.

 ¡Qué tonto eras, Marco! dijo al despedirse, dándome un beso.

 Adiós Rosario, me has dado la lección de mi vida. Te prometo que se la contaré a todos los alumnos que tenga.

Siempre he cumplido esa promesa.

Tampoco reconocí a Julia. Se había casado antes de terminar los estudios con el Conejo, un heroinómano que acabó arrastrándola a los infiernos.

¡Qué tonto eras, Marco! oigo en mi cabeza de vez en cuando, al ir esquivando el tráfico de Madrid, subido en una MP3 500 LT Sport, tan grande, que parece que la pilota un  viejo muñeco airganboy...

Marcuan.