domingo, 22 de abril de 2012

MARGA: MUERTE, SEXO Y SANGRE II

Hola amigos. Después del partido de fútbol de ayer, os vendrá bien pasar un rato agradable -tanto si "ganasteis" como si "perdisteis" como si no os importó -leyendo la aventura de estos dos personajes, que también estuvieron cerca del Camp Nou. Porque son eso: personajes ficticios, no lo olvidéis.

Alguien que me estima y me sigue, me dijo: "Tienes que ser como Messi o Ronaldo, de nada vale saber regatear si no chutas a la portería, para meter gol. Un escritor nunca debe quedarse nada en el tintero: no tengas miedo".

En la Escuela de Escritores nos animan también a ser valientes. Vosotros juzgaréis si lo he sido o no.
 

Su tía no estaba. Una vecina les informó de que se la habían llevado en una ambulancia al Hospital de la Vall d’Hebrón. 

—Tengo que darle una mala noticia. Gloria ha muerto. Lo siento —dijo. La doctora Arancha Matas era una mujer atlética, de rostro dulce y mirada firme. Casi no pestañeaba.

Marga se acercó a Alonso y, echándole una mano por encima del hombro, le obligó a sentarse. La doctora les acompañó.

—Su tía Gloria le tenía un gran afecto. Lo sé porque la conocí bien. La he estado tratando durante estos últimos años de una enfermedad terminal. Quería que sus cenizas se esparcieran en su ciudad natal: en el Monte de la Piedad. Me entregó esta pequeña caja para usted. Mañana a las doce será incinerada en el tanatorio de Collserola.

Le acompaño en el sentimiento: era una mujer extraordinaria.

No pueden quedarse aquí, lo siento. Buenas noches. 

—Gracias —cogió la caja y se la metió en el bolsillo superior de la cazadora. Cerró la cremallera y echó a andar hacia la salida.

Estaba muy pálido. Marga puso en marcha la moto. Arrancó sin brusquedad: le había tomado el punto a la MP3 500 LT Sport y le agradaba conducirla. Enfiló hacia el Ensanche, hacia su casa. 


Alonso se abrazó a la cintura de Marga como un náufrago a su salvavidas. 

Cuando Marga abrió el portal, a Alonso le pareció entrar en un palacio. Una escalera lateral de mármol blanco de Carrara, pulido, sostenía una balaustrada de forja estilo Gaudí, igual que la rejería del ascensor. Una gran lámpara de bronce colgaba del techo. 


Ascendieron a la 5ª planta. Marga abrió la puerta maciza de nogal de su piso y entraron en el vestíbulo. Dejó sus llaves en un platillo de cristal veneciano y pasaron a un inmenso salón, decorado con muebles de estilo Luis XV. Predominaban los colores ocres y azules, que proporcionaban una agradable sensación de calidez. Gruesas alfombras persas cubrían un suelo de roble americano. 

Alonso se sentía culpable por no haber estado en el hospital, acompañando a Gloria en los últimos momentos de su vida. Estaba triste. Marga tuvo que zarandearle para que le prestara atención.
  
 Oye, cap de suro, siento  lo de tu tía. Ya veo que la querías mucho, pero esta noche no puedes hacer nada más. Mañana asistiremos a su incineración. Voy a prepararte un baño caliente y un poco de cena. Ahí está el dormitorio, vete desnudando que ahora te traigo un albornoz. Era de mi padre, pero te servirá. 

Alonso obedeció en silencio.

Se metió en una bañera de agua tibia, entre espumas de sales. Tres  velas  gruesas titilaban en un rincón. Olía a mirra y a fruta fresca. Estuvo allí, ausente, hasta que se miró las yemas de los dedos: las tenía blancas como calçots

Marga entró con una bandeja llena de fresas, dos copas y una botella de champagne descorchada. Llevaba un bata de seda lila. Dejó la bandeja junto a la bañera, escanció una copa y se la ofreció a Alonso. Al ir a entregársela se inclinó, resbalando la seda por su hombro y dejando al descubierto un pecho grande y firme, de piel tersa como el tambor del Bruc.

Alonso sintió como si un volcán erupcionara en su pecho. Cruzaron sus miradas llenas de fuego. Marga deshizo el nudo de su bata dejando que se deslizara con suavidad hasta el suelo. Alonso jamás había visto una mujer tan hermosa. Fue como un choque de trenes. Se incorporó, haciendo rodar las fresas por el suelo y sus labios se unieron en un beso pasional, largo y profundo. 


La penetró, una y otra vez, con furia, como si fuera a acabarse el mundo. Marga aceptaba sus embestidas con ternura, acariciando su espalda, su nuca, su cuello… dejando que se vaciara  varias veces dentro de las entrañas de su cuerpo sudoroso y jadeante, multiorgásmico. 

Cuando Marga tomó la iniciativa y le hizo una felación, a Alonso le pareció que las puertas de los cielos se abrían de par en par: nunca había vivido algo parecido. Luego, subida a horcajadas encima de él, le dejó agarrar y lamer sus senos. Tenía los pezones rígidos, como las empuñaduras de su moto, mudos testigos del chorro de placer que  hacía vibrar hasta la última célula de sus cuerpos. Quedaron rendidos, enroscados como dos lagartijas.

Mientras Marga dormía, Alonso se levantó sin hacer ruido y se fue hasta la cocina. No podía conciliar el sueño. Bebió un vaso de agua. Se sentó y respiró varias veces seguidas, dilatando su diafragma hasta el máximo, como le había enseñado Rafa, su profesor de boxeo. 

Aquella misteriosa mujer le había apartado de su vida normal, como un huracán arranca un árbol a 200 km/h. ¿Dónde iría a caer?  Se acercaba a los cincuenta años y todavía no había conseguido madurar lo suficiente para saber reaccionar a tiempo... 

Mil veces se lo había dicho a sus alumnos: “Tenéis que ser responsables de vuestros actos, pensad antes de actuar, porque las consecuencias pueden ser desastrosas. Si lanzáis una piedra, ya no puede volver atrás”. 

Decir y hacer… estaba otra vez desorientado… como hacía cuatro lustros, cuando ocurrió el accidente. 

El BMW se saltó el stop. El conductor iba borracho y drogado: como se demostró en el juicio. Les había embestido como una manada de búfalos enfurecida. El impacto de costado fue brutal. Alonso se sintió como flotando en una nube negra. Su esposa, embarazada de tres meses,  yacía allá abajo, destrozada sobre el asfalto, junto a la moto en llamas. 

Cuando él salió del coma y lo supo, quiso suicidarse. La psiquiatra y las pastillas verdes se lo impidieron.

Estudió Derecho y se hizo abogado. Trabajaba mañana, tarde y noche. Se volvió invisible para las mujeres. Ahora volvía a sentir  esa sensación de soledad interior: había perdido al único familiar que le quedaba vivo.

La más mínima filtración de la luz del día hacía despertar a Marga con la misma energía que desprendía al acostarse, como si no hubiera existido la noche. 

Miró a Alonso abrazado a la almohada, como un bebé. Le acarició su pequeño tatuaje de la ingle: una rosa roja. La rosa que se regala, junto con un libro, el día de San Jordi. ¿Pero qué iba a saber ese cap de suro de San Jordi? 

Era de Madrid o de Segovia, que qué más da, todos son iguales. Casposos hidalgos castellanos, arruinados, soberbios, conquistadores de imperios… Y hoy vendrían a miles, a ver jugar a su Real Madrid en el Nou Camp.

Siempre se había sentido independentista, desde niña; sus padres se lo habían inculcado en la época de Franco, antes de que la bomba de Hipercor les segara la vida.



¡Catalunya Lliure! había gritado en muchas manifestaciones, junto con sus compañeros universitarios, arropada por la senyera estelada. Les habían llovido los porrazos.

Pero aquel hombre le provocaba ternura, no sabía por qué, una ternura casi maternal.

Empezaba a ser mayor y su vida no podía seguir así: tenía que encontrar la forma de tener una relación estable, definitiva. Pero todos los hombres que había conocido pensaban en lo mismo cuando la miraban por primera vez: llevársela a la cama. ¿Los hombres no son capaces de darse cuenta de que las mujeres necesitan  cariño, besos, respeto, caricias… amor? 



MP3 500 LT Sport
Le gustaban las motos y su ambiente.

Cuando vio por primera vez aquel ferro de tres ruedas, se quedó perpleja. ¿Pero qué clase de moto era esa?  Luego, cuando Xavi le dijo, en plena Plaza de Cataluña: “¡Quin cul i quines tetes té la teva amiga Anna!”, no lo soportó. Se bajó y le atizó con el casco, con todas sus fuerzas… por machista.

Menos mal que el pobre cap de suro la obedeció sin rechistar. Siempre le había gustado imponer su voluntad, era una niña malcriada… y lo seguía siendo.

La indemnización por el atentado y el seguro de vida que tenían sus padres la habían colocado en una posición económica desahogada. Era rica, independiente, joven y guapa. Algo que alejaba a los hombres de ella como si fuera la peste. Pero Alonso no lo sabía y, sin embargo, la ayudó.

Le gustó cómo le había hecho el amor: desbocado, como si le fuera la vida en ello. Un hombre se había entregado a ella en cuerpo y alma por primera vez en su vida… y le agradó. Mucho.

Hizo un café muy cargado.

La ceremonia de cremación en Collserola fue corta y sencilla. La doctora Arancha Matas se colocó a su derecha, Marga, a la izquierda. Alonso estaba en medio de dos mujeres muy bellas, sin darse cuenta de ello.

—Adiós Marga, hasta la vista —dijo Alonso. Fue a darle un beso en los labios.

—¿Me puedes llevar a casa? Hoy hay partido de fútbol de alto riesgo y no me apetece estar por la calle, con tanta gente ¿Tú, de qué equipo eres?

—De la Gimnástica Segoviana —contestó Alonso.

Escudo del club de fútbol Gimnástica Segoviana

A Marga le dieron ganas de reír a carcajadas,  pero se contuvo.

Cuando Alonso se subió a la moto, intentó meter sus gafas en el bolsillo superior de la cazadora. No pudo, había olvidado la cajita que le había entregado la doctora Matas. La abrió sin quitarse el casco.

Los Rougon quieren el oro y tu vida. ¡Ten cuidado! Está en el interior de la chimenea. Esta es la llave de mi casa. Te quiero mucho, hijo. Adiós. Gloria. 

Se quedó petrificado.

—Marga, volvemos al Tibidabo.

Estaba harto de aquellos lingotes de oro. Se los llevaría a las Hermanitas de los Pobres y asunto zanjado. Quería largarse de Barcelona cuanto antes y para siempre.

Marga le acompañó a la masía. Le encantó. Haría una oferta si salía a la venta. Se fue a husmear por el jardín de enfrente, pegado a la falda de la montaña, por lo que pudo verlo todo. Un hombre, con la cabeza y la cara tapada por un turbante, se acercaba con sigilo a Alonso.

Llevaba un machete en cada mano.


Chilló con todas sus fuerzas. Alonso se revolvió, bloqueó la primera cuchillada con el brazo en alto, pero no pudo evitar la segunda, que le hizo un corte diagonal en el pecho, de arriba abajo, de izquierda a derecha…

Marga seguía gritando mientras corría en auxilio de Alonso que, tambaleándose, conseguía esquivar varias puñaladas más.

Cuando vio aproximarse a Marga, el atacante dudó, se echó a correr y desapareció. Marga llegó a ver sus ojos, depredadores y fríos, como los de una cobra. No los olvidaría nunca. 

Alonso, sentado en el suelo y con la espalda apoyada en el tronco de una parra, trataba de taponar las hemorragias  de su pecho y brazos con girones que arrancaba de su camiseta. La sangre le salía a borbotones. 


Ónix negro
Le habían arrebatado los lingotes de oro, pero su collar, con una pequeña piedra de ónix negro, seguía colgando de su cuello…

Marcuan (C) 
(Continuará en: Ónix negro)





No hay comentarios:

Publicar un comentario