12-12-12.
Sí,
parece una fecha mágica y lo es para mí: hoy es el cumpleaños de Manfred Huchthausen.
Junto con su convecino Uwe Lange, son las únicas personas de la Historia de la Humanidad, que han podido ver y tocar
los huesos de un antepasado suyo de hace 120 generaciones: unos 3.000 años atrás. Vivió a finales de la Edad del Bronce, en el corazón de Alemania.
La
antropóloga Susanne Hummel, de la Universidad de Gotinga, demostró que ambos eran parientes de un cráneo
encontrado en 1.993 en una cueva de Lichtenstein, mediante pruebas realizadas
con técnicas forenses irrefutables: las
de A.D.N. y Carbono 14.
Me
pareció un hecho extraordinario; pero aún me llamó más la atención que Manfred
fuera maestro de escuela, de mi misma edad, viviera en un pueblo y tuviera dos
hijos: igual que yo. Le escribí en español y me contestó en alemán, pero nos
entendimos. Maravillas de la tecnología.
Esta
novela corta es mi regalo de cumpleaños: Felicidades Manfred.
Manhucht,
el nombre del protagonista nibelungo, es
el acrónimo de las primeras letras de Manfred Huchthaussen. Maran es el mío.
Hasta
pronto, amigos.
I
La
aldea ardía mientras hombres armados, montados
a caballo, de cabellos largos y rubios, clavaban sus lanzas de hierro en las
espaldas de los que intentaban huir. Se oían gritos de muerte.
Maran
se escondió en la bodega, junto con su hermana pequeña Norka y apiló unos odres
de aceite detrás del portillo. Todavía no era un guerrero y su padre les había
ordenado ocultarse, mientras sacaba la espada y el escudo de bronce para
repeler el ataque. Nunca regresó.
Tenía
mucho miedo y en esos momentos Maran echaba de menos la compañía de su madre,
muerta al nacer Norka. De pronto alguien gritó, en una lengua
desconocida, dentro de la casa.
―
!Buscad oro y plata¡ ¡Algún tesoro tendría el jefe de este poblado!
Cuando
lo sacaron tirando de él por los pelos, intentó agredir con los puños a un
gigante protegido con cota de malla, que
rompió a reír a carcajadas. Y se durmió del puñetazo.
Invasión celta |
―
¡Thor! Ata con cadenas a estos dos críos, me los quedaré como esclavos. ¡Seg!
Fortifica la muralla ―ordenó Wotan a sus hombres ―. Este es un buen sitio para
vivir: nos instalaremos aquí. Yo ocuparé esta casa.
―Haz
caso a mi hermano, Wotan ―dijo Seg ―o algún día podrías arrepentirte…
Cuando
Maran recobró el conocimiento escupió la sangre coagulada de su boca, de sabor
amargo, y escuchó el llanto de Norka, acurrucada junto a él. Luego vio acercarse
al guerrero que le había golpeado. Llevaba el torso desnudo y se fijó en el color de su
piel, blanca como las salinas del mar. Traía un cuenco en la mano.
―Agua
―dijo Wotan sonriéndole ―agua ―. Y
agachándose se la ofreció. Viendo aquellos niños, Wotan recordó con
tristeza que su mujer y sus dos hijos no habían logrado sobrevivir al largo
viaje desde el Norte.
―Agua, agua ―repitió Maran, dando de beber
primero a su hermana. Empezaba a aprender la lengua celta.
II
En
esos mismos instantes, lejos de allí, en el corazón de Germania; vivía Manhucht. Cuando se reunían las familias del poblado, en las noches de luna llena, siempre llegaba primero
a la gran cripta de la cueva sagrada. Las historias que contaba el viejo hechicero, le
fascinaban.
Cuevas de Osterode |
A
la mañana siguiente, temprano, cruzó el bosque de Harz hasta llegar al río
en el valle. Tenía que estar preparado para ese viaje. Eligió una gruesa rama
de abedul y se lanzó al agua helada. El tronco, al girar, le derribó.
Manhucht chapoteó como un perro para luchar contra la corriente, que le arrastraba. Cuando sus músculos se entumecieron y comenzaba a hundirse, apareció Tucht, su padre, poniendo al alcance de su mano el mango de una lanza.
Manhucht
no podía reírse porque tiritaba y le castañeteaban los dientes. Tucht lo arropó
en una piel de búfalo y se lo cargó al hombro como a un cervatillo. Estaba
orgulloso de la valentía del más pequeño de sus hijos. Algún día sería un gran cazador y un gran jefe. Como ahora lo era él.
III
Habían pasado diez años desde que Maran vio relucir por última vez las armas de bronce
de su padre. Todavía, en lo más profundo de su corazón, seguía odiando a Wotan.
Wotan
había sido educado en la cultura de los hombres de Hallstatt y conocía los
secretos del hierro. Ahora intentaba enseñárselos al joven ibero.
―
¡Maran! Mueve el fuelle con más ritmo o no podremos fundirlo ―gritó mirando el
horno.
Poco
después el crisol escupió, chisporroteando, una culebra de fuego que fue llenando
lentamente el molde, hasta rebosarlo. Entonces Maran lo retiró con cuidado; volcó su contenido sobre el yunque y comenzó a golpear la piedra fundida
con un martillo pilón, sosteniéndolo con unas tenazas, para separar la escoria del
hierro puro.
―
Ya sabes lo suficiente. Fabricarás tu propia espada con esta colada ―dijo Wotan
―. Le pondremos una empuñadura nielada de plata y oro. ¿Qué forma prefieres?
Siguió
martilleando con furia aquel hierro al rojo vivo, mientras saltaban chispas
incandescentes que rebotaban por las paredes de la fragua.
Wotan
admiró su maestría y sus fuertes brazos. No se arrepentía de haberle perdonado
la vida.
Además de llevar la casa, diseñaba dibujos geométricos que luego se gravaban en las placas de cinturones, pulseras de oro y fíbulas del taller de Wotan. A veces hacía dibujos de su animal preferido: el caballo.
La espada de su hermano llevaría uno.
Wotan
sostuvo sobre su cabeza, en horizontal, la falcata de doble filo forjada por
Maran y la dobló, hasta que la empuñadura
y la punta tocaron sus hombros. Cuando soltó de golpe la hoja de acero, ésta
vibró como un muelle y se estrelló contra el techo.
Recogió la espada del
suelo y comprobó que la hoja estaba tan recta como al principio: tenía un buen temple.
Acompañaría a Maran en el más allá.
Acompañaría a Maran en el más allá.
IV
Durante
esos diez años, Manhucht se había convertido en el más veloz de los cazadores
del bosque. Hasta que dejó de ser como los demás: no mataba a sus
presas.
Lo
decidió el día que abatió a una yegua salvaje, dejando huérfano a su potro. Se lo
llevó a la cabaña y lo ató en la empalizada.
Lo estuvo alimentando con su propia mano
día y noche, durante un año. Cuando
desató las patas del animal, éste no quiso volver a la vida libre de las
praderas.
Una noche miró al cielo. Se acercaba la luna llena y recordó las historias del hechicero.
Era el momento: estaba preparado. Habló con su padre para pedirle que le señalara la ruta hacia el Gran Lago Salado.
Torque de oro celta |
Manhucht
no tardó mucho en encontrar a cuatro guerreros dispuestos a acompañarle en su
aventura.
V
Le
abrió la puerta Norka y al verla, un latigazo de deseo le recorrió las
entrañas. Norka apartó de sus ojos la mirada torva de aquel hombre y se hizo a un lado.
Estaba sola.
Con
una zarpa le tapó la boca cuando cerró la puerta, mientras que con la otra
hacía girones la camisa de la muchacha.
Thor, por un instante, quedó paralizado al contemplar la belleza de aquel cuerpo desnudo, en todo su esplendor.
Thor, por un instante, quedó paralizado al contemplar la belleza de aquel cuerpo desnudo, en todo su esplendor.
Norka
aprovechó ese momento para morder la mano de su atacante, dándole una
dentellada tan fuerte que le hizo sangrar. Entonces, un puño en forma de maza
golpeó su cabeza lanzándola contra la cerámica de la alacena, que se rompió en
pedazos.
El
guerrero celta la arrastró seminconsciente hasta las esteras y empezó a
desabrocharse la fíbula de la placa del cinturón.
Se lo había regalado Wotan… El mismo que en ese instante estaba atravesando su corazón, con la falcata de Maran.
Wotan |
―Viste a Norka ¡rápido! ―gritó Wotan a Maran ―y busca a tres esclavos de tu confianza. Os espero junto al río, en la gran barcaza.
Estuvieron
todo el día llenando la nave de provisiones y lastrándola con lingotes de
hierro en forma de almendra. Por la noche se despidieron en el muelle.
―Seguid
la costa con rumbo Norte, hasta encontrar el Gran Canal Entre Tierras; desembarcad y dirigíos hacia Oriente. Esconderos en los bosques de
Tucht ―dijo Wotan ―. Maran, ponte este torque de oro en el cuello: te protegerá. Que los dioses os guíen. Espero que me hayáis perdonado.
Los
dos hermanos abrazaron a Wotan, antes de partir. (Continuará)
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