domingo, 8 de abril de 2012

UN CAMINO DEL QUE NO SE PUEDE SALIR



¿Os podéis imaginar un camino del que no puedes salir? Sí, cuando nos mandaron escribir sobre ello me pareció imposible. Pero se puede. Espero que Grecia, cuna de nuestra civilización, no quiebre. Ello le supondría salirse del camino europeo, cosa que el protagonista de este relato no podía hacer.

Algunos de mis amigos moteros saben lo peligroso que es salirse de la carretera. 


Antonio,  profesor de Física, aparcaba todas las mañanas su todo terreno al lado de mi motocicleta en el Instituto. 

Siempre me decía que circular sobre dos ruedas es inestable físicamente hablando, por lo que admiraba nuestro valor.


Pero yo, a quien admiro por su valentía, es a los pilotos de carreras, porque esos sí que desafían las leyes de la física.


                             I



Me llamo Juan Salvador Gaviota ¿Se acuerdan de mí?  Ya soy mayor, casi no tengo plumas y apenas puedo volar. Pero recuerdo con claridad  aquel hecho extraordinario. Eran las 7.55 A.M. del 7 de Agosto de 1974. 


Philippe Pettit atravesando las Torres Gemelas
Cuando levanté el timón de cola para ascender ―después de un picado en sacacorchos sobre el río Hudson ―le vi entre la bruma, suspendido en el aire, en medio de las dos Torres Gemelas.  Me pareció un pájaro raro,  pero estábamos en Nueva York y ¿quién no es raro en la Gran Manzana?.

Tuve que emplearme a fondo para subir hasta los 490 metros de altura. Era un pequeño ser humano vestido de negro, pelirrojo y muy delgado.  Agarraba con sus manos una barra metálica de unos ocho metros  ―que yo había confundido con un par de alas  ―con la que conseguía mantenerse en equilibrio. 

Caminaba ágilmente por el alambre tensado sobre las azoteas.



Sonreía. Parecía completamente feliz.  

Me puse a la altura de sus ojos para  poder observarle mejor. Empezó a hablarme en un lenguaje extraño, que sonaba bien: “Voilà, mon ami"  ―me dijo.

Le lancé cuatro o cinco graznidos para felicitarle por su hazaña. No éramos de la misma especie, pero a ambos nos gustaba hacer cosas diferentes  y por eso me cayó bien. 

Me despedí del hombre que no podía salir de su camino con un espectacular bucle aéreo. 

“Gooooooood―byeeeeeeeeeeeeeee”.

                             II


 Soy  Charles Daniels, sargento de la policía portuaria de Nueva York. Jamás olvidaré aquella fecha: 7 de Agosto de 1974.  Me comunicaron que había un hombre, desde las 7:15 A.M. andando por un alambre extendido entre las Torres Gemelas, desde hacía casi  una hora.


Estuvo yendo y viniendo de la torre Sur a la Norte, hasta ocho veces. En una de ellas llegó a sentarse en el cable, hizo una reverencia a la gente que le observaba medio kilómetro más abajo y se puso a hablar  a una gaviota. 


Nos tuvo en vilo. Le gritaba una y otra vez: “¡Ven aquí!” Pero no me hacía caso. Sólo sonreía. 


Parecía feliz y estaba como ausente de todo lo que le rodeaba. 


Nos informaron por radio de que se trataba de un funambulista francés.


Cuando por fin se acercó y pude echarle el guante, le lancé escaleras  abajo. Me había sacado de quicio. Luego dijo que ese fue el momento en el que su vida había corrido más peligro. Cuando me serené y le pedí disculpas, cogió mi gorra de policía y se puso a  sostenerla con la nariz. Parecía que estábamos en el circo. 


No obstante le tomé declaración y le puse los grilletes.


Tuve encerrado a un hombre que había caminado por un camino del que no podía salir.



Central Park
Al día siguiente le llevamos a juicio, pero había caído tan simpático a la ciudad, que retiramos todos los cargos. El jurado le sentenció a que diera un espectáculo gratuito  para los niños de Nueva York en Central Park. 

Fui a verle con mis hijos.


                               III



Tuna de Magisterio de Segovia
Éramos estudiantes de la Tuna de Magisterio de Segovia y en el verano de 1970 llegamos a París  ―por puro milagro ―en un Seat 850 de segunda mano.

Formábamos el grupo: “Paganini” con su acordeón; “Eulogio” a la  bandurria y “Canillas” de pandereta.  A mí me llamaban “Puntillas” y tocaba la guitarra.

Recuerdo que era una mañana soleada del 14 de  Julio, Fiesta Nacional francesa. Vimos cómo empezó a concentrarse un gran gentío en la plaza de Notre Dame. Entre las dos torres de la Catedral, un tipo vestido de negro y con una pértiga enorme, se balanceaba  al andar por el alambre que las unía. No había  red. Todos le mirábamos con asombro. 


Aprovechamos para cantar unas canciones. 

Cuando terminamos, “Canillas” llenó su pandereta con las monedas que nos dieron los turistas y nos fuimos a tomar unas cervezas, para practicar el francés, por las calles de Pigalle.



―¡Toreadores, toreadores! ―gritó el saltimbanqui, viniendo hacia nosotros a todo correr. 

Nos había visto actuar desde arriba y quería conocernos. Nos contó su vida: autodidacta, carterista, mimo, mago, juglar callejero. Quedamos estupefactos cuando al final dijo que lo que más deseaba ser era… ¡toreador!

Me levanté de la mesa y me puse a hacer el paseíllo imitando a un  torero.  Le entregué mi guitarra a la madán  y  grité a mis amigos: “¡Música, maestros!” al mismo tiempo que citaba al funambulista de frente con mi capa: “¡Eh, toro!”.

El gabacho se arrancó como un morlaco, utilizando sus dedos como cuernos.  ¡”Olé, olé, ooooolééééé”! Una rebolera, rodilla en tierra y mano al cielo: fin de la faena.

Mis compañeros terminaron con el Riau-Riau. Ovación atronadora. Le dejamos las orejas intactas. Luego todos brindamos a la salud de Pettit. Estábamos invitados.

Notre Dame de París
Así conocí a un hombre que no podía salir de su camino por los cielos de París. 



                               IV


Me llamo Philippe  Pettit:  a veces,  no puedo salirme del camino que piso… 


Philippe Pettit
Mientras esperaba turno en el dentista, junto al Sena, las vi por primera vez en una revista: dos torres blancas, gemelas, esbeltas como juncos, en el corazón de Nueva York.  Me obsesioné con ellas: “Cuando veo tres naranjas, hago malabares; cuando veo dos torres, las cruzo”.


Philippe Pettit en la actualidad.
Subí a las Torres Gemelas  el 7 de Agosto de 1974 y  asistí a su destrucción el 11 de Septiembre de 2001. 

De aquel camino ya no se podrá salir, ni entrar...

Marcuan.

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