miércoles, 12 de diciembre de 2012

ANCESTROS DE BRONCE I



12-12-12.

Sí, parece una fecha mágica y lo es para mí: hoy es el cumpleaños de Manfred Huchthausen. Junto con su convecino Uwe Lange, son las únicas personas de la Historia de la Humanidad,  que han podido ver y tocar los huesos de un antepasado suyo de hace 120 generaciones: unos 3.000 años atrás. Vivió a finales de la Edad del Bronce, en el corazón de Alemania.

La antropóloga Susanne Hummel, de la Universidad de Gotinga,  demostró que ambos eran parientes de un cráneo encontrado en 1.993 en una cueva de Lichtenstein, mediante pruebas realizadas con técnicas forenses irrefutables:  las de A.D.N. y Carbono 14.

Me pareció un hecho extraordinario; pero aún me llamó más la atención que Manfred fuera maestro de escuela, de mi misma edad, viviera en un pueblo y tuviera dos hijos: igual que yo. Le escribí en español y me contestó en alemán, pero nos entendimos. Maravillas de la tecnología.

Esta novela corta es mi regalo de cumpleaños: Felicidades Manfred.

Manhucht, el nombre del protagonista nibelungo,  es el acrónimo de las primeras letras de Manfred Huchthaussen. Maran es el mío. 

Hasta pronto, amigos.




I

La aldea ardía mientras hombres armados, montados a caballo, de cabellos largos y rubios, clavaban sus lanzas de hierro en las espaldas de los que intentaban huir. Se oían gritos de muerte.

Maran se escondió en la bodega, junto con su hermana pequeña Norka y apiló unos odres de aceite detrás del portillo. Todavía no era un guerrero y su padre les había ordenado ocultarse, mientras sacaba la espada y el escudo de bronce para repeler el ataque. Nunca regresó.

Tenía mucho miedo y en esos momentos Maran echaba de menos la compañía de su madre, muerta al nacer Norka.  De pronto alguien gritó, en una lengua desconocida, dentro de la casa.

― !Buscad oro y plata¡ ¡Algún tesoro tendría el jefe de este poblado!

Cuando lo sacaron tirando de él por los pelos, intentó agredir con los puños a un gigante protegido con cota de malla,  que rompió a reír a carcajadas. Y se durmió del puñetazo.

Invasión celta
Una oleada de hordas celtas había invadido el sur de Iberia, llegando hasta el valle del Guadalquivir, a finales de la Edad del Bronce. 

Wotan era el jefe de un grupo de guerreros, crueles como una manada de lobos. Le acompañaban  sus dos lugartenientes: Thor y Seg. Eran hermanos y como los perros de presa, jamás soltaban a sus víctimas hasta haberlas destripado.

― ¡Thor! Ata con cadenas a estos dos críos, me los quedaré como esclavos. ¡Seg! Fortifica la muralla ―ordenó Wotan a sus hombres ―. Este es un buen sitio para vivir: nos instalaremos aquí. Yo ocuparé esta casa.

Thor y Seg
―Deberías matarlos como a perros sarnosos ―contestó Thor.

―Haz caso a mi hermano, Wotan ―dijo Seg ―o algún día podrías arrepentirte…

Cuando Maran recobró el conocimiento escupió la sangre coagulada de su boca, de sabor amargo, y escuchó el llanto de Norka, acurrucada junto a él. Luego vio acercarse al guerrero que le había golpeado. Llevaba el torso desnudo y se fijó en el color de su piel, blanca como las salinas del mar. Traía un cuenco en la mano.

―Agua ―dijo Wotan sonriéndole ―agua ―. Y  agachándose se la ofreció. Viendo aquellos niños, Wotan recordó con tristeza que su mujer y sus dos hijos no habían logrado sobrevivir al largo viaje desde el Norte.

 ―Agua, agua ―repitió Maran, dando de beber primero a su hermana. Empezaba a aprender la lengua celta.
                                              

II

Foto: Marcuan

En esos mismos instantes, lejos de allí, en el corazón de Germania; vivía Manhucht. Cuando se reunían las familias del poblado, en las noches de luna llena, siempre llegaba primero a la gran cripta de la cueva sagrada. Las historias que contaba el viejo hechicero, le fascinaban.

Cuevas de Osterode
Todavía era un niño y no podía pasar aún las pruebas para ser guerrero y cazador. Cuando lo consiguiera, iría hasta el Gran Lago Sin Fin Rugiente, habitado por gigantescos peces y donde los hombres de los Pueblos del Mar, flotaban subidos en troncos de árboles huecos. Él también flotaría.

A la mañana siguiente, temprano, cruzó el bosque de Harz hasta llegar al río en el valle. Tenía que estar preparado para ese viaje. Eligió una gruesa rama de abedul y se lanzó al agua helada. El tronco, al girar, le derribó. 

Manhucht chapoteó como un perro para luchar contra la corriente, que le arrastraba. Cuando sus músculos se entumecieron y comenzaba a hundirse, apareció Tucht, su padre, poniendo al alcance de su mano el mango de una lanza.

Bosque de Harz
― ¡Ah! ¡Hoy comeremos pez asado sin escamas! ―dijo, mientras tiraba de él.

Manhucht no podía reírse porque tiritaba y le castañeteaban los dientes. Tucht lo arropó en una piel de búfalo y se lo cargó al hombro como a un cervatillo. Estaba orgulloso de la valentía del más pequeño de sus hijos. Algún día sería un gran cazador y un gran jefe. Como ahora lo era él.

                                                       
                                  III

Habían pasado diez años desde que Maran vio relucir por última vez las armas de bronce de su padre. Todavía, en lo más profundo de su  corazón, seguía odiando a Wotan.

Wotan había sido educado en la cultura de los hombres de Hallstatt y conocía los secretos del hierro. Ahora intentaba enseñárselos al joven ibero.


― ¡Maran! Mueve el fuelle con más ritmo o no podremos fundirlo ―gritó mirando el horno.

Poco después el crisol escupió, chisporroteando, una culebra de fuego que fue llenando lentamente el molde, hasta rebosarlo. Entonces Maran lo retiró con cuidado; volcó su contenido sobre el yunque y comenzó a golpear la piedra fundida con un martillo pilón, sosteniéndolo con unas tenazas, para separar la escoria del hierro puro.

― Ya sabes lo suficiente. Fabricarás tu propia espada con esta colada ―dijo Wotan ―. Le pondremos una empuñadura nielada de plata y oro. ¿Qué forma prefieres?

― La falcata ―contestó Maran.

Falcata ibera

Siguió martilleando con furia aquel hierro al rojo vivo, mientras saltaban chispas incandescentes que rebotaban por las paredes de la fragua.

Wotan admiró su maestría y sus fuertes brazos. No se arrepentía de haberle perdonado la vida.

Norka, en ese tiempo, se había convertido en una mujer bella y de agradable trato. 

Además de llevar la casa, diseñaba dibujos geométricos que luego se gravaban en las placas de cinturones, pulseras de oro y fíbulas del taller de Wotan. A veces hacía dibujos de su animal preferido: el caballo. 

La espada de su hermano llevaría uno.

Wotan sostuvo sobre su cabeza, en horizontal, la falcata de doble filo forjada por Maran  y la dobló, hasta que la empuñadura y la punta tocaron sus hombros. Cuando soltó de golpe la hoja de acero, ésta vibró como un muelle y se estrelló contra el techo.

Recogió la espada del suelo y comprobó que la hoja estaba tan recta como al principio: tenía un buen temple.

Acompañaría a Maran en el más allá.


                                 IV

Durante esos diez años, Manhucht se había convertido en el más veloz de los cazadores del bosque. Hasta que dejó de ser como los demás: no mataba a sus presas.

Bosques de Harz

Lo decidió el día que abatió a una yegua salvaje, dejando huérfano a su potro. Se lo llevó a la cabaña y lo ató en la empalizada. 

Lo estuvo alimentando con su propia mano día y noche,  durante un año. Cuando desató las patas del animal, éste no quiso volver a la vida libre de las praderas. 

Desde entonces Manhucht, criaba hermosos caballos.

Una noche miró al cielo. Se acercaba la luna llena y recordó las historias del hechicero. 


Era el momento: estaba preparado. Habló con su padre para pedirle que le señalara la ruta hacia el Gran Lago Salado. 

― Con una condición ―dijo el viejo Tucht ―vete con un grupo de hombres armados. Ponte este torque de oro en el cuello, te protegerá.
Torque de oro celta

Manhucht no tardó mucho en encontrar a cuatro guerreros dispuestos a acompañarle en su aventura.


                                   V

Thor, el lugarteniente de Wotan, estaba ebrio. Había fermentado varios barriles de cerveza y fue a la casa de su hermano Seg para seguir bebiendo con él, pero no lo encontró. Así que, bamboleándose,  dirigió sus pasos hacia la de Wotan, para invitarle a que los probara.

Le abrió la puerta Norka y al verla, un latigazo de deseo le recorrió las entrañas. Norka apartó de sus ojos la mirada torva de aquel hombre y se hizo a un lado. Estaba sola.
Norka
― Voy a la fragua a buscarles, tardo un momen…

Con una zarpa le tapó la boca cuando cerró la puerta, mientras que con la otra hacía girones la camisa de la muchacha.

Thor, por un instante, quedó paralizado al contemplar la belleza de aquel cuerpo desnudo, en todo su esplendor.


Norka aprovechó ese momento para morder la mano de su atacante, dándole una dentellada tan fuerte que le hizo sangrar. Entonces, un puño en forma de maza golpeó su cabeza lanzándola contra la cerámica de la alacena, que se rompió en pedazos.

El guerrero celta la arrastró seminconsciente hasta las esteras y empezó a desabrocharse la fíbula de la placa del cinturón.


Wotan
Se lo había regalado Wotan… El mismo que en ese instante estaba atravesando su corazón, con la falcata de Maran.


―Viste a Norka ¡rápido! ―gritó Wotan a Maran ―y busca a tres esclavos de tu confianza. Os espero junto al río, en la gran barcaza.

Estuvieron todo el día llenando la nave de provisiones y lastrándola con lingotes de hierro en forma de almendra. Por la noche se despidieron en el muelle.

―Seguid la costa con rumbo Norte, hasta encontrar el Gran Canal Entre Tierras;  desembarcad y dirigíos  hacia Oriente. Esconderos en los bosques de Tucht ―dijo Wotan ―. Maran, ponte este torque de oro en el cuello: te protegerá.  Que los dioses os guíen. Espero que me hayáis perdonado.

Los dos hermanos abrazaron a Wotan, antes de partir. (Continuará)



 Marcuan: 12/12/12. (Continuará) Copyright.

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