Hola amigos:
Este verano, entre viñedos, resucitó la pulsión de escribir un relato corto.
Ahí va, como un trago de vino blanco fresco y afrutado.
Ahí va, como un trago de vino blanco fresco y afrutado.
―¡Isa!
Cuando se volvió, en medio de
la plaza del pueblo, una interrogación se dibujaba en los ojos pardos de la
mujer.
―Me llamo Alonso. No, no me
conoces, soy familia de Mirachu. He venido a visitar a su padre Pachi, mi primo. Te
he observado en el bar. ¿Sabes lo que es el aura?
―Sí ―contestó la chica,
tendiéndole la mano.
―Pues la tuya irradiaba en el bar como
una bomba atómica ―dijo Alonso ―todos los tíos de la barra estaban pendientes
de tus bragas negras, cada vez que te sentabas.
―¿Tú también? ―le dijo Isa sonriendo.
Una hilera de dientes
perfectos, tan apretados como una fila de Tercios de Flandes, dejaron
asomar la punta de su lengua.
―Yo también.
―Sí, son negras ―contestó
divertida.
Isa dio media vuelta y se esfumó entre las
calles empedradas, apoyada en unos muslos tan macizos como las Columnas de
Heracles. Llevaba un vestido de tirantes
crema, muy corto y vaporoso; ceñido a un cuerpo de reloj de arena.
El sol agosteño de mediodía
caía a plomo y Alonso regresó a la terraza del bar, cubierta por un emparrado, del que
colgaban racimos de uvas del color de las esmeraldas.
Un delicioso olor a vinos de la Rioja alavesa; blancos y tintos; afrutados y de crianza, se esparcía como la metralla, a su alrededor.
Un delicioso olor a vinos de la Rioja alavesa; blancos y tintos; afrutados y de crianza, se esparcía como la metralla, a su alrededor.
Alonso empapó de taninos su boca, al dar un trago a la copa de vino criado por Luis Cañas, considerado el mejor vino del mundo; allí presente.
―Han venido a comprarlo los
indios Chiricaguas del Casino de la Reserva de California ―comentaba el
viticultor premiado a un grupo de amigos, sin darse cuenta de que los cerebros masculinos no lo estaban escuchando... Seguían pensando en las bragas negras de Isa.
―¿Y qué opina de este vino
tinto el madrileño? ―dijo el vasco, golpeando a Alonso en la espalda.
―Pues que me gusta su color
negro ―contestó Alonso, aguantando un porrazo que casi lo descoyunta.
―No. Es… casi negro ―rió Cañas.
Cuando Alonso volvió a casa de su primo, le notó algo raro en la mirada.
―¿Qué le has ido a decir a Isa?
Alonso se lo contó y Pachi pegó un respingo.
―¡Que le has dicho qué! Siéntate ―dijo Pachi, mientras llenaba un par de copas de vino ―. Mira, la semana pasada fueron las fiestas del pueblo. Isa bebió más de la cuenta y le estampó un beso en la boca a la mujer de Cañas en pleno bar, pidiéndole que se casara con ella.
Alonso entornó los ojos, dejando que el rioja deshiciera poco a poco el nudo que se le había formado en la boca del estómago, recordando la frase de Guerrita.
―Hay gente p'ató...¡Qué lástima! ―susurró.
Al amanecer del día siguiente, cuando pasó al lado de las bodegas Marqués de Riscal, los destellos de su tejado de titanio lo cegaron.
Alonso bajó la visera ahumada del casco y aceleró su moto, camino de la Meseta Castellana.
Había conocido a la Chica de las Bragas Negras.
Cuando Alonso volvió a casa de su primo, le notó algo raro en la mirada.
―¿Qué le has ido a decir a Isa?
Alonso se lo contó y Pachi pegó un respingo.
―¡Que le has dicho qué! Siéntate ―dijo Pachi, mientras llenaba un par de copas de vino ―. Mira, la semana pasada fueron las fiestas del pueblo. Isa bebió más de la cuenta y le estampó un beso en la boca a la mujer de Cañas en pleno bar, pidiéndole que se casara con ella.
Alonso entornó los ojos, dejando que el rioja deshiciera poco a poco el nudo que se le había formado en la boca del estómago, recordando la frase de Guerrita.
―Hay gente p'ató...¡Qué lástima! ―susurró.
Al amanecer del día siguiente, cuando pasó al lado de las bodegas Marqués de Riscal, los destellos de su tejado de titanio lo cegaron.
Alonso bajó la visera ahumada del casco y aceleró su moto, camino de la Meseta Castellana.
Había conocido a la Chica de las Bragas Negras.
Marcuan (C): 13/08/2013.